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La verdad de la posverdad

ilustración de sr. García

EN LA formidable película de Amenábar Los otros (2001) el espectador descubre que todo lo que parece pertenecer al feudo de los vivos es en realidad del reino de los muertos, y que todo lo que los personajes ven como apariciones o fantasmas son manifestaciones y puntos de contacto con el mundo de los vivos. La protagonista, Grace Stewart, interpretada por Nicole Kidman, vive en una falsa verdad, alimentada solamente por lo que quiere creer: que sus hijos están vivos y que ella no los mató. Así que todo lo que confirme su creencia y apacigüe sus emociones será cierto, mientras que lo que amenace su estabilidad emocional y convicciones, por fuerza habrá de ser falso.

Así puede definirse, exactamente, la posverdad. El diccionario de Oxford ya lo ha incluido como un nuevo término: post-truth. La RAE todavía no, pero es probable que se acabe aceptando, dada su preponderancia en el lenguaje coloquial y, especialmente, en el mediático. La posverdad se resume en que la apariencia de los hechos es más relevante que los hechos en sí, aunque este tipo de creencias nos lleve a una falsedad. Un eufemismo moderno de la mentira de siempre. Pero la gran cuestión es: ¿por qué le damos este nuevo nombre? ¿No estaremos, valga la redundancia, ocultando que posverdad es mentira? ¿De dónde viene tal temor? ¿Qué nos preocupa o asusta? Responderé desde cuatro perspectivas.

La primera es la tecnológica. Desde que en 2003 irrumpiera Second Life, el espacio virtual más famoso de la Red que permite al usuario inventarse una segunda vida en Internet, empezamos a experimentar cómo la tecnología nos permite vivir en mundos paralelos, que son reales y ficticios a la vez. Lo real y lo virtual se entremezclan. Las mentiras pueden resultar semiverdades en mundos imaginarios o paralelos. De lo que no somos conscientes es de que, como sucede en la trama de Los otros, esos mundos están en contacto con el auténtico y que la posverdad que aceptamos de forma alegre y despreocupada en la vida virtual, tarde o temprano, se manifestará como lo que es, una falsedad con todas sus consecuencias.

El segundo motivo por el que preferimos hablar de posverdades y no de mentiras es la velocidad. En las redes sociales suelen aparecer titulares de noticias que todavía están sin contrastar. Leemos rumores y les concedemos toda la credibilidad. ¿Por qué? Porque sabemos que en cuestión de minutos u horas dispondremos de la información totalmente correcta. Y por eso le vemos sentido a permanecer atentos a la evolución de las inexactitudes. En otras palabras, prevalece la rapidez sobre la exactitud. No nos importa que algo no sea cierto del todo mientras sea reciente. De hecho, parte del gran cambio en las reglas de la información es que aceptamos que un mensaje evolucione durante unas horas. Hemos acabado por aceptar que las noticias no sean exactas en el primer minuto. Pero preferimos posverdad en el minuto uno a la concreción exacta dentro de varias horas. El problema es que tampoco nos preocupa la validación de las cosas. El entretenimiento es seguir la apariencia de los hechos, no descubrirlos.

No nos importa que algo sea incierto en el minuto uno. El problema es que tampoco nos preocupa confirmar los hechos.

El tercer punto de vista tiene que ver con la pérdida de confianza en las instituciones que se viene observando desde el inicio de la crisis, y que ha acentuado la credibilidad en fuentes desconocidas, gente sin fundamento o diletantes sin experiencia sobre el asunto en cuestión. Cognitivamente buscamos la sorpresa continuada. Es decir, prestamos más atención a las cosas que nos llaman la atención independientemente de cuál sea su fuente y si esta tiene credibilidad o no.

En cuarto lugar, está el ansia por confirmar las propias creencias y sentimientos: la reducción de la disonancia cognitiva, que se ha convertido en un problema social, psicológico y educativo dada la información contradictoria que corre por Internet. A través de un buscador, cualquiera de nosotros puede encontrar información que confirme lo que piensa o siente. Y otra persona que piense y sienta lo opuesto encontrará los datos que confirmen las tesis contrarias. Poco importa que se trate de un asunto científico o médico. ¿Quiere preocuparse por una enfermedad? Introduzca en el buscador, junto a la patología que sufre, la palabra “problemas” o “complicaciones”. ¿Quiere apaciguarse? Escriba, aparte de su dolencia, términos positivos. La proliferación de información contradictoria en grandes dosis propicia un déficit de criterio para el neófito en la materia que desemboca en la búsqueda de reducción de disonancia. Leeré aquello que confirme lo que pienso o lo que siento. Por eso preferimos hablar de posverdad. De llamarlo mentira estaríamos aceptando que son alimento de nuestra cabeza.

Conceptualizándolo así reducimos la disonancia que produciría reconocer el autoengaño. El problema es que este tipo de creencias exaltan la opinión en detrimento del verdadero conocimiento. El mundo es el que es. Real o virtual. Grace Stewart, Truman, Pinocho, no importa. El tiempo, tarde o temprano, pone a todo el mundo en su sitio. La posverdad morirá. Es solo cuestión de tiempo.

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