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Perfil

Stephen Burks: “No podemos seguir creando desde el gusto occidental”

Rainer Hosh

STEPHEN BURKS (Chicago, 1969) había trabajado para los grandes fabricantes de muebles italianos cuando reparó en que se podía romper la uniformidad de esa industria. Los productos hechos a mano se convirtieron en una obsesión y creó su propia marca: Man Made (hecho por el hombre). De eso hace una década. Hoy colabora con artesanos de Asia y África para producir sus diseños, pero su estudio está en Brooklyn (Nueva York) y, desde hace un año, en Barcelona.

Usted es el abanderado de la revancha de la artesanía. Todo mi trabajo consiste en devolver las manos a la industria, en recuperar el tacto. Creo firmemente que hoy ese es el gran lujo. La mano dota a los productos de otro tipo de emociones y cualidades. Creo que lo que muestra la huella del autor es más real.

“la mano, la huella del autor, dota a los productos de otro tipo de emociones y cualidades”.

¿Por qué decidió reivindicar lo artesano? Estudié en el Institute of Design de Chicago. Era como una nueva Bauhaus. Tras trabajar cinco años en Italia para marcas como Boffi, Cappellini o Moroso, diseñé una pieza para Missoni que me hizo ver otro mundo. Me di cuenta de que el diseño industrial podía incluir ­también lo hecho a mano. Coincidió que había comenzado a trabajar en Sudáfrica, y comprobar que una marca cosmopolita, con una larga historia familiar, defendía lo mismo que los artesanos sudafricanos, que son capaces de hacer mucho con nada, me dio que pensar. Lo contemporáneo es hoy muy rico. Incluye incluso términos opuestos, no hagamos que nuestra obsesión por clasificarlo todo lo empobrezca.

¿Qué aprendió en África? Que todo el mundo es capaz de diseñar. Allí he trabajado con mucha gente que no ha recibido una formación de diseñador, pero tiene el talento y el ingenio de un creador nato. Conocer África me ha hecho entender la vida desde otra luz. Me enorgullece el puesto como primer diseñador y productor afroamericano que me ha otorgado la prensa.

En la primera imagen, butaca Traveler de exterior con capucha, producida por Roche Bobois. En la segunda, sillón The Traveller American, que Burks firmó para la firma francesa Roche Bobois.

¿Cómo llegó hasta el diseño? Ni yo mismo lo sé. Soy hijo de una enfermera y un policía, así que no ha sido nada genético.

¿Por qué su reinvención de algunas artesanías africanas se ha mostrado en el MAD (Museum of Art and Design) de Nueva York, pero no el MOMA? Creo que, lamentablemente, en el MOMA defienden la idea de que el diseño debe ser algo exclusivo. Yo pienso que no es así. Más bien lo contrario.

¿Qué piensa? Que una cosa fue la teoría de los arquitectos modernos y otra los resultados. La modernidad creó formas bellísimas que no han mejorado mucho la vida de las personas y solo marcaron el entorno de las élites. La modernidad tomó muchas ideas prestadas del mundo clásico y lo vendió como cambio.

Lámpara apilable de la nueva colección The Others (Dedon). “Es importante recordar que todos podemos ser el otro”, sostiene Burks. La lámpara Babel, realizada con lamas de aluminio anodizado por la empresa española Parachilna, evoca un tótem africano.

¿Usted cómo propone cambiar? Alterando la forma de producción. Yo no creo en el diseñador-autor. Hoy el diseño es colaboración. Puedo dirigir un equipo, pero no quiero ser un autor que firma productos a partir de las ideas de otros. Cuando trabajo en África quiero compartir, no robarles la voz para llevarla hasta el exclusivo mundo del diseño.

Su compañía Stephen Burks Man Made busca que el diseño sea menos exclusivo y más inclusivo, ¿cómo lograrlo? El diseño es una isla en el mundo. No podemos seguir creando y produciendo objetos desde el gusto y la perspectiva occidentales. El otro 90% del planeta tiene algo que decir. Su cultura es tan válida como la nuestra. Además, en el mundo hay otras nociones de progreso, otros valores, que deberíamos escuchar. Puede que haciéndolo nuestra vida mejorase, pero deberíamos, por lo menos, conocerlos.

Pufs y cubretiestos Dala, fabricados por la empresa alemana Dedon.

Habla de colaborar, pero ¿quién firma sus productos? Esa parte tiene que ver con la proyección de la marca. Creo en la colaboración, no en la caridad. En lugar de tener una fábrica, compro horas de los artesanos a los que doy trabajo. Eso les da el poder de un empresario. Ellos tienen las herramientas para desarrollar lo que les pido. Sus ideas son para fabricar, las mías para diseñar. Y como tal yo firmo el producto. Es una cuestión de negocio. Intento que sea justa, pero no quiere decir que sea perfecta. Con mi empresa Stephen Burks Man Made estamos investigando maneras de revertir esa relación para que no sea siempre igual. Pensamos hacer una gran plataforma que conecte a artesanos con diseñadores de todo el mundo. Es el momento. Para hacer eso se necesita la tecnología del siglo XXI.

¿No teme las copias? Creo que las ideas son baratas. Lo que cuenta es cómo las manifiestas. Autenticidad, singularidad y generosidad son los atributos que más me interesan en el diseño y en la vida. Creo que son las claves del siglo XXI. Si no somos generosos vamos a salir perdiendo. Si continuamos buscando mundos y guetos exclusivos, vamos a hundir el planeta. La realidad es que todos estamos conectados. Nuestras vidas mejoran con la relación con los demás, y el diseño no puede ignorar eso. La idea de que el diseño es solo para ciertos estilos de vida es ridícula. Viajar por el mundo me ha enseñado que hay muchas maneras de vivir. Es empobrecedor pensar solo en una.

Lo que no cuadra con su discurso de un diseño plural y para todos es que si un producto no es asequible, no podrá ser para todos. Y el suyo no lo es. Ese es el próximo paso. Creo que hay maneras de desarrollar nuevos productos que no se han probado. Considero que es necesario revisar el papel del distribuidor que no añade valor al producto y, sin embargo, determina su coste. Un artículo artesanal se convierte en un objeto de lujo por el coste de la distribución. Y eso no puede ser. No sé cómo voy a hacerlo, pero me gustaría formar parte de esa transformación del mundo cambiando los centros de producción de ideas, tendencias y diseño.

¿Piensa en funcionar fuera del sistema del lujo? Hoy las marcas pueden llegar de Asia, de África o de cualquier lado. No sé todavía cómo voy a hacer lo que quiero hacer, pero parto de la idea de que se puede producir mejor beneficiando a más personas. Y de que se pueden repartir los beneficios de manera más justa y equitativa. Quiero formar parte de esa transformación del mundo.

“autenticidad, singularidad y generosidad son los atributos que más me interesan en la vida y el diseño”.

La autoproducción está en el origen de muchos diseños nacionales. Sucedió en España, tras nuestra Guerra Civil, y ahora parece estar regresando. La autoproducción tiene grandes alicientes. Tú decides lo que produces, no el mercado, y tú te responsabilizas de todo el proceso. Pero, de nuevo, si falla la distribución uno no puede sobrevivir. Y al final tienes que vender caro. El coste de la distribución termina con muchos autoproductores. La autoproducción es un sueño bonito, pero yo ahora mismo trabajo con comunidades africanas a las que no quiero prometer unas ventas que no pueda cumplir. O distribuir.

¿Por qué ha abierto estudio en Barcelona? Mi socia, Julia, es una gran diseñadora. Trabajamos juntos unos años. Luego ella me dijo que se iba de Nueva York, que prefería vivir en España. De modo que decidí abrir un estudio en Barcelona. Trabajamos con varias marcas españolas.

Lámpara de la colección Stephen Burks Man Made realizada por artesanos de Dakar a partir de cestas.

Vive en Nueva York. Y ha declarado que su ciudad ha pasado de ser cosmopolita a ser internacional. ¿A qué se refiere? Antes éramos una ciudad plural, formada por grupos étnicos y culturales muy diversos. Esa combinación formaba nuestro localismo. Ahora, la globalización ha hecho que convivamos con una gran población visitante tan potente como la mezcla que integra a los que vivimos allí. Las ciudades tienen hoy el reto de permitir la convivencia entre lo temporal y lo permanente. Como en tantas ciudades, en Nueva York hoy el comercio inmobiliario es el rey. Y si no hay normas que controlen esa avaricia, las ciudades desaparecerán. Perderán a los ciudadanos. Y ya no serán ciudades.

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