Cuanto mejor, peor
SE TRATA DE una paradoja esencial de nuestro tiempo, que Nacho Carretero y Kiko Llaneras resumían así en un brillante reportaje publicado por este periódico: “Los datos señalan que la humanidad está en la mejor situación de su historia y, sin embargo, la mayoría cree que el mundo empeora”. Que la mayoría cree que el mundo empeora no necesita demostración; que la humanidad está en la mejor tesitura de su historia no es una creencia: es un hecho. En los últimos 60 años, la esperanza de vida ha aumentado desde los 48 a los 71 años; en los últimos 50, la tasa de mortalidad infantil se ha dividido por cuatro; en los últimos 30, el porcentaje de personas que viven en la pobreza extrema se ha reducido a una cuarta parte y el analfabetismo ha caído desde el 44% al 15%; entre 1960 y 1980, las guerras provocaron 4 de cada 100.000 muertes, mientras que desde el año 2000 han provocado menos de 0,5 de cada 100.000; sobra añadir que las desigualdades entre hombres y mujeres son menores que nunca y que, gracias a la medicina, gozamos de mejor salud que nunca y sufrimos menos que nunca. Esto no significa que no existan problemas descomunales, pero lo cierto es que, en general, el mundo está mejor que nunca; también que la mayoría piensa que está peor que nunca. ¿Cómo entender esto?
Igual que cualquier pregunta compleja, ésta no tiene una sola respuesta. Carretero y Llaneras sugieren varias, todas válidas; a continuación me permito reformular o insistir en tres. La primera es el dominio casi absoluto que los medios de comunicación ejercen sobre la realidad; los medios no reflejan la realidad: la crean; lo que no existe en los medios no existe a secas, y para los medios una buena noticia no es noticia: esto explica que en 2016 no haya sido noticia, por ejemplo, que alrededor de 100 millones de personas salieran de la pobreza extrema, o que las muertes por malaria hayan descendido alrededor de un 60 % desde el año 2000. De añadidura, la omnipotencia de los medios ha instaurado una suerte de tiranía del presente (para ellos, lo ocurrido ayer es historia; y lo ocurrido la semana pasada, prehistoria), así que es muy fácil ignorar de dónde venimos y por tanto muy difícil saber dónde estamos.
La omnipotencia de los medios ha instaurado una suerte de tiranía del presente, así que es muy fácil ignorar de dónde venimos y por tanto muy difícil saber dónde estamos.
Otra razón que explica el desajuste radical entre la realidad del mundo y la percepción que tenemos de él es nuestra creciente capacidad de insatisfacción, fruto paradójico de la creciente capacidad de las sociedades occidentales para satisfacer nuestras necesidades; Odo Marquard lo dice así: “Cuando los progresos culturales son realmente un éxito y eliminan el mal, raramente despiertan entusiasmo. Más bien se dan por supuestos, y la atención se centra en los males que continúan existiendo. Así actúa la ley de la importancia creciente de las sobras: cuanta más negatividad desaparece de la realidad, más irrita la negatividad que queda, justamente porque disminuye”. Por lo demás, Carretero y Llaneras aducen con razón la nostalgia; yo añadiría la fatuidad. Porque cuando algún viejo intelectual abomina de la educación de hoy y añora la de su juventud, digo yo que no estará sugiriendo que la abominable educación franquista, que es la de su juventud, es mejor que la de la actual democracia, por mejorable que sea; no: lo que está es añorando su juventud y practicando el autobombo solapado, igual que lo practican esos pelmas que, en estado permanente de berrinche, gimotean un día sí y otro también que en su época todo el mundo era educado, inteligente, generoso y demás y ahora todo el mundo es zafio, tonto, mezquino y demás. Mecachis qué guapos éramos.
Habrá quien diga que aceptar la evidencia de que, en general, el mundo está mejor que nunca equivale a resignarse al conformismo. Es exactamente lo contrario: primero, porque la verdad nunca es conformista; y segundo, porque, si no se sabe lo que está bien, es imposible saber lo que está mal y dotarse de las armas con que combatirlo. Esto es un hecho; también lo es que, por la ley de la importancia creciente de las sobras formulada por Marquard, cuanto mejor estemos, más nos quejaremos de lo mal que estamos. Cosa que, según se mire, no es ninguna estupidez.
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