“Detrás de cada prenda tejida en El Salvador hay una historia de explotación”
Montserrat Arévalo, de la asociación Mujeres Transformando, denuncia a las empresas que venden respeto al medio ambiente pero en realidad explotan a sus trabajadoras
El Salvador cuenta con más de 200 empresas dedicadas a la industria textil en 17 zonas francas que dan empleo a más de 70.000 personas, de las cuales el 80% son mujeres. Montserrat Arévalo (San Salvador, 1968), responsable de la asociación Mujeres Transformando, lleva casi dos décadas denunciando el trato inhumano que reciben estas trabajadoras a la vez que forma líderes sindicales, crea lazos con organizaciones internacionales y documenta campañas para presionar a las marcas “que venden un estilo de vida de respeto al medio ambiente pero en realidad explotan a sus trabajadoras”. Estos días camina por España de la mano de Paz con Dignidad para potenciar nuevas campañas de sensibilización en torno al consumo responsable en Europa. “Detrás de una prenda de ropa tejida en El Salvador hay una historia de explotación”, asegura una y otra vez.
¿Cuál es la radiografía de las mujeres que trabajan en la industria textil en El Salvador?
En la maquila, en la industria textil, están trabajando mujeres desde los 18 a los 35 años de edad. Las jornadas extenuantes de más de 16 horas y las altas metas de producción hacen que a partir de los 35 ya no sean rentables para la industria. Así que la mayoría son mujeres jóvenes, con poco nivel escolar y jefas de su hogar. Sus bajos niveles escolares y su situación precaria les obliga a trabajar en este sector al no haber más alternativas de empleo formal en el país. En definitiva, mujeres con una historia de vida fuerte y dura que necesitamos darla a conocer. Detrás de una prenda que compran hay una historia de explotación en mi país. Necesitamos contarlo en Europa para potenciar un consumo cada vez más consciente y responsable que ayude a cambiar las condiciones inhumanas de producción.
¿La vulnerabilidad de estas mujeres juega en su contra?
No es casual que la maquila esté en El Salvador, tampoco que sean mayoritariamente mujeres las que se dedican a este sector. Hay un caldo de cultivo perverso para que las maquilas se instalen en el país: contamos con un Estado muy débil, con poca capacidad de tutela y muy permisivo con la violación de los derechos de su población. Es el propio Estado el que potencia la instalación de estas empresas con fuertes políticas de exención de impuestos y por eso, no tiene ningún problema en mirar para a otro lado cuando se produce la violación sistemática de los derechos. Esta complicidad entre las empresas y el Estado es muy difícil de romper para estas mujeres.
En la maquila trabajan mujeres desde los 18 a los 35 años. A partir de esa edad ya no son rentables para la industria
¿Sin su presencia, la soledad de estas mujeres sería total?
Hay que realizar una reflexión para acabar con los programas de competitividad de los Estados que se basan en la precarización de los empleos de su población. Tenemos ahora un periodo favorable con la izquierda en el Gobierno pero venimos de una cultura de irrespeto total, en la que las empresas se instalan y pueden trabajar cómo quieran. Necesitamos implementar cuanto antes fuertes cambios en la legislación. Hoy por hoy, en todos los ámbitos del país, existe una cultura de irrespeto a los derechos total. Con la maquila las empresas facturan millones, mientras que las mujeres trabajan 12 horas para sacar adelante 1.500 piezas al día sin que esto les suponga a ellas abandonar la pobreza.
¿Cuáles son sus principales metas en este proceso?
Nuestro principal objetivo siempre ha sido organizar a las trabajadoras. Tras 14 años de trabajo contamos con 16 comités de empleadas organizadas en el país. Buscamos que se fortalezcan cada vez más, que conozcan bien sus derechos y sean capaces de exigirlos. A través de formación y de procesos de empoderamiento, trabajamos con ellas; y a través de la investigación y documentación, realizamos campañas de incidencia política. Hemos llevado reformas al Congreso y ahora participamos con nuevas propuestas en la reforma de la política nacional de empleo.
En paralelo impulsan grandes campañas de difusión internacional.
Una acción muy importante y con mucho valor político es la documentación del trabajo de las marcas transnacionales en el país. A través de las obreras organizadas, conseguimos conocer qué sucede en el interior de las zonas francas donde las mujeres trabajan entre portones, muros, púas, vigilantes y escopetas. Hemos conseguido que sean las propias mujeres las que vigilen qué marcas son las que están produciendo donde se violan sus derechos. Las mismas marcas que cuidan su imagen con grandes inversiones, son las que explotan de forma inhumana a sus trabajadoras. Y documentar esta realidad supone atacarles su punto más débil, la imagen de marca. La presión internacional es más efectiva que la justicia nacional. Hoy en El Salvador ser mujer y ser mujer pobre significa que la justicia no va a ser ni pronta ni cumplida.
Marcas como Puma, Adidas, Old Navy, GAP, Reebook, Columbia, The North Face, Patagonia, Tommy Hilfiger y Lacoste no respetan los derechos de los trabajadores
¿De qué marcas han conseguido documentar una producción sin respetar los derechos de sus trabajadoras?
Se tratan de marcas como Puma, Adidas, Old Navy, GAP, Reebook, Columbia, The North Face, Patagonia, Tommy Hilfiger y Lacoste, además de gran parte de las equipaciones de la liga de fútbol americano, NFL. En 2011 denunciamos las condiciones inhumanas de producción de las camisetas de la NFL el mismo día de la Super Bowl y en pocas horas más de 1.500 personas escribían a uno de los equipos para exigir cambios.
¿Cuáles eran esas condiciones de inhumanas?
Documentamos que el agua para las trabajadoras estaba contaminada hasta con cuatro bacterias diferentes incluyendo coliformes fecales, también que trabajaban con temperaturas medias de 36 grados sin ventilación, ni salidas de emergencia. Además mostramos cómo por contrato les obligan a horas extras, descuentos indebidos y, sobre todo, metas abusivas de producción: cada mujer debía producir 1.500 camisetas al día. A ellas les pagaban ocho centavos de dólar por prenda y las vendían después a 25 dólares. Pudimos evidenciar todo esto con las camisetas de Dallas Cowboys y también con las producidas por Puma, Adidas... Las obreras extrajeron las viñetas con las marcas y sus patrones para evidenciarlo. Así logramos que se sentaran con nosotras y cambiarlo todo: se mejoró el agua, la ventilación, los contratos… También se formó a los mandos medios para que trataran con humanidad a la gente sin utilizar la fuerza física. Ha sido el único conflicto que se ha resuelto sin perder empleos gracias a la presión e interés internacional y al trabajo realizado por las obreras.
¿Qué supone ser una activista por los derechos humanos en un país con 14 homicidios diarios y una impunidad del 85%?
Para las compañeras supone persecución y despidos. Para nosotras, defensoras de los derechos humanos, amenazas de muerte periódicas y un cuidado continuo de nuestra seguridad y salud mental. El contexto de violencia del país hace que los poderes a los que atacamos se oculten detrás de las pandillas. Todas las amenazas las firman como si fueran pandilleros pero nosotras ya sabemos que provienen de ellos. No se puede parar, hay que seguir luchando. Si nosotras paramos, el cambio nunca llegará
Una lucha en la que necesitan que Europa también esté presente con un consumo exigente y responsable.
El consumo responsable tiene la llave del cambio y la presión internacional supone para nosotras un seguro de vida: cuanta más atención internacional consigamos, menos amenazas nos llegarán. Todo el mundo debe informarse de las condiciones en las que ha sido producida su ropa y debe exigir que lo detallen. Así las marcas no sólo cuidarán en su imagen el medio ambiente sino que de verdad respetarán las vidas de las personas que tejen sus prendas.
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