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MIRADOR
Columna
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Euforia

Pueden hacer caja con nuestras ganas de vivir, pero con nuestro miedo a morir es obsceno

David Trueba
Manifestación contra los Presupuestos Generales del Estado
Manifestación contra los Presupuestos Generales del Estado KIKO HUESCA / EFE

A veces se nos olvida para qué sirven los Gobiernos de tanto estar pendientes de las elecciones. El bosque de la política no deja ver los árboles talados de su acción directa sobre los ciudadanos. Habrá alguno incluso que hable de la rebaja del IVA cultural a los promotores de espectáculos en directo como un acto de generosidad del Gobierno, olvidando que fue él mismo quien lo subió. Está el patio tan revuelto que hemos aprendido a agradecer que no nos quiten lo bailado, aunque la música lleva demasiado tiempo sin sonar. Somos animales de costumbres y a los perros que crían a palos les parece que recibir una patada es un gesto de cariño.

Con el mismo fervor democratizador parece que ahora sí vamos a volver a elegir el presidente de la televisión pública por acuerdo parlamentario. Pero los viejos del lugar, es decir, todos los que tienen más de cuatro años, quizá aún guardan el trauma de ver cómo se desmontaba ese proceso sin que a nadie le pareciera una indignidad. Y hasta se van a contratar funcionarios públicos de nuevo y limitar la temporalidad de los empleos, como si fuera una conquista histórica en lugar de una restitución de la mínima moralidad. Si la cosa sigue por este camino, podremos consagrar el hipnotismo como la mejor estrategia política. A lo mejor para que apreciemos el derecho a una educación igualitaria, a una sanidad pública y a las más básicas libertades será necesario quitárnoslas durante unos años y luego devolverlas con el chasquido de los dedos.

En Valencia se han atrevido a comenzar el trámite para devolver la gestión de un hospital a sus legítimos propietarios y no a quienes quieren hacer negocio con nuestro cáncer. Porque no tenemos ningún problema en que se haga caja con nuestras ganas de vivir, pero con nuestro miedo a morir resulta un poco obsceno. La misión de un Gobierno es hacer leyes y establecer unas reglas de juego. La condena superlativa por hacer chistes viejos sobre el asesinato de Carrero Blanco en las nuevas redes sociales es un ejemplo. La ley es vaga e imprecisa. La interpretación judicial queda en manos del subjetivismo.

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En esta euforia en la que vivimos por recuperar algo del sentido común en el legislador no estaría de más repasar tanto desatino dictado en los tiempos enfermos de las mayorías absolutas, los estados de alarma y el pavor a las libertades. A los Gobiernos a veces llegan personas con intenciones torcidas, la única defensa contra ellos es la ley sólida, razonable y compartida redactada con la cabeza fría y el más amplio consenso.

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