Barcelona, capital
Económicamente, el sector de la salud es puntero en el entorno de la metrópoli mediterránea
La oportunidad es única. Barcelona puede alzarse con la capitalidad farmacológica de Europa. Se trata de un título sin ringorrango, pero de un impacto económico y científico de primera.
Al consumarse el Brexit, Londres renuncia a la sede de la Agencia Europea del Medicamento (EMA). Hay muchas precandidatas. La Comisión dispondrá de la lista definitiva de optantes el 31 de julio. El Consejo Europeo abordará la decisión en octubre. La capital catalana dispone de excelentes bazas.
Históricamente, fue la finalista en 1992, cuando Londres se llevó la pieza tras un reñido pulso en el que dejó el pabellón muy alto: el aparato de la agencia apuesta por la capital catalana.
Territorialmente, España está hoy escandalosamente subrepresentada en la acogida de instituciones y grandes agencias comunitarias: no solo entre los grandes socios, también en relación a los pequeños: el Tribunal de Justicia radica en Luxemburgo. Y el designio del equilibrio múltiple es marca de la casa europea.
Políticamente, España atraviesa un momento (bastante) dulce en el escenario continental. Y no podría seriamente anteponer ningún interés personal a un cargo (efímero) en la UE, por clave que fuese, a una sede permanente.
Internamente, el Gobierno ha decidido, con tino, priorizar la EMA para Barcelona sobre la EBA (Autoridad Bancaria Europea) para Madrid. Y no solo por el menor empaque de esta —todo el protagonismo real lo ejerce el Banco Central Europeo—. También porque otras ciudades (París, Fráncfort) disponen de más peso y / o influencia financiera.
Económicamente, el sector de la salud es puntero en el entorno de la metrópoli mediterránea. Por su industria farma autóctona (de Almirall a Grífols o Esteve) y multinacional (de Bayer a Sanofi), biotecnológica y de tecnología médica, que ocupa a 51.000 empleados de cualificación superior. Y por su complicidad, de clúster, con sus sistemas universitario y sanitario, público y mutualista.
La única sombra es si, para entonces, se habrá encauzado de forma manejable la cuestión catalana. La estrecha, casi olímpica, cooperación entre Gobierno, Generalitat y Ayuntamiento en la candidatura es la mejor esperanza frente a los aventurerismos. Y un camino a explorar, también para la propia política.
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