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Columna
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El gran basural

Javier Cercas

OCURRIÓ HACE algunos años, cuando todos empezábamos a manejar Internet. Por entonces quise escribir un artículo sobre un humorista español que nos hacía mucha gracia a mi hijo y a mí, de modo que me puse a buscar información sobre él; aunque no era un humorista muy conocido, en seguida la encontré, la leí y, para ver si a todo el mundo le gustaba tanto como a nosotros, me puse a leer los comentarios que escoltaban a las noticias. Quedé horrorizado. Yo entiendo muy bien que la gente se meta con un desaprensivo como yo, un rompepelotas que dispara contra todo lo que se mueve, capaz de criticar sin el menor escrúpulo a la gente más idealista y bienintencionada, desde los independentistas catalanes hasta los antiindependentistas catalanes, desde los partidarios de Podemos hasta los detractores de Podemos; mentiría si dijese que no me afecta que me pongan pingando, pero la verdad es que me lo tengo más que merecido: por meterme donde no me llaman. Ahora bien, me dije, ¿también tienen que insultar, humillar, escupir en la cara y tratar de destruir con una saña despiadada a un humorista que no se mete con nadie, que practica un humor casi blanco, que ni siquiera es una estrella del humor y que se ganará la vida modestamente?

Desde que existe Internet –no digamos las redes sociales– basta con apretar un botón para enfrentarse a toda la basura del mundo.

La pregunta es de una ingenuidad que me avergüenza, aunque eso sólo lo he comprendido más tarde, justo cuando he comprendido que la pregunta pertinente no es esa sino esta: ¿también en esto ha cambiado Internet el mundo? Quiero decir: antes de Internet sabíamos por supuesto de qué pasta estamos hechos los humanos, no ignorábamos que existe el odio, el rencor, la envidia y las demás pasiones; pero, en nosotros y en los otros, en crudo, sólo nos enfrentábamos a ellas de vez en cuando; es verdad que también podíamos enfrentarnos a ellas leyendo la gran literatura, pero la gran literatura las ofrece estilizándolas, convirtiéndolas en belleza y dotándolas de sentido, volviéndolas tolerables. Ahora, en cambio, desde que existe Internet –no digamos las llamadas redes sociales– basta con apretar un botón para enfrentarse a toda la basura del mundo: uno puede ver a defensores de los animales deseándole la muerte a un niño de ocho años, enfermo de cáncer, porque ha dicho que le gustaría ser torero; uno puede ver a un patriota de izquierdas riéndose a mandíbula batiente de una mujer (Irene Villa) a la que ETA le cortó de niña dos piernas y tres dedos en un atentado terrorista; uno puede ver a patriotas de derechas tratando de aniquilar la carrera del director de cine que quizá con más ahínco ha defendido la tradición del cine español (Fernando Trueba) porque se le ocurrió decir que no se ha sentido español ni cinco minutos. Y así hasta el infinito. O casi. Es extraordinario: a los niños les prohibimos el porno, pero no esta porquería. Aunque lo que a mí de verdad me intriga es lo otro: ¿cómo va a cambiar el mundo esta inundación de vileza permanente, gratuita y al alcance de todos? ¿Este basural ilimitado va a contaminar la vida o, por el contrario, va a ser una válvula de escape de la abyección humana, más o menos como lo es el fútbol, o como dicen que lo es? Dudo mucho que quienes hemos crecido antes de Internet nos acostumbremos a este diluvio de mierda, pero ¿y los que han crecido con él? ¿También ellos tendrán que aguantarse las ganas de llorar cuando los pisoteen con furia y los escupan en la cara cada vez que su nombre aparece en Internet? ¿O no serán tan gilipollas porque ya sabrán que eso es lo normal, que así es como funcionan las cosas, que quienes escupen y pisotean, siempre o casi siempre anónimamente, no son más que gente que intenta aliviarse de sus propias miserias y rencores, verdadera bazofia moral, la encarnación pestilente de lo peor que todos llevamos dentro? ¿Estarán nuestros hijos más fortalecidos que nosotros contra la maldad? ¿Sabrán protegerse mejor de ella porque habrán estado familiarizados con ella casi desde que tienen uso de razón, y podrán combatirla mejor?

No tengo ni la más remota idea. Pero, si así fuera, esa sería otra de las cosas maravillosas –quizá la más maravillosa de todas– que tendríamos que agradecerle a Internet.

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