_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Dos tazas, mala receta

Es preferible seguir una estrategia conciliadora con Londres ante el inicio de las negociaciones del 'Brexit'

Theresa May llega ayer al Palacio de Buckingham tras disolver el Parlamento.
Theresa May llega ayer al Palacio de Buckingham tras disolver el Parlamento. POOL (REUTERS)

A los dos días del referéndum sobre el Brexit, escribí en este mismo periódico que en la negociación, el Reino Unido practicaría “un comprensible cherry picking”. No hacía falta ser muy sagaz, pues éramos muchos los que pensábamos así. Podíamos discrepar sobre cuáles serían las cerezas elegidas pero estábamos seguros de que, entre ellas, no estaría la libre circulación de personas. Llama la atención que las Orientaciones aprobadas por el Consejo Europeo el 29 de abril, para rechazar de plano la pretensión británica, empleen esa expresión coloquial en el primer principio fundamental: “there can be no cherry picking”.

En contra de lo que muchos creían, las Orientaciones dejan claro que los 27 quieren que el Brexit no se produzca como un desenganche progresivo de la UE, mediante períodos transitorios que concluyan con la inaplicación para Reino Unido de determinados paquetes normativos. Lo que quiere la UE es que, a partir de un determinado momento, el ordenamiento jurídico de la UE deje de aplicarse, por completo, en el territorio de Reino Unido, y a Reino Unido, a sus ciudadanos y a sus empresas, fuera de su territorio. Es decir, que Reino Unido, un día determinado, se baje del tren de la UE, con todo su equipaje, y tome un nuevo convoy.

El problema es que parte de ese equipaje es nuestro, del resto de la UE: desde nuestros conciudadanos residentes en Reino Unido hasta las empresas de la UE que exportan (e importan) bienes y servicios a los dominios de Su Graciosa Majestad.

Por eso la cuestión capital es qué tren va a querer tomar Reino Unido, y qué tren está dispuesto a facilitarle la UE para que –en beneficio de todos- continúe el viaje. ¿Un tren como los que ya existen, o uno fabricado a la medida, y, en este caso, con qué materiales y facilidades?

Los existentes modelos de tren que más se parecen al que ocupa actualmente Reino Unido —lo ha dicho en estas páginas J.C. Piris— no satisfarán a los negociadores británicos porque, tanto el modelo noruego como el suizo, aunque enganchan casi todos los vagones que quiere Reino Unido (libre circulación de mercancías, libre prestación de servicios y libre circulación de capitales) arrastran también el de la libre circulación de personas (con mayor o menor carga), origen del resultado negativo del referéndum. El modelo general de la Organización Mundial del Comercio, es tan elemental que equivaldría a tratar a Reino Unido como a China. Y el reciente modelo de relaciones UE-Canadá, es, al fin y al cabo, un traje a la medida. A la postre, también para Reino Unido estamos abocados a medir, cortar, hilvanar, forrar, coser y planchar, entre unos y otros, un traje nuevo, porque así nos conviene a todos.

Lo que sería un disparate es que la negociación terminara sin un acuerdo sobre el marco futuro de las relaciones entre la UE y Reino Unido

Las Orientaciones subrayan, desde el primer párrafo, la lógica indivisibilidad de las cuatro libertades que conforman el Mercado Único, y excluyen la posibilidad de que Reino Unido elija la “opción de una participación por sectores”. Solo cabe, pues, afrontar una negociación compleja y difícil, en la que el acceso al mercado único –excluida la libre circulación de personas- sea compensado, por ejemplo, con concesiones británicas de derechos de pesca en sus aguas, o con el favorecimiento del acceso a su mercado de nuestros productos agrícolas. (Son solo ejemplos, y no míos, sino de Ian Forrester, actual juez británico en el Tribunal General de la Unión Europea).

Lo que sería un disparate es que la negociación terminara sin un acuerdo sobre el marco futuro de las relaciones entre la UE y Reino Unido. La propia Theresa May ha matizado recientemente su discurso de Lancaster House. El sentir de los empresarios británicos lo acaba de expresar sin ambigüedades la directora general de la Confederation of British Industry: “terminar las negociaciones sin un acuerdo no puede ser el plan B sino el plan Z”.

Como escribía recientemente, en estas mismas páginas, J.H.H. Weiler, maestro de europeístas, hay que distinguir entre formar parte del Mercado Único y tener acceso al mismo. Lo primero, implica participar en la elaboración de sus normas –imposible para un Estado no miembro- pero lo segundo ya lo concede la UE, en mayor o menor medida, a otros países como los citados. Es impensable que no lo obtenga Reino Unido, en beneficio de todos: sus y nuestros ciudadanos; sus y nuestras empresas; sus y nuestros inversores; sus y nuestras administraciones.

Lo malo es que, para complicar las cosas –y, quizás, por aquí deberíamos haber comenzado- las Orientaciones sientan el principio según el cual, del futuro marco solo se comenzará a hablar cuando concluya la primera fase de negociación y se establezcan las condiciones y el precio de la retirada ordenada (salvo que el Consejo Europeo “decida que se ha avanzado lo suficiente en la primera fase”).

De modo que las Orientaciones parecen inspiradas en el dicho castellano “¿No quieres caldo? Pues toma dos tazas”. Busco traducciones en internet y encuentro ésta, inesperada, pero no muy desacertada desde la perspectiva del que debe tragarlas: “Life is unfair”. No diría yo que puedan exclamar eso ahora los británicos, pues ellos solitos se metieron en este jardín, aunque la mala gestión en los últimos tiempos por la UE de los problemas relacionados con los movimientos de personas desde dentro y fuera de la Unión –problemas muy distintos- haya podido ser el detonante de esta crisis.

Pero dos tazas de caldo me parece una mala receta para iniciar las negociaciones. Coincido con el tono mucho más conciliador de nuestro Ministro de Asuntos Exteriores, Alfonso Dastis, en recientes declaraciones. Y con la conclusión de Weiler en el artículo citado: “España, la niña prodigio actual de Europa, con un nuevo ministro de Exteriores que es un profesional de su oficio y en un momento de relativa estabilidad política y económica,…, puede contribuir a determinar el futuro de Europa”. Why not?

Santiago Martínez Lage es diplomático, abogado y árbitro. Asesoró a la Delegación española en las negociaciones de adhesión a las Comunidades Europeas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_