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Columna
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Magníficamente mal

Manuel Rivas

EN NINGUNO de los grandes casos de corrupción se ha encontrado un mínimo gasto en cultura. Nada. Ni un libro ni una entrada de cine o teatro. Tal vez la única excepción, registrada en las tarjetas Black y en el caso Púnica, es la compra masiva de papel higiénico. Quien efectuaba esa operación tenía que ser plenamente consciente de ser autor de una voluminosa metáfora. Y siendo el tiempo de retrete también de meditación e incluso de lectura, por qué no imaginar al púnico, sentado en la frontera de lo sublime y lo vulgar, compartir la sorna de Cayo Valerio Catulo cuando apuntaba que la culpa es más placentera si se le añade abominación.

Entre las compras que figuran en el caso Púnica sí que aparecen paraguas. Más en concreto, la compra de 10.000 paraguas que se hicieron traer con urgencia, en avión, desde China. Ignoro el destino final de los paraguas, pero por fuentes chinas ha llegado el rumor de que en los mismos aparecía estampado el lema confuciano: “Nunca llovió que no escampara”. Un detalle que los hace reciclables, aunque cambien los gobernantes.

La embriaguez ornamental del barroco enmudece al significado, una estética que fascina a la mirada de tal manera que puedes vislumbrar el fondo, pero no profundizar en lo que ocurre. Pero hay momentos en que tal potencia simbólica permite ver lo real con una nueva claridad. Y esa óptica revolucionaria supera cualquier expectativa en la versión que de La vida es sueño se ofrece en los Teatros del Canal. Todo en la vida es sueño, y todo sueño contiene un principio, gusano o crisálida, de realidad. Dirigida por Carles Alfaro, e interpretada por Vicente Fuentes (Basilio), Alejandro Saá (Segismundo), Enric Benavent (Clotaldo) y Rebeca Valls (Rosaura), la obra de Calderón de la Barca está de tal manera cosida a nuestra época, sin rebajas ni falsos guiños, que llegas a sentir la perturbación de ser prisionero de este presente perpetuo: la corrupción del sueño.

Todo en la vida es sueño, y todo sueño contiene un principio, gusano o crisálida, de realidad.

“Sueña el que a medrar empieza, / sueña el que afana y pretende, / sueña el que agravia y ofende, / y en el mundo, en conclusión, / todos sueñan lo que son, / aunque ninguno lo entiende”. Es imposible describir de forma más precisa la expresión de los detenidos por corrupción cuando la cámara captura los rostros. Antaño, en la exuberancia, aparecían como sueños sobredorados. No está imputada, pero el rostro de Esperanza Aguirre es el retrato de los retratos. Una ensoñación quebrada, estupefacta. La hora de Goya.

De correctione rusticorum, obra de Martín de Dumio hacia el siglo VI, fue el título del primer sermón destinado a los incrédulos galaicos, todavía nostálgicos del panteísmo cristiano de Prisciliano. Entre otras cosas, el sermón les advierte que no es cierto que el demonio tenga más poder que Dios. En estos tiempos de distopía, parece que los rústicos tenían mejor información que el santo de Dumio. Si en España deberíamos albergar a 17.337 refugiados, y el número hasta hoy no llega al 5% de esa cifra asignada por la Unión Europea, es que puede más Mefistófeles, aquel que en el Fausto proclama satisfecho: “¡Ah, todo va magníficamente mal allá en la tierra!”.

Volviendo a la corrupción en España, también Mefistófeles parece tener la sartén por el mango. En la guerra entre la corrupción y la política honesta, hay muchos, incluso bienintencionados, que sostienen que es la ­política honesta la que va ganando. Pero si esto fuera así, ya estaría indultado Baltasar Garzón, el juez que fue expulsado con su estrella por abrir las primeras diligencias de la trama madre, la Gürtel, y ordenar la escucha a Mefistófeles.

Maud Mannoni, en Lo nombrado y lo innombrable, ­escribió que, cuando el dolor de vivir va más allá de lo insoportable, la decisión para decidir poner fin a la ­existencia “es la manera propia de librarse de la muerte”. En estos casos, la eutanasia no es una victoria de Tánatos, sino de la vida.

Jesucristo predicaba en arameo. De vez en cuando, algún pelma le gritaba: “Y tú, ¿por qué no hablas en cristiano?”.

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