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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Mare Nostrum, Mare Americanus, Mare Chinensis?

Tener portaaviones expresa decisión de influencia global: Pekín presenta su segundo navío

Jorge Marirrodriga
El segundo portaaviones chino, en la ceremonia de botadura.
El segundo portaaviones chino, en la ceremonia de botadura.STR (AFP)

Con la reglamentaria botella de champán estrellada contra el casco, al mejor estilo capitalista, el régimen comunista chino acaba de botar su segundo portaaviones. Se trata de uno de verdad, no de un buque casi sin pista que transporta como máximo tres aviones de despegue vertical y algunos helicópteros. El nuevo navío chino —que se llamará Shandongy no estará operativo hasta 2020— será capaz, según los servicios de inteligencia occidentales, de transportar unos cincuenta aviones de combate. Para hacernos una idea son, más o menos, un tercio de los que posee España, la mitad de los que tiene Holanda y el doble de los que dispone Portugal. Y eso, en un solo barco.

Tener portaaviones es mucho más que una demostración de poder; Es una declaración de intenciones. Estados Unidos dispone de diez —y otro más actualmente en construcción— de los cuales la mitad suele estar patrullando constantemente las aguas de todo el mundo. Hay uno casi permanentemente en el Mediterráneo con una fuerza aérea a bordo igual o mayor que la de muchos países del flanco sur de Europa. Políticamente puede fastidiar a algunos que el Mare Nostrum sea más bien es Mare Americanus, pero tal vez no fastidie tanto si se considera que su presencia garantiza que se pueda tomar un avión de Madrid a Roma o Atenas sin que aparezcan en el cielo invitados inesperados. En cuestión de pocos minutos un portaaviones estadounidense puede colocar en el aire más cazabombarderos de lo que permiten muchos presupuestos nacionales. Esta es una realidad que transforma el significado de las declaraciones de los políticos de turno. Es lo que convierte la gaseosa en whisky. O una declaración retórica sin fuerza alguna en un poderosísimo elemento de negociación y presión.

Este es un aspecto que no se va a poder obviar a partir de ahora en la política exterior de Pekín. Los chinos han comenzado a jugar este juego desde hace relativamente poco. Su primer portaviones, el Liaoning, comenzó su servicio hace apenas cinco años y era una nave rusa —el Riga— de comienzos de los ochenta debidamente remozada. Confirmando el tópico de la paciencia oriental, el Liaoning no ha sido utilizado para demostraciones de músculo sino para entrenar durante horas a miles de personas en el complicadísimo ballet que se vive en la cubierta de estos barcos organizando maniobras de despegue y aterrizaje. Ahora el Shandong presenta un importante salto cualitativo en esta carrera: es nuevo y fabricado íntegramente en el país asiático. El primero de una lista de la que no se vislumbra el final.

¿Seguiría todo igual en el juego internacional si China anunciara, por ejemplo, que va a colocar un portaaviones en el Mediterráneo, o en el Golfo Pérsico o frente a las islas Hawai? La construcción de grandes fuerzas navales es el anuncio de una voluntad de influencia global. La historia —estamos viviendo el centenario de la I Guerra Mundial— demuestra que en algunos casos su efecto ha sido desastroso. No tiene porqué ser así. Pero, sin duda, China acaba de cambiar su estatus.

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Sobre la firma

Jorge Marirrodriga
Doctor en Comunicación por la Universidad San Pablo CEU y licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra. Tras ejercer en Italia y Bélgica en 1996 se incorporó a EL PAÍS. Ha sido enviado especial a Kosovo, Gaza, Irak y Afganistán. Entre 2004 y 2008 fue corresponsal en Buenos Aires. Desde 2014 es editorialista especializado internacional.

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