Sin palabras
En la monstruosidad de Manchester hay una imagen a la que no paro de darle vueltas: Ariana Grande encerrada en su camerino pensando que tiene que tuitear algo
En la monstruosidad de Manchester hay un detallito, una imagen, a la que no paro de darle vueltas: esta pobre chica, la cantante pop Ariana Grande, encerrada en su camerino pensando que tiene que tuitear algo. Pero como una obligación. Opinar se ha convertido en una esclavitud. Si se pasa la vida comentando chorradas, porque es parte del negocio, cómo no va a decir algo ante el acontecimiento probablemente más importante de su vida. Como si el mundo estuviera pendiente de su declaración. Quizá incluso sus asesores se asomaban preguntándole qué ponían. Su gira se llama Mujer Peligrosa, aunque lo más fuerte que le había pasado hasta ahora era que le pillaran chupando un donut y colocándolo otra vez en su sitio. Entiendo la grave responsabilidad de un primer ministro, que tiene que hablar a la población, pero para los demás existe, existía, la opción del silencio. Cuando no tienes ganas de decir nada y realmente no importa lo que digas. Y sobre todo, podría añadir, cuando ante 22 muertos importa un rábano lo que tú sientas. Lo añadiría si esta cantante no tuviera 182 millones de seguidores en redes sociales, porque parece que a ellos sí les podría importar, y ella puede incluso hasta creerlo así, pero es que yo hace años que no entiendo nada. Vivimos en tal empanada de estados de ánimo, y todo el mundo va con banda sonora por la vida, con sus cascos, inmerso en su propia aventura, que cuando irrumpe el horror con todas las letras resulta que no hay emoticono para eso. Un atentado terrorista no es como contar lo feliz que eres en tus vacaciones o lo satisfecho que estás con tu nuevo disco. Al final Ariana Grande tuiteó: “Rota. Lo siento desde el fondo de mi corazón. No tengo palabras”. La última frase apunta exactamente cómo habría expresado todo mucho mejor, sin palabras.
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