Todo son preguntas
CUANDO VEMOS la cabeza de un pájaro asomar por detrás de una rama, nuestro cerebro reconstruye el resto del animal. Sería horroroso que solo percibiéramos, mentalmente hablando, la cabeza. Ocurre lo mismo cuando un funcionario nos atiende tras su ventanilla: que le suponemos la mitad del cuerpo invisible. Gracias a esa habilidad neuronal, no experimentamos el mundo como un conjunto de fragmentos o como las piezas de un puzle sin articular. Si falta algo, lo ponemos por nuestra cuenta, como cuando alguien te invita a comer y a la hora de pagar resulta que le faltan 10 euros.
–No te apures, ahí van.
Y lo mismo que ocurre con los cuerpos o con las facturas del restaurante, ocurre con las frases, al menos con las frases hechas. Si alguien nos dice “A mal tiempo” y se queda ahí, por lo que sea, no sé, porque le ha dado un ictus, por ejemplo, nosotros añadimos “buena cara”. A mal tiempo, buena cara. Nadie diría “A mal tiempo, las cartas bocarriba”. Sería lo mismo que poner un cuerpo de reptil a la cabeza del pájaro que asomaba por detrás de una rama en la primera línea.
Significa que venimos al mundo a completar algo; por lo general, un deseo: el de papá y mamá. Quizá no hacemos otra cosa a lo largo de la vida que rellenar ausencias. Ahora bien, hay casos, reconozcámoslo, en los que resulta muy difícil añadir lo que falta. Observen, si no, esa mano flotante que acaba de aparecérsele a un Rajoy perplejo. Está casada, sí, por el anillo. ¿Pero es de hombre o de mujer? ¿Del PP o del PSOE? ¿Es catalana o madrileña? ¿Solicita ayuda o la ofrece? Todo son preguntas.
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