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ANÁLISIS
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Quien rompe se rompe

La guía negociadora para el 'Brexit' es la máxima expresión de cuán desastrosa se presenta la opción separatista de Reino Unido

Xavier Vidal-Folch
La primera ministra británica,Theresa May.
La primera ministra británica,Theresa May.Jane Barlow (AP)

Quien rompe con el conjunto corre el riesgo de romperse. Pues vivir durante décadas en un club modelado por leyes, políticas y complicidades de hecho —y protegido por ellas— modula la identidad originaria. Se transforma. Cuando uno socava el edificio donde está enclavado su propio piso, este corre el peligro de fisuras.

Al librarse del supuesto corsé europeo, Reino Unido se desprende también de su cobertura global. Le será más arduo renegociar en solitario los 60 tratados comerciales fraguados en su nombre (y de sus socios) por Bruselas. Porque el sueño de la supremacía británica es más bien una máscara de discapacidad: sus 65 millones de consumidores pesan, a la hora de regatear con un actor tercero, mucho menos que los 440 millones de los Veintisiete.

La guía negociadora para el Brexit aprobada ayer constituye la máxima expresión de cuán desastrosa se presenta la opción separatista elegida por el Reino Unido.

Su banderín de enganche era recuperar la soberanía nacional como instrumento para una (moralmente miserable) política anti-inmigratoria. La primera paradoja de ese empeño afloró cuando el Gobierno de May pretendió sustraer esa operación de recuperación del autogobierno al control del órgano representativo por excelencia de la soberanía nacional, el Parlamento.

Tuvo que ser el Tribunal Supremo quien deshiciese ese disparate autoritario. Pues bien, la guía menoscaba ahora la soberanía británica en un asunto quizá anecdótico, pero clave para el nacionalismo inglés —y para la unidad del Reino autotitulado Unido—-, Gibraltar.

El punto 24 (antes 22) del manual impone que cualquier acuerdo sobre la relación futura Europa/Gran Bretaña post-divorcio solo se aplicará al Peñón si así lo acepta España. Así que la Unión impone de facto que las leyes que daban regir la vida cotidiana de los gibraltareños habrán sido codecididas —al menos, y es mucho, en la posibilidad de su aplicación territorializada— por los españoles.

Quien decide qué ley se aplica es soberano. Quien lo codecide es cosoberano. De ahí que los Veintisiete auspician en realidad una soberanía mutualizada o cosoberanía hispano-británica, justo en la época de las postsoberanías nacionales. Se entiende que el viejo aparato imperial arda en ardor guerrero, nostálgico de las Malvinas.

Al renunciar a decidir en conjunto con los demás europeos, Londres se queda —y esta es la paradoja más cruel—, con menos kilos de capacidad de actuación e influencia sobre la futura legislación vigente en algunos de sus territorios. Vaya negocio.

La cuestión de Irlanda del Norte es tan o más grave. Europa, fabricante de paz, auspició el pacto de Viernes Santo de 1998.

Pronto, fuera de la UE, aumentará el riesgo de tensión y enfrentamiento civil en el Ulster. Y reaflorarán las previsiones de aquel acuerdo (Anexo, puntos 1/i y 1/ii): la “legitimidad de cualquier opción”, sea la unión con Gran Bretaña o con el Eire; el derecho a dirimir el dilema por las urnas.

La guía las actualiza. Y se ha pactado, verbalmente, que si el Ulster decide agruparse con la República de Irlanda, quedaría ipso facto incorporada a la UE, por absorción (como la RDA por la RFA) o ampliacion interna. Atención, secesionistas: no confundan salvar este principio unificador europeo con estimular la fragmentación.

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