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MIRADOR
Columna
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Cortesías

Da lo mismo un bolso de Louis Vuitton o unas entradas para la ópera, todo se considera un gesto de consideración por parte del que lo hace hacia el que lo recibe

Julio Llamazares
Jugadores del Málaga protestan al árbitro por un penalti pitado a favor del Athletic de Bilbao en San Mamés.
Jugadores del Málaga protestan al árbitro por un penalti pitado a favor del Athletic de Bilbao en San Mamés. Luis Tejido (EFE)

¿Se imagina alguien que al finalizar un juicio los miembros del tribunal salieran del juzgado portando bolsas con regalos de una de las partes en litigio? Pues eso es lo que sucede, según parece, en el mundo del deporte y todo el mundo lo considera normal.

La pasada semana escuché en un par de tertulias futbolísticas justificar airadamente esas prácticas con el argumento de que se viene haciendo desde siempre y de que se trata de “regalos de cortesía”. ¿Alguien se puede creer —vociferaba uno con la vehemencia del intransigente— que un árbitro va a favorecer al Madrid porque este le regale un reloj? ¡Si los regalos suelen ser productos del merchandising del equipo!, justificaba al club acusado otro de los contertulios alarmado porque uno, solo uno de entre todos los presentes, criticara esos regalos con el argumento de que los árbitros de fútbol ganan lo suficiente con su trabajo como para comprárselos ellos si lo desean. Naturalmente, a partir de un momento el griterío me impidió poder seguir escuchando a los tertulianos aunque lo que me quedó muy claro es que todos estaban de acuerdo en que se hagan regalos a quien se quiera, salvo el aguafiestas que seguía en contra, quizá porque sus colores no coincidían con los de los demás. ¡Pero si lo hacen todos los clubes!, fue lo último que pude escuchar entre la escandalera de los participantes en la tertulia, por llamarle algo.

Esa es exactamente la clave, el pilar en el que se asienta la manga ancha de la cortesía española. Da lo mismo un bolso de Louis Vuitton que un jamón de pata negra o que unas entradas para la ópera, todo se considera cortesía, esto es, gesto de buena educación y de consideración por parte del que lo hace hacia el que lo recibe. Eso sí, cuando el detalle se tiene con alguien igual o inferior (en el escalafón social, se comprende) se le llama regalo a secas. La cortesía se reserva para el político, para el funcionario con poder de decisión, para la persona que por la razón que sea nos puede beneficiar o perjudicar en nuestros intereses. Y todo el mundo la ve normal, pues desde siempre los españoles hemos sido muy corteses, basta salir a la calle para comprobarlo. ¿Cómo extrañarse de que después el pequeñito regalo de cortesía se convierta en comisión del 3%, en financiación ilegal de partidos, en mordida al funcionario que acelera un expediente, en detalle navideño al directivo que nos compra los productos o al empleado que nos los facilita? Se empieza asesinando ancianos y se termina por no ir a los oficios religiosos, dijo Thomas de Quincey, y eso que no conocía a los españoles.

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