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Columna
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Los robots atacan

Casi la mitad de los trabajadores en los países avanzados corren el riesgo de perder sus puestos por la automatización de sus funciones

Víctor Lapuente
Un robot sirve como camarero en Liaocheng, China.
Un robot sirve como camarero en Liaocheng, China. CORDON PRESS

Tras años en la gruta de la crisis, salimos a la luz. Para encontrarnos frente a un enemigo aún más amenazante: los robots. Cerramos un buen año para el empleo. Pero abrimos unas décadas de lógico temor ante la imparable robotización de nuestros trabajos.

Los augures han destripado todas las vísceras estadísticas. Sus profecías son siniestras. Casi la mitad de los trabajadores en los países avanzados, y más todavía en los emergentes, corren el riesgo de perder sus puestos por la automatización de sus funciones. Taxistas, dependientes de tiendas, pero también contables, auditores o técnicos especializados. Toda actividad que incluya rutinas, por complejas que sean y por años de formación que requieran, es susceptible de ser apropiada por las máquinas.

¿Qué podemos hacer? Como siempre, cuanto más incierto es el futuro, más hay que mirar al pasado. Ello nos ayudará a aterrizar los miedos y a cribar las soluciones más sensatas.

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Lo primero que nos enseña la historia es que anteriores procesos de mecanización han trazado un patrón similar. Al pánico inicial sobre la pérdida de puestos de trabajo sigue, un tiempo después, la ilusión por la creación de nichos de ocupación en sectores insospechados. Las distintas olas de industrialización no sólo no menoscabaron las oportunidades profesionales de los trabajadores, sino que permitieron la expansión de la masa laboral de un país, incorporando, por ejemplo, a mujeres que hasta entonces habían estado apartadas de la economía formal. Los caballos y los bueyes perdieron. Los humanos ganamos.

El pasado también nos indica la mejor estrategia a seguir frente al miedo que todo salto tecnológico desata. Históricamente, no funcionó el escapismo de los obreros que destruían máquinas ni el de los intelectuales que, resignados a un futuro sin trabajo, proponían soluciones utópicas, como una renta básica incondicionada. Lo que funcionó fue el diseño de seguros públicos inteligentes que combinaran protección a las víctimas temporales de la mecanización junto con incentivos al trabajo.

Así fue como Bismarck, o la socialdemocracia, derrotaron a Terminator. @VictorLapuente

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