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Columna
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El Gran Retroceso

Manuel Rivas

AHORA ESTOY al borde de la blasfemia”, dijo Borges en un gran momento momentáneo. Fue en una conferencia sobre el Don Quijote en la Universidad de Texas, en Austin, en 1975. “Ahora estoy al borde de la blasfemia”, dijo, pues, “pero cuando Hamlet iba a morir creo que tendría que haber dicho algo mejor que ‘el resto es silencio”. Hay que tener mucho valor para chinchar de esa forma. Borges, prototipo de escritor rostro pálido, se comporta ahí como un auténtico piel roja. Lo que hace es lanzar una especie de flecha preventiva, una maniobra de distracción, porque lo que de verdad se trae entre manos es una operación de la más delicada cirugía crítica. La de disentir del modo en que Cervantes cierra el caso del Quijote. El cómo narra la “escena más grande” del libro, en el capítulo final, la “verdadera muerte” de Alonso Quijano. Enmendar a Hamlet es un juego de anacronismo deliberado. Borges sabe que nos deslumbra al tiempo que se echa unas risas inmortales con Shakespeare: “Lo amo tanto que puedo decir estas cosas de él y esperar que me perdone”. Pero, con el adiós al Quijote, el descontento Borges no ironiza ni un chisco. Masculla lo que escribió Cervantes: “Entre compasiones y lágrimas de los que allí se hallaron, dio su espíritu, quiero decir que se murió”. Luego, merodea la frase como un testigo alrededor del lecho. Escarabajea. En el diccionario de María Moliner, “escarabajear” tiene por sinónimos bullir o cosquillear, y también significa: “Desazonar a alguien un pensamiento”. Lo que hace Borges es trasladar su desazón al mismísimo autor del Quijote: “Supongo que cuando Cervantes releyó esa oración debe haber sentido que no estaba a la altura de lo que se esperaba de él”. Habrá quien piense que esa suposición es otra blasfemia. ¡He ahí un chafacharcos a ver de qué pie cojea el maestro! Pero no. Ese cosquilleo es, en el fondo, un acto de respecto y solidaridad. Si Cervantes hubiera sido peor escritor, se habría lanzado a una “escritura florida”. Además está la pena. Los lectores sabemos que el final del Quijote es la pena de muerte del derecho a soñar. Y no extraña que hasta en Borges pueda asomar la posibilidad de una lágrima: “La tristeza nos arrasa y también a Cervantes”.

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Los lectores sabemos que el final del Quijote es la pena de muerte del derecho a soñar.

“La posibilidad de una lágrima en los ojos de la ley”. En Victor Hugo, cada frase tiene vocación de gran frase. La posibilidad de la lágrima asoma en los ojos del comisario Javert, en Los miserables. Implacable servidor del viejo orden, descubre que lo mejor de la humanidad anida en el otro, en el “monstruo”, el expresidiario Jean Valjean, al que había perseguido con saña. Asistimos al mejor relato posible de una revolución, la que transforma las entrañas de un intolerante: “No le bastaba ya la honradez antigua (…). Divisaba en las tinieblas la imponente salida de un sol moral desconocido”. Las grandes frases consiguen a veces cosquillear la realidad. Muchas yacen en los campos de chatarra de la historia. He visto pasar a dos jóvenes espigadoras de Millet en bicicleta. Una se ha llevado para reciclar “la posibilidad de una lágrima en los ojos de la ley”, y la otra, “un sol moral desconocido”.

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Otra joven espigadora y filósofa, Marina Garcés, no parece haber encontrado nada en las escombreras de la herrumbrosa urbanización que habitamos: El Gran Retroceso. “Nuestro tiempo es un tiempo en que todo se acaba”, escribe Marina en Condición póstuma. Es uno de los ensayos de un libro colectivo así titulado, El gran retroceso (Seix Barral), y en que participan 17 espigadores internacionales que no apagan la luz. Entre ellos, Santiago Alba Rico, Arjun Appadurai, Zygmunt Bauman, Donatella della Porta, Nancy Fraser y Slavoj Zizek. Aficionado a las ferreterías, hacía tiempo que no experimentaba esa sensación de que un libro puede ser también una buena caja de herramientas. Marina Garcés cita al periodista del New York Times Tom Friedman, que escribió en enero de 2016 lo siguiente: “Si me hacen hablar del mundo actual, soy capaz de estropear cualquier cena”.

Ya ven que no hablamos de autoayuda. Desdemocratización, descivilización, neoliberalismo a la brasa. Con este libro he conseguido estropear unas cuantas cenas.

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