Delirio proteccionista
Trump ensaya con el automóvil el regreso a una economía cerrada
La amenaza de Donald Trump de imponer aranceles a los automóviles de firmas estadounidenses fabricados en México que se vendan en Estados Unidos ha causado, con razón, preocupación —próxima al pánico— en la industria del automóvil y, en particular, en la rama de componentes del automóvil. Las razones de la inquietud hay que buscarlas en primer lugar en que el presidente electo confirma el frenesí proteccionista que anunció durante la campaña. Cada vez quedan menos dudas de que, en lo que se refiere a la industria y al comercio, Trump no se va a apear de la idea regresiva de que la economía americana es para los americanos, con las consecuencias que ello implica: bloqueo de mercados, aumentos de costes y pérdida de rentas, para Estados Unidos y para el resto del mundo.
Trump, al menos por lo que transmite en sus tuits, parece ignorar que la mayoría de las industrias tecnológicamente avanzadas, como la del automóvil, operan con cálculos integrados de costes y subcontratación de componentes al precio más bajo. Por la vía de nacionalizar el empleo y la producción, Trump convertirá la producción de coches de su país en una industria local.
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Para España, el desvarío proteccionista tiene graves consecuencias. La industria española de componentes de automóvil es muy floreciente, tiene un elevado grado de autonomía financiera y es una de las causas principales por las que las grandes firmas del automóvil invierten en España. Vende a Estados Unidos casi el 4% de sus exportaciones, y el 1,75% a México. Ambos mercados pueden cerrarse de forma encadenada debido a la Trumpeconomics e iniciar así una espiral de pérdidas en empleos, producción y rentas que implicará a mercados conexos.
Pero la industria del automóvil parece ser sólo la primera pieza afectada por la enajenación proteccionista. Con la coartada de Trump y bajo el paraguas del Brexit, Reino Unido está considerando cobrar tasas a las empresas británicas que empleen trabajadores extranjeros. Desde el momento en que una disposición tal se expone a la luz pública ya es una evidencia de que la idea de un mercado europeo del empleo ha fracasado. Los países o las áreas económicas se van a encerrar en sus propias fronteras, los costes de transacción se van a multiplicar y la consecuencia lógica será un empobrecimiento global, incluyendo Estados Unidos. El proteccionismo no es el remedio contra los excesos de la globalización.
Si no hay posiciones firmes frente a este rosario de despropósitos que se aprecia en el horizonte, la economía mundial camina hacia un estrangulamiento grave de la riqueza, que se va a traducir lógicamente en más desigualdad entre países y entre segmentos de renta del propio país. El escenario que se dibuja no es tranquilizador. La Trumpeconomics conduce necesariamente a una subida de los tipos de interés y a una revalorización rápida del dólar; el impacto sobre la política monetaria del euro no tardará en llegar y se estancará a medio plazo, afectado además por factores coyunturales (petróleo). La pregunta es: ¿disponen Europa o Japón de respuestas adecuadas contra el delirio proteccionista?
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