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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Del caos de Hostafrancs al infierno de Texas

Muy degradado tiene que estar el tejido social para que un jubilado asalte su sucursal

Jesús Mota
Fotograma de la película "Comanchería" de David Mackenzie.
Fotograma de la película "Comanchería" de David Mackenzie.

Jesús M.A., vecino de Hostafrancs, pensionista de 70 años, viudo, con problemas de próstata y espalda, es el protagonista de una historia desgraciada, aireada en Cataluña pero digna de conocerse en España y en la eurozona. El 9 de febrero, armado con una pistola detonadora, atracó su sucursal de Caixabank (la oficina en la que tenía su cuenta, compartida con su esposa fallecida Carme) y se llevó 1.200 euros. Dejó allí, como amenaza pueril pero efectiva, una fiambrera de plástico con un despertador dentro, como simulacro de bomba. Durante la semana asaltó además dos farmacias (en una de ellas exigió una caja de Viagra como compensación al escaso dinero que había en la registradora), una perfumería e intentó atracar otra oficina de Caixabank. La fijación con Caixabank tiene una explicación: el anciano tenía bloqueada la cantidad de dinero de su cuenta correspondiente a su esposa muerta en tanto no se tramitara el testamento. Está detenido, claro. Le pueden caer 20 años y los jueces han decretado prisión sin fianza. Hay riesgo de fuga, dicen. Las comparaciones son biliosas.

Jesús no es Dillinger ni Robin Hood, a pesar de los esfuerzos metaliterarios para asociar su hastío crepuscular con un entorno hostil e ininteligible a la mística de los holdups y de los bandidos generosos. Por lo general, su reacción amarga (¡hasta aquí hemos llegado!), mezclada con el hartazgo moral de soportar lo que no entiende, se ha ridiculizado (el abuelo pistolero) o sentimentalizado. Lo más probable es que caiga rápidamente en el olvido. Pero hay otra forma de examinar el caso de Jesús M.A. Muy degradado tiene que estar el tejido social, mucha angustia tiene que haberse infiltrado en el torrente emocional de las clases pasivas, mucha miseria tiene que estar oprimiendo la conducta de un pensionista, para que se decida a robar su propia sucursal.

Los signos de deterioro social están ahí; basta con unir la línea de puntos. El pensionista de Hostafrancs sigue una conducta muy parecida a la de los dos hermanos protagonistas de Comanchería (Hell or High Water), atracadores pertinaces de las sucursales texanas del banco al que tienen que pagar la hipoteca de su rancho. La espléndida película de David Mackenzie detecta y sublima el caos social poscrisis y lo expone como si fuera una enfermedad autoinmune. Un lupus socieconómico. Los estratos sociales aplastados por el reajuste económico y financiero, los huérfanos de la política expoliadora del trickle-down (escurrido) que alcanzará su cénit con Trump, tienen que sobrevivir en la miseria postapocalíptica canibalizando su entorno y extendiendo la destrucción en la medida de sus posibilidades. Que, como en el caso de Comanchería o de Jesús M.A., son escasas y los convierten en carne de cañón.

Warren Buffett, poco sospechoso de incitar a la subversión, proclamó en cierta ocasión desde su Sinaí particular una regla de conducta pragmática: "Siempre invierto en negocios tan buenos que hasta un idiota podría dirigir porque, antes o después, un idiota los dirigirá”. Ahora estamos en ese después, así en política como en economía.

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