¡Con qué pasión se amó!
EN LA MITOLOGÍA griega, si ustedes se acuerdan, Narciso, que acabaría dando nombre a una patología, era un tipo que rechazaba a todas las mujeres porque estaba enamorado de sí mismo. Un día contemplándose en las aguas de una fuente, se acercó tanto a su propio rostro, quizá para besarse en la boca, que se ahogó. Aquí tienen a una ahogada, víctima también del amor a sí misma. Miren cómo se retoca el rostro sabiéndose observada por su acólito Francisco Granados, y por su sacristán Alfredo Prada, y por su colega Alberto López Viejo, y por su asistente Juan José Güemes. Reina sobre todos ellos, pero a ninguno hace demasiado caso, embebida como está por la imagen que le devuelve el espejo, espejito, quién es la más bella de todas las mujeres. Tanto de su acólito, como de su sacristán, como de su colega y su asistente, hay abundante información en Internet. Pueden ustedes asomarse a esas aguas para hacerse una idea de los arquetipos en los que a esta señora le gustaba verse retratada. No están todos los que son, pero son todos los que están.
Dice la leyenda que en el lugar donde se ahogó Narciso creció una flor bella y que olía muy bien. En las aguas donde se ahogó Esperanza Aguirre, en cambio, nació una rosa negra de la que todavía emana una pestilencia insoportable, y que salió por un ojo de la cara al contribuyente. No hay dedos para contar los millones de euros que se colaban por el sumidero de la corrupción mientras ella se pintaba los labios bajo la mirada sumisa de sus monaguillos. ¡Con qué pasión se amó y nos despreció! El narcisismo mata.
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