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Columna
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Querido Richard

Jorge Eduardo Benavides

ESTA CARTA te la debía desde los lejanos tiempos en que me instalé en Tenerife y estas eran de papel, o tal vez es mi nostalgia la que me invita a pensarlo; después de todo partí de Lima antes de que existiera el correo electrónico, el móvil y Skype, asunto que me hace sentir más bien contemporáneo de Isaac Peral. En cualquier caso, me fui antes de que ni siquiera vislumbrásemos que nuestra comunicación resultaría tan fácil que habríamos de terminar por prescindir de ella. Nos hemos convertido, parafraseando a Borges, en una de esas amistades inglesas que empiezan por excluir la confidencia y terminan por omitir el diálogo. Solo por escrito, porque cada vez que regreso a Lima estás disponible –whisky mediante– para cotejar nuestras frustraciones, inventariar buenos momentos, contarnos cómo nos va, pero principalmente para reírnos de lo mucho que nos ha pasado en este tiempo, toda el agua que ha corrido por los cauces del Rímac y el Manzanares, más de un cuarto de siglo y ahí vamos. A ti no te ha salido ni una cana y yo cada día me parezco más a mi tía Josefina. Tú sigues jugando al tenis, pero tienes más barriga que yo, que solo llevo una dieta rica en estrés.

Y estas breves líneas son simplemente para decirte qué equivocado estaba contigo.

 Tú siempre llamas o escribes por mi cumpleaños y yo siempre ando averiguando cuándo es el tuyo. A ti te ha envejecido una novela en el cajón y a mí me han salido varias, no todas buenas, pero siempre las celebras con afecto aunque me temo que no confío en tu juicio, demasiado parcial, asunto que por otro lado me alegra porque ese tipo de parcialidades son las que comete un amigo, ese que a veces te dice cosas horribles a la cara pero siempre habla bien de ti a tus espaldas. Y estas breves líneas son simplemente para decirte qué equivocado estaba contigo. Te explico: a mí siempre me pareció que claudicabas, que te habías dejado vencer –cuando todo era juventud y furor y literatura–, porque hace 25 años yo partí hacia esta España que ya es mi país, con la simple y loca idea de dedicarme a la literatura. Y tú, que pensabas hacer lo mismo, al final te quedaste. “Arrugado”, creo que te dije en el aeropuerto, con esa sinceridad brutal que solo reservo para ti –dudoso privilegio–, y con una falta de empatía lamentable. Tú, que siempre soportas mis cabreos, te reíste. Porque en realidad nunca te amilanaste, nunca te diste por vencido, en esa Lima que es especialmente cabrona y clasista para los que vienen luchando desde abajo, como ha sido tu caso. Yo tuve todo mucho más fácil, y cuando mis ilusiones y hasta mis fatigas eran de estreno, tú ya venías con una larga historia de perseverancia a cuestas. Y han debido de pasar estos largos años para que pueda darme cuenta del tremendo valor que ha tenido tu invencible esfuerzo. No todos tienen amigos así. (Por cierto, ¿cuándo es tu cumpleaños?).

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