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Columna
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Adanismo

Si los madrileños aprenden de sus colegas, pueden llamarle Partido del Pueblo a esta auténtica organización de malhechores que se les montó en la capital

Jorge M. Reverte
Pablo Casado vicesecretario de comunicación del PP
Pablo Casado vicesecretario de comunicación del PP

Antes, hace mucho, las madres llamaban a sus hijos adanes cuando iban hechos un desastre, sin peinar o mal vestidos. Ahora, son los políticos los que han reinventado el término, aunque con otro sentido. El jefe del Partido Popular, Mariano Rajoy, lleva tiempo advirtiendo contra el adanismo, que es una enfermedad que puede ser pasajera y tiene cura, pero que también puede tener efectos devastadores sobre una de las potencias del alma, que es la memoria. Y sin ella, ¿qué sería de las otras, el entendimiento y la voluntad? Consiste en este caso en pensar que un acto es una fundación: por ejemplo, ser honrado en las filas del Partido Popular. Todos sabemos que la mayoría de los militantes lo son, pero los jefes se empeñan, con su ejemplo, en que lo pongamos en duda.

Pablo Casado, el vicesecretario de Comunicación del PP, hacía una justa descripción de la finca que se habían montado los Pujol-Ferrusola en Cataluña. Todo lo que contaba era verdad, pero su talante daba la equivocada idea de que estaba sorprendido por tanta basura y por la estupenda arquitectura mafiosa puesta en pie por la familia del expresident.

Mucho adanismo. El de Casado, que olvida que en su partido la basura de la corrupción no es del pasado, sino del presente. Y si no, basta con mirar al entorno del expresidente de la Comunidad de Madrid Ignacio González. Un adanismo que los nacionalistas catalanes han resuelto de una manera muy eficaz: cambiándole el nombre al partido, de Convergència a PDeCAT. Si los madrileños aprenden de sus colegas, pueden llamarle Partido del Pueblo a esta auténtica organización de malhechores que se les montó en la capital. Y vuelta a empezar, limpios de polvo y paja. Porque votantes no les van a faltar, dada la extraordinaria fidelidad que tiene el pueblo español a los delincuentes políticos. Bueno, no solo el pueblo (la gente), sino también una buena parte de la casta: las madres de muchos corruptos es seguro que se preocuparían más si sus hijos fueran mal vestidos o despeinados, si fueran de verdad unos auténticos adanes.

Viniendo o estando en la derecha española (el PDeCAT es todavía español) ser un Adán, es decir, un precursor, de la lucha contra la corrupción, debe de dar una sensación impagable. Rajoy es un Adán de la lucha contra la corrupción, como lo es María Dolores de Cospedal. La memoria se nos ha ido.

Pero no tema nadie. Pablo Casado puede ser tildado de adanista, pero no de ir hecho un Adán. Eso nunca.

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