Patricia Urquiola: el estilo del siglo
Sus diseños han definido la estética de las dos últimas décadas. Ahora, tiene una misión: conseguir que Cassina recupere su legado sin olvidarse del futuro
Las cifras son un buen punto de partida para entender la dimensión que el nombre de Patricia Urquiola (Oviedo, 1961) tiene en el mundo del diseño. Desde que abrió su estudio en 2001 ha firmado más de 200 proyectos (mobiliario, diseño textil, interiores, productos) para una cuarentena de firmas entre las que se encuentra lo más granado del sector internacional y, particularmente, del italiano. Hasta el año pasado, sin embargo, ese listado mostraba una ausencia notable: Cassina, la reina madre del Made in Italy, una institución en cuyo catálogo, poblado por tótems sagrados como Mario Bellini, Gio Ponti o Le Corbusier, el nombre de Urquiola no aparecía por ninguna parte. Ni un sofá, ni una silla. Nada.
El año pasado, sin embargo, esta carencia se subsanó a lo grande: la ovetense recibió el encargo de asumir la dirección artística de Cassina, un cargo inédito en los 90 años de vida de la firma. “Es un título que me viene grande y que, sobre todo, queda muy antiguo”, protesta. ¿Cómo prefiere definirlo entonces? “Soy algo así como una interlocutora empática, alguien que está dentro y fuera de la compañía, lo que me convierte en alguien que da muchos problemas”. También en alguien muy ocupado. Estamos en Meda, la localidad de la Brianza donde Cassina tiene su sede desde 1927. Las oficinas hierven de actividad por la presencia de Patricia, como todos la llaman aquí. Durante la sesión fotográfica, en los instantes previos y posteriores a la entrevista, la diseñadora resuelve dudas, elogia, discute. En una misma mañana, cuenta, ha tenido más reuniones de las que puede enumerar. Su trabajo consiste en estar en todo. Desde la reedición de clásicos hasta la renovación de una vitrina cuyos cristales han perdido “la transparencia adecuada”. Ni siquiera el espacio donde estamos escapa a su escrutinio.
“Cuando llegué dije que había que ocuparse del producto y de los showrooms, pero también de esta sede”, explica. “Aquí estamos haciendo arqueología industrial. Les estoy desmantelando unos almacenes que ocupaban un espacio abovedado maravilloso que quiero convertir en un museo. Eso implica mover las oficinas. Cuando veníamos hacia aquí me he encontrado al CEO del grupo [Cassina pertenece desde 2005 a Poltrona Frau] y, claro, surgen muchas cuestiones”. ¿Un momento de tensión? “Un momento de gran emoción”, corrige.
Patricia Urquiola parece discurrir así. A varios niveles, como un explorador de Internet con varias pestañas abiertas. Su discurso serpentea, se bifurca, cambia de tema y regresa al punto exacto sin perder la concentración. Habla un español vertiginoso, jaspeado de italiano. Estudió arquitectura en Madrid, pero encontró su voz en Milán. “En la facultad nos divertíamos mucho. Hacíamos cosas posmodernas, relecturas del racionalismo. Éramos como adolescentes empeñados en romper todos los esquemas. Pero para mí era solo arquitectura. No tenía una justificación. Así que en cuarto, cuando ya me había quitado las asignaturas más antipáticas, quise venir a Milán. En aquella época no había Erasmus y en la Embajada me miraban como a una pobre marciana que traducía los exámenes con traductor jurado para convalidar asignaturas”, recuerda. Convalidó un curso y se matriculó en segundo del Politécnico de Milán. Salió de la Movida madrileña para trasladarse al epicentro del design, que en aquellos años vivía entre la eclosión posmoderna (Ettore Sottsass, Alessandro Mendini) y el respeto a sus mayores.
“Era fascinante, porque a maestros del diseño como Marco Zanuso o Achille Castiglioni no te los encontrabas en Proyectos, sino en asignaturas que a mí me parecían como las marías en España. Pero aquello me permitía ver las cosas desde otro punto de vista, que era exactamente lo que yo quería”. ¿Echa de menos aquellos años en que el diseño no tenía límites? “Desde luego, hemos perdido la inocencia de aquella adolescencia fantástica que fue el estilo posmoderno. Aquello tuvo su momento, pero hoy tenemos información, y desde el momento en que estamos informados debemos ser coherentes. Hoy experimentar es más difícil, pero eso lo hace todo más interesante”.
«En el Politécnico de Milán, Zanuso o Castiglioni impartían asignaturas que me parecían ‘marías’, pero que me enseñaron a ver las cosas desde otro punto de vista. Justo lo que quería»
Patricia Urquiola se licenció en 1989 con un proyecto tutelado por Achille Castiglioni, un sistema de domótica para conectar todos los dispositivos del futuro del que no queda nada. “No sabía que en Milán los sótanos se inundan con frecuencia, y durante unas lluvias mi tesis desapareció, como todas las cosas bellas. El tiempo es algo muy bonito que hay que tener siempre en cuenta”.
En su caso, lo ha aprovechado. Urquiola pasó los noventa trabajando junto al legendario Vico Magistretti en firmas como De Padova y Lissoni Associati. “Tardé en abrir mi estudio porque me parecía raro ponerle mi nombre”, explica. Cuando lo hizo, en 2001, los encargos se multiplicaron. Su estilo brillante, capaz de generar objetos ingeniosos sin intimidar al espectador, era justo lo que necesitaba la industria del diseño para hallar una poética adaptada a los nuevos tiempos. Las líneas orgánicas de su primera butaca Fjord para Moroso (2002) reflejaban desde el principio la doble voluntad de resultar funcional, que no frugal, y de sorprender sin alejarse de lo razonable.
En una época dominada por los espejismos de las instalaciones efímeras, Urquiola maneja con soltura el diseño comercial. Tiene una estética reconocible que aúna artesanía, trazo suave y sentido del humor, pero sabe sortear lo obvio. “Hace unos años hice una alfombra de material plástico para Kettal, y la gente me preguntaba si la habían hecho a mano en Asia. Decían Asia así, en genérico, de un modo que me hacía mucha gracia”, recuerda. “Curiosamente, para hacer esas alfombras reconvertimos una máquina para tejer malla de hierro. Me gusta ese juego. Que la gente considere como artesanal la pieza más industrial que he hecho es algo maravilloso”. ¿Busca el equívoco? “La gente simplifica mucho. Se piensan que yo solo hago trenzados y flores, y que Cassina solo tiene muebles de tubo de Le Corbusier”.
Esa es su otra batalla, la puesta al día de unos archivos, los de Cassina, que atesoran más de 600 referencias. Lo que nació como una fábrica de mobiliario para barcos de crucero se convirtió en los años cincuenta en la primera empresa italiana en demostrar que los procesos industriales eran compatibles con el lujo y con la artesanía. Hoy la sede de Cassina acoge dos talleres. Uno de ellos está dedicado a la carpintería –la madera es el material estrella de la casa– y otro al metal, la tapicería y el desarrollo de piezas y mecanismos. En el primero, los empleados ensamblan –sin un solo clavo– mitos del siglo XX como las sillas modernistas de Mackintosh o la legendaria Superleggera de Gio Ponti, una leve silla de fresno que lleva produciéndose ininterrumpidamente desde 1957.
¿Le asusta a Urquiola el peso de la nostalgia? “Volver a los archivos siempre implica una cierta nostalgia, pero es importante que no se traduzca en el proyecto. Un proyecto es siempre evolución, digestión”. Acaba de devolver vigencia a clásicos difíciles, como la mesa Doge (1968), de Carlo Scarpa, aligerada con una base de aluminio fiel a la idea inicial del arquitecto, o la silla Wink (1980), de Toshiyuki Kita, resucitada mediante un cambio de tapicería: la nueva, sintética, resiste la particular forma de plegarse de este mueble articulado sin desgastarse. “Hay productos que solo necesitan un poco de atención”, explica. Entre sus fichajes recientes para Cassina está el alemán Konstantin Grcic, que ha diseñado el sofá Soft Props. Ella ha contribuido con piezas como el sofá Beam (2016), que tiene elementos articulados inspirados en el respaldo reclinable del Maralunga, un best seller diseñado en 1973 por su mentor, Vico Magistretti.
“Recuerdo que cuando trabajaba en De Padova y Vico nos restregaba por las narices esa soltura industrial que tenía Cassina. Yo me quedaba fascinada”. En el extremo opuesto está Gender, una butaca futurista concebida como lienzo en blanco. “En mi cabeza no es para nada comercial”, explica. “Quiero que cambie conmigo. Ya veremos qué pasa con ella”. ¿El diseño de hoy ha de ser flexible? “Hace años Jasper Morrison me comentó que admiraba mi facilidad para salirme de mi camino y regresar a él. ‘Si yo lo intento, no hay manera, porque tengo un lenguaje tan limpio que no me dejan salir de él’, dijo. Me pareció algo muy cariñoso que reconociera así mi poética”. ¿Comparte también el rechazo de Morrison a la fama desmesurada? “Yo también pienso que los diseñadores no somos estrellas, sino gente que trabaja. El alarde constante me pone muy nerviosa. Por suerte, esa enfermedad ya la hemos pasado”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.