Soledad Chapetón, la alcaldesa valiente de Bolivia
L A SEDE de la Alcaldía de la ciudad más contestataria de Bolivia, El Alto, es improvisada: una estructura con techos altos y grandes cristaleras diseñada originalmente para funcionar como centro de convenciones. Las estanterías que guardan la documentación y las minutas institucionales están ubicadas frente a la cocina, tras una puerta con un cartel donde se lee “Comedor”; las fotocopiadoras y los escritorios se han adueñado de los espacios más chicos de la construcción. El anterior ayuntamiento fue arrasado el 17 de febrero de 2016, durante una protesta encabezada por un grupo de padres que reclamaban mejores infraestructuras educativas y que terminó con seis funcionarios muertos y la quema y saqueo de las oficinas municipales. Soledad Chapetón recuerda aquel día de furia como el más triste de su gestión. Un año antes, como candidata de la formación opositora Unidad Nacional, había ganado las elecciones en uno de los bastiones del Movimiento al Socialismo, el partido del presidente, Evo Morales.
Carmen Soledad Chapetón Tancara viste pantalón oscuro y la chamarra color amarillo patito que utilizan los empleados de la Alcaldía. Nació en 1980. Es hija de dos migrantes del campo: un expolicía y una antigua vendedora de pescado que están convencidos de que para salir adelante hay que cuidar la comida y la vestimenta, que le enseñaron el valor de la honradez y el trabajo duro. Cuando estudiaba Ciencias de la Educación, solía salir de casa con las monedas justas para pagar el microbús hasta la universidad y el almuerzo. De niña, inventaba juegos con lo que tenía a mano porque sus padres casi nunca tenían dinero para comprar juguetes, y sus travesuras le han dejado alguna que otra cicatriz.
Hoy, Chapetón, más conocida como La Sole entre sus seguidores, se mueve en una vagoneta Nissan Patrol propiedad de la Alcaldía y trata de no trastabillar en un mundo –el de la política– donde la popularidad suele ser efímera. Se enfrenta a los problemas bajo un eslogan –“Con vuelo propio”– con el que aspira a diferenciarse de sus antecesores con “una nueva forma de hacer política”. Porque Chapetón lo dijo alto y claro: se acabó que algunos sindicatos y asociaciones de la ciudad manden y decidan en la Alcaldía y ahí está ella para enfrentarse a antiguos dirigentes vecinales si no apuestan por el bien común.
Le molesta que hayan puesto en duda sus capacidades: “Si un hombre no pudo, ¿lo podrá hacer ella?”, escuchó tras imponerse en 2015 a Edgar Patana, el candidato del Movimiento al Socialismo. Dice que ha aprendido a ser desconfiada, y que sus enemigos son sobre todo varones: algunos hombres de la vieja guardia, acostumbrados a privilegios. Su mejor baza son los nuevos líderes que representan a un sinfín de asociaciones gremiales y a algunas juntas vecinales. Ellos son, dice, “dirigentes que persiguen objetivos comunes”, y que velan por el bien de la ciudad sin una motivación partidista. Y cree que las mujeres son el futuro: “En El Alto somos mayoría. Le ponemos corazón a lo que hacemos. Eso marca una diferencia”.
Asegura que no está aquí ni por ser mujer ni por ser joven. Sus propuestas –desde la lucha contra la corrupción a un aumento de las obras civiles y la mejora de la seguridad– van mucho más allá de esas dos etiquetas que algunos diarios han utilizado para presentarla. Maneja los hilos de la ciudad “rebelde” que en 2003 propició la caída del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, tras un conflicto que dejó más de 60 muertos, como si siempre hubiera estado al frente.
Según los datos del último censo de población, El Alto tiene 848.840 habitantes. En el libro Los alteños (2010), el periodista Mario Roque dice que en la ciudad hay más de 5.000 emprendimientos industriales y entre 350 y 420 asociaciones gremiales con alrededor de 95.000 afiliados, y destaca un dato: la mayor parte de la población trabaja por cuenta propia. Los jueves y domingos se instala un mercado callejero con más de 10.000 puestos que ocupa unas 338 hectáreas. Por las noches, se calcula que abren sus puertas 1.500 bares clandestinos y 200 prostíbulos. La expansión hacia las carreteras del Altiplano es una constante desde hace años. Muchos barrios crecen sin planificación. Y hay quien piensa que se trata de una tierra ingobernable. Chapetón dice que El Alto no es un territorio fácil, pero está convencida de que podría convertirse, con el tiempo, en una ciudad segura y moderna.
Mientras impulsa algunos planes para el cambio, la alcaldesa ha transformado su despacho en un ambiente acogedor. Hay un sillón de varias plazas con forma de ele, una Biblia con la que ora y algunos detalles más propios de la habitación de una adolescente: un globo que desea feliz cumpleaños, una muñeca que custodia el respaldo de su silla, un peluche gigante que descansa en una esquina. Este, dice, es el regalo de “alguien que no tiene nombre”. El misterio, al parecer, también forma parte de sus rutinas.
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