Catalanes
El proceso independentista catalán ha propiciado la época más gloriosa de los dos partidos políticos más corruptos del estado español
Siempre conviene empezar por el principio. En 2006 se celebró en Cataluña un referéndum legal y vinculante en el que no llegó a votar el 50%, pero votó el 48,85% del censo. Los votantes aprobaron la propuesta de un nuevo Estatuto de autonomía con un 73,90% de síes. El PP, y no España, ni los españoles, corrió a interponer un recurso de inconstitucionalidad que se resolvió a su favor en 2010. El argumento principal de la sentencia fue la presencia en el texto del término “nación”. Y, como diría Piqué, ahí empezó todo. En un Estado donde existen Principados sin príncipes, Reinos sin reyes, una sola palabra desencadenó una reacción furiosa y muy comprensible entre quienes habían votado para que su voluntad no sólo fuera ignorada, sino también condenada. Desde entonces, el proceso independentista catalán ha propiciado la época más gloriosa de los dos partidos políticos más corruptos del Estado español. Ambos han acertado a taparse las vergüenzas con sus respectivas banderas, entonando ardientes himnos patrióticos frente a las críticas. A estas alturas, parece evidente que los más perjudicados por el proceso son los catalanes, saqueados dentro y fuera de su territorio —no más que los madrileños, por otra parte— y sometidos, además, a un permanente intercambio de mentiras, amenazas y chantajes de ambos lados. Nadie, propio o ajeno, les ha pedido nunca perdón. Quienes les ignoraron una vez, están dispuestos a seguir ignorando su voluntad. Quienes se arrogan su representación no les ignoran menos, puesto que, de entrada, eluden un mínimo de participación en el referéndum que celebrarán sí o sí. Lo más curioso es que yo hablo casi a diario con algún catalán, y tengo la impresión de que todo esto les trae sin cuidado.
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