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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

El día que mataron a Solo Sandeng

El asesinato de un líder opositor y el encarcelamiento de decenas de ellos labraron el cambio en Gambia

José Naranjo
Lamine Sonko en la puerta de su casa en Kanifing, Banjul.
Lamine Sonko en la puerta de su casa en Kanifing, Banjul.J. Naranjo

Debían ser las doce de la noche cuando empezaron a golpearle en la espalda con un palo y un cinturón de policía, de esos de hebilla gruesa. Lamine Sonko estaba encadenado con grilletes a una pared de la Agencia de Información gambiana, la temible NIA. Tras 10 o 15 minutos de golpiza, le echaron agua y vuelta a empezar. “No me resistí, ¿qué iba a hacer? Les dije que ok, que me podían pegar todo lo que quisieran, que ellos ya sabían quién era yo”. Aquello duró un par de horas. En un lugar alejado, apartado de la vista del resto, Solo Sandeng, uno de los dirigentes del principal partido de oposición en Gambia, agonizaba a consecuencia de golpes parecidos o peores. Su cadáver nunca apareció. “No lo vi, no pregunté, no nos dijeron. Pero sabíamos”, explica Sonko.

La muerte de Sandeng el 14 de abril de 2016 fue el detonador que activó el resorte del cambio en el país. La resistencia y el combate de presos como Sonko, Fatoumata Diawara, Nokoi Njié o Ouseinou Darboe, hoy ministro de Exteriores del nuevo régimen, fueron las raíces de la planta que crecía en el exterior de las prisiones de Yahya Jammeh. Aquella noche de preguntas, miedo y cuerpos sudorosos golpeados hasta la extenuación empezó todo. 24 detenidos, interrogatorios, cabezas tapadas, culatazos y más golpes camino de prisión. Tras ocho meses de encierro en una celda minúscula, de comida escasa, de suciedad, olor a orines y muerte en vida, un buen día de diciembre el empresario Lamine Sonko, Darboe y el resto de sus compañeros salieron a la calle liberados por los empujones del parto de una nueva Gambia que estaba naciendo.

El Partido Democrático Unido (UDP, según sus siglas en inglés) había convocado una marcha en Banjul para aquel 14 de abril. Lamine Sonko, de 57 años, coordinador de este grupo político para el distrito capitalino de Kanifing, había sido avisado por Solo Sandeng en persona. “La idea era pedir reformas electorales que hicieran posible la salida de Yahya Jammeh del poder después de 22 años”, recuerda. La marcha partió de Serrekunda con medio centenar de personas armadas tan solo con un megáfono y pancartas. En el reino del miedo de la Gambia de Yahya Jammeh había que tener mucho coraje para salir a manifestarse. Al llegar a Westfield la Policía les estaba esperando.

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“Se acercaron a nosotros y nos preguntaron por el organizador de todo aquello. Solo Sandeng dio un paso al frente y dijo que había sido él. Cuando intentaron llevárselo detenido nos opusimos y los agentes se retiraron, hicieron una llamada telefónica y volvieron como animales enfurecidos. Empezaron a golpear a todo el mundo, muchos salieron corriendo y pudieron escapar, pero a 24 de nosotros nos esposaron y nos subieron a varias camionetas”. El relato de Sonko fluye con facilidad, está todo en su memoria. Sentado en un sillón de su casa de la capital gambiana, vestido con bubu blanco, a veces sin embargo cierra los ojos para rebuscar un nombre, una imagen, una fecha.

La primera parada fue en el cuartel general de la policía en Kanifing, donde permanecieron detenidos hasta la noche. Justo a esa hora en que los criminales y los asesinos preparan sus fechorías, cinco de los 24 manifestantes fueron llevados hasta el cuartel general de la NIA. Entre ellos estaba Solo Sandeng, quien no vería un nuevo amanecer. El resto fue trasladado hasta la prisión de Mile 2. “Nos quitaron todo, móviles, reloj, dinero. Sobre las doce de la noche nos llevaron también a la NIA donde empezaron a torturarnos”, relata Sonko. A esa hora, el rastro de Solo Sandeng se pierde en la bruma. Podría haber sido conducido a Tanjeh, donde le golpearon con saña. Lo único seguro es que murió a consecuencia de la brutal paliza y que su cadáver nunca apareció. Los otros 23 regresaban esa misma noche a las lúgubres celdas de Mile 2.

Afuera, por primera vez en mucho tiempo, un runrún de indignación recorría Banjul. Las primeras informaciones no oficiales sobre lo acontecido con Solo Sandeng despertaron a los gambianos. A los dos días, una nueva manifestación formada en esta ocasión por 150 personas se dirigía hacia la comisaría de policía con la intención de averiguar qué había pasado con él y con el resto de compañeros. El régimen volvió a responder con más represión y nuevas detenciones, entre ellas la del líder del UDP, Ousainou Darboe, que fue enviado a prisión.

Lamine Sonko: "Jammeh solía referirse a la cárcel como su hotel de cinco estrellas. Me hubiera encantado que disfrutara de su propia hospitalidad”

En Mile 2, Lamine Sonko conocía por primera vez las condiciones de vida en las cárceles de Yahya Jammeh. “Me arrojaron a una pequeña celda de 2 metros por 1,50 con una única y diminuta ventana que daba al patio. Allí pasé 20 días, incomunicado del resto de mis compañeros, 24 horas sobre 24. Me dejaban salir sólo 10 minutos para ir al baño. Lo peor de todo era la comida, una especie de papilla de cereales y un trozo de pan duro. En los ocho meses que estuve en la cárcel apenas vi carne o pescado y era muy escaso y malísimo todo”, recuerda.

Pasados los primeros días y tras el juicio que les condenó a todos a tres años por reunión ilegal y manifestación no autorizada las condiciones se relajaron un poco. “Teníamos tres horas de patio por la mañana, sí, y no nos torturaron físicamente más, pero seguíamos sin contacto con el exterior ni acceso a medicamentos. Si enfermabas te daban paracetamol y ya está. Vi a gente que se volvió loca ahí dentro”. Mientras tanto, la memoria reivindicada de Solo Sandeng y el encierro de los militantes de la UDP y activistas de Derechos Humanos como expresión de la crueldad de un régimen cada vez más aislado y de espaldas a sus ciudadanos iba cuajando en algo impensable un año antes. Las elecciones del 1 de diciembre serían el termómetro definitivo de la pérdida del miedo de los gambianos.

Ocho meses, con sus días y sus noches, pasaron hasta que Lamine Sonko y sus compañeros recuperaron la libertad perdida. “Los soldados escuchaban la radio y comentaban entre ellos, los oíamos. Entonces nos dijeron que Jammeh había perdido los comicios”. A partir de ahí, todo se precipitó. El calendario marcaba la fecha del 5 de diciembre. Tal era la dimensión de la injusticia que rezumaba de los muros de aquella cárcel que antes incluso de que tomara posesión Adama Barrow, el presidente electo del país, la Justicia se apresuraba a liberar a 19 presos políticos, entre ellos Darboe y el propio Sonko.

En los últimos días, Adama Barrow ha escogido ya a su gabinete, entre los que hay varios presos políticos. Destaca la presencia del citado Darboe como ministro de Exteriores, pero también están Amadou Sanneh, condenado a cinco años por sedición, liberado hace una semana y ahora nombrado titular de Finanzas y Omar Jallow (Agricultura), así como la activista por los derechos de las mujeres Isatou Touray que se hará cargo de la cartera de Comercio y quien también sufrió persecución y cárcel durante el antiguo régimen.

“Siempre tuve la esperanza de que en este país habría algún día un cambio. Han sido muchos años de sufrimiento. Todos nos conocemos aquí y sabían quién era yo, me quitaron el camión de transporte con el que me ganaba la vida y tuve que trabajar de taxista para mantener a mis seis hijos. Sabía lo que la gente estaba pasando y percibí que algo iba a ocurrir. No elegí ser víctima, pero me tocó”, explica Sonko, a quien le queda una pena en el alma. “Esperaba que detuvieran a Jammeh y lo juzgaran aquí, en Gambia. Él solía referirse a Mile 2 como su hotel de cinco estrellas. Me hubiera encantado que disfrutara de su propia hospitalidad”. El día que mataron a Solo Sandeng fue el día que todo cambió.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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