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El no ya lo tienes
Columna
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Una de cal y otra de arena

La verdad es que nunca he sabido cuál es la buena, pero dejando este misterio a parte, la vida ayer me dio de ambas cosas

Evening Standard/ Getty Images

La verdad es que nunca he sabido cuál es la buena, pero dejando este misterio a parte, la vida ayer me dio de ambas cosas.

Salía de una tienda de comprarme una funda para el móvil con forma de oreja cuando me encontré a un antiguo compañero de trabajo. ¿Sabes cuando no te acuerdas del nombre de una persona, pero que sí recuerdas que no había mucha afinidad y, por lo tanto, no sabes de qué hablar con ella, pero a pesar de todo te trata con mucha campechanía?

Además, tenía en la comisura de los labios unas guacheras nacaradas: “El duendecito de la saliva había sacado sus botitas blancas”. Brillaban al sol; por un momento creí que eran piercings.

Después del intercambio de preguntas de cortesía y de un pequeño duelo de miradas nos despedimos, pero… ¡HORROR! Caminábamos en la misma dirección. Fueron 30 segundos interminables donde deseé que se abriera una falla tectónica, que cayera un rayo (sobre alguno de los dos), que hubiera una colisión cósmica…

Pero ayer, como os decía al principio, también recibí un regalo de la vida. Estaba en mi casa tumbado en el sofá mirando el gotelé y de repente una llamada: “Perdona Joaquín —comenzó a decir una voz masculina, notablemente azorada—, pero me ha surgido una cosa y no puedo ir a la entrevista que teníamos ahora… lo siento muchísimo…”.

Entonces vinieron a mi mente varios flashazos: entrevista… a las 12… en el hotel de las letras…

Se me había olvidado por completo, pero el destino había hecho el trabajo por su cuenta. Me invadió una sensación como cuando vas en el coche y hay un cambio de rasante… vértigo y felicidad.

Aproveché entonces para decirle que eso no se hacía y que era un informal y que ya veríamos si le concedía otra entrevista. Miré otra vez al gotelé, había una cara sonriente.

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