6 fotos"Tengo miedo al ajo, no puedo con el pollo y me horroriza comer con más gente"Suena a cachondeo, pero las fobias en la cocina son una auténtica pesadilla para quienes las sufren. Y hay más...Teresa Morales García19 may 2017 - 09:28CESTWhatsappFacebookTwitterLinkedinCopiar enlaceCuenta el doctor Lupresti que ninguna fobia viene sola. “No es lo mismo cocinar para uno mismo, donde podrían aparecer miedos a las lesiones como cortes, quemaduras o accidentes domésticos; que el supuesto de preparar platos para los demás, donde podrían surgir inseguridades intensas por ser objeto de una evaluación negativa por parte de otros, a pesar de ser competente”. Y si está bromeando internamente con la hipótesis de que algún chef pudiera sufrir esta fobia, le diremos que no es algo a descartar. “Personalmente nunca he coincidido con cocinero que lo sufra –afirma Xabier Gutiérrez, escritor, psicólogo y cocinero en el departamento I+D del Restaurante Arzak (San Sebastián)– pero dependiendo de las circunstancias, los empleados pueden desarrollar miedo al trabajo por distintas razones: el ambiente, los compañeros, o el jefe pueden generar un miedo irracional a tu actividad, aunque estés muy enamorado de ella".Créanos, existe. Como el resto de fobias, no hay cifras exactas de afectados, pero es una aversión tremenda hacia los pollos, las gallinas, los pavos y cualquier ave de corral (en principio, vivos). “Dentro de lo que llamamos las fobias simples, la relacionada con este tipo de animales es muy importante. Algunos, por ejemplo, tienen miedo a las gallinas, y en concreto a las escamas de las patas, una parte del ave que les puede sugerir restos de la evolución de los dinosaurios. Otras personas, en cambio, no soportan el tacto frágil del plumaje de las alas, y hay quienes perciben su vuelo próximo como el acercamiento de un cazabombardero, si se me permite hacer una comparación un tanto pintoresca”, señala el doctor Lupresti. En este sentido, hay otros temores a ingredientes como el que se puede tener al ajo (aliumfobia), a la carne (carnofobia) o a las verduras en general (lacanofobia).“Hace miles de años, cuando andábamos por la sabana africana –explica el doctor Lupresti–, un entorno familiar suponía conocer dónde había comida, refugio, agua y los lugares que había que evitar por si había depredadores. Toda esta tranquilidad se va al traste cuando aparece una situación nueva, en la que condiciones desconocidas evocan todo tipo de amenazas y riesgos y, por tanto, de miedos”. Con la comida, pasa lo mismo. El contexto es igual de sagrado y determinante, y hará que aceptemos algo como amenazante o no, tal y como indica el cocinero y psicólogo Xabier Gutiérrez: “Estas fobias a ciertos productos son en esencia cuestiones culturales. Podemos desarrollar una fobia a los gusanos, por ejemplo, pero dependiendo de dónde hayamos nacido, comeremos un plato de angulas sin miramientos. O al revés, cocinaremos centollo, pero seremos incapaz de comer una tarántula”. En este sentido, el chef matiza que “generalmente rechazamos y desarrollamos fobias a productos por su textura, no por su sabor. Si modificamos esa característica, la gente comerá el plato sin problemas. De hecho, personas que aborrecen un producto (no que sean alérgicas) pueden llegar a deleitarse con ese alimento si desconocen que forma parte del plato”. Y sí, el propio Xabier afirma que él, como cocinero, ha puesto en práctica el truco alguna vez.En realidad, es más bien el miedo a no poder tragarlos: que una vez masticados, la masa se quede pegada al paladar, produciendo un colapso. Aunque pueda sonar exagerado, no lo es tanto cuando desemboca en otros miedos. “En algunos casos, supone la evitación de comidas sociales, ya que en ese tipo de situaciones entendemos que es más difícil contener cualquier maniobra para evitar la posibilidad del atragantamiento”, detalla el psiquiatra del Hospital Quirón de Barcelona.Se trata de una fobia social, igual que la gente que no se ve capaz de hablar o escribir delante de una audiencia, de entrar solo en un local lleno de gente, o de orinar en un urinario público (lo que se conoce como paruresis o ‘vejiga tímida’, apunta el doctor Lupresti). Forma parte del grupo de fobias complejas, como la agorafobia (miedo a los espacios públicos y abiertos). "Una de sus grandes consecuencias, al menos en las circunstancias gastronómicas, es que el individuo tendrá un problema profundo de exclusión social —indica Xabier Gutiérrez—, ya que no podrá ir a ningún bar, restaurante, o evento. El miedo a ser observado comiendo en público es una de las fobias más complicadas, porque estaríamos equiparando dicha actividad a la de ir al baño, por ejemplo, donde nadie te puede ver. Esa fobia conlleva rechazar una de las actividades colaterales más importantes en torno a la comida: las relaciones sociales”.Es un tipo de fobia social parecida a la anterior ya que, como explica Gutiérrez, “el individuo que lo padece será considerado como una persona que desconfía de todo lo ajeno”. ¿Tiene tratamiento? Por supuesto (igual que las mencionadas anteriormente): lo mejor es la familiaridad con el estímulo, amén de alguna que otra sustancia recetada para aliviar el miedo o la ansiedad, explica el psiquiatra Carles Lupresti. El contacto paulatino con la situación que se intenta evitar hace que, poco a poco, el miedo se desvanezca. “En la mayor parte de los casos, la exposición en vivo de forma programada, progresiva y bien jerarquizada a esa situación conduce a la resolución de la fobia”, detalla. El tratamiento o las pautas impuestas han de ser lo más personalizadas posibles, basadas en variables temperamentales, familiares, históricas, culturales y hasta profesionales. “Solo así se consiguen buenos resultados, junto con una buena dosis de valor por parte del afectado, que todavía no se dispensa en las farmacias”, indica con ironía el especialista médico. Si usted padece de alguna de estas aversiones profundas, tenga en cuenta que se puede curar. Además, quién sabe si podría inspirar un personaje del mejor guión de Woody Allen o ser alguno de los protagonistas de las novelas negras del propio Gutiérrez, que asegura, como escritor, que un individuo con miedo a algún producto atesora una riqueza interior que va a dar mucho juego a la hora de escribir sobre él.