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Tribuna
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Artur Mas no es Rosa Parks

No estaba en juego la libertad de expresión de los catalanes, como ahora no está en juego la libertad de expresión del Parlamento catalán

Lluís Bassets
Artur Mas, expresidente de la Generalitat
Artur Mas, expresidente de la GeneralitatALBERT GARCÍA

Es una evidencia que el expresidente catalán, ahora enjuiciado por prevaricación y desobediencia a una orden del Tribunal Constitucional, no tiene nada que ver con Rosa Parks, la militante de los derechos civiles que se negó a obedecer las leyes segregacionistas de Alabama en 1955. Lo ha explicado en las páginas de EL PAIS-Cataluña el catedrático de Constitucional y columnista Francesc de Carreras para ilustrar precisamente la utilización de la posverdad por parte del secesionismo catalán.

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Artur Mas no es Rosa Parks ni tampoco un émulo de Martin Luther King, Mahatma Gandhi o Nelson Mandela. Cataluña no es una nación oprimida, colonizada u ocupada. Las libertades de sus ciudadanos —las libertades catalanas— están perfectamente aseguradas, dentro de los límites razonables en que suelen estarlo en el conjunto de los países de la Unión Europea. El reconocimiento de su lengua propia y de su cultura se halla a unos niveles desconocidos en la historia. Su autogobierno, que incluye competencias de policía, medios de comunicación, educación y sanidad, es insólito en la historia de España y comparativamente con el resto de Europa. Y sin embargo, Mas ha podido comparecer en un programa especial que le ha dedicado la primera cadena televisiva pública catalana, la de mayor audiencia, junto a los otros dos miembros de su Gobierno imputados por prevaricación y desobediencia, y se ha comparado con Rosa Parks.

Rosa Parks no quiso obedecer al conductor del autobús que la conminó a sentarse en la zona reservada a los ciudadanos designados por el color de su piel como sujetos desprovistos de los mismos derechos que el resto de la población. Artur Mas no quiso obedecer una orden del Tribunal Constitucional que le conminaba a cesar las actividades de organización de una consulta en la que se preguntaba a los catalanes si consideraban que Cataluña debía organizarse como un Estado independiente de España. La señora Parks desobedeció a la democracia segregacionista de Alabama y recibió el amparo de la Constitución de los Estados Unidos, mientras que el señor Mas obedeció a la democracia del Parlamento catalán y desobedeció a la Constitución española por la que se rige también la autonomía de Cataluña.

El independentismo está intentando fabricar el caso de una nación oprimida, obligada a buscar la independencia unilateralmente, como Kosovo

No estaba en juego la libertad de expresión de los catalanes, como ahora no está en juego la libertad de expresión del Parlamento catalán, conminado por el TC a suspender su hoja de ruta para la celebración de la consulta secesionista. El actual conflicto no existiría si fuera una cuestión de expresión libre de opiniones y deseos, tal como ha defendido la presidenta del Parlament, Carme Forcadell, en un artículo publicado en The New York Times. El problema al que se enfrenta el Gobierno español es que una de sus comunidades autónomas, con un parlamento de mayoría independentista, lleva cinco años intentando celebrar un referéndum de autodeterminación e incluso ha llegado a discutir sobre la conveniencia de proclamar unilateralmente la independencia.

Extremando los argumentos, el independentismo está intentando fabricar el caso de una nación oprimida, obligada a buscar la independencia unilateralmente, como Kosovo, para sacudirse el yugo insoportable que la oprime. Se entienden esas incursiones en el territorio de la posverdad, porque a la vez unos y otros acusan al Gobierno conservador español de pasividad y legalismo frente a un problema que solo puede resolverse por el diálogo político, aunque históricamente se ha solido zanjar por el método expeditivo y repugnante de la fuerza bruta.

También a la hora de buscar analogías, el independentismo catalán, afectado por el narcisismo propio de todos los nacionalismos, tiene un problema con su percepción de las dimensiones exactas del mundo. Cataluña es un país extraordinario, pero pequeño. La demografía de su lengua es muy limitada. No tiene fuerza coercitiva para desconectar unilateralmente. Su sociedad está dividida en dos mitades, por lo que no hay ni siquiera una amplia y persistente mayoría independentista como es obligado para pretender tal camino. Para que el mundo mirara a los catalanes —el mundo nos mira, dice una de las consignas— deberían armarla muy gorda, algo tentador para los coaligados anticapitalistas y antieuropeístas que sostienen al Gobierno nacionalista con sus deseos de convertir los ensueños de desobediencia civil en un Maidán barcelonés que tratara a España como si fuera Rusia en Ucrania. Mas, enarbolando la bandera del caos, no sería entonces Rosa Parks, sino Steven Bannon y Donald Trump, algo que no tiene buena prensa, al menos en Europa.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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