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Columna
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“Sal del agua, inglés, y danos libros”

Manuel Rivas

PARA CONTRARRESTAR la identidad negativa de un país tradicionalmente alérgico a la lectura, resulta emocionante leer un fragmento de La Biblia en España, allí donde George Borrow cuenta que, cuando estaba bañándose una noche en el Tajo, se presentó en la orilla del río un grupo de gente que comenzó a gritarle: “Sal del agua, inglés, y danos libros; traemos el dinero en la mano”.

El libro de Borrow tuvo un primer traductor y prologuista extraordinario, Manuel Azaña, quien habría de ser presidente de nuestra República, y que lo describió como “un precioso documento para la historia de la tolerancia, no en las leyes, sino en el espíritu de los españoles”. Borrow era sabedor de que se jugaba el pellejo en aquel viaje, hacia mediados del XIX, por la catadura de los gobernantes, pero su mirada es tan penetrante y libre que subvierte la típica óptica. “Aunque suene a cosa rara, España no es un país fanático”.

Borrow descubrió y nos descubrió un país desconocido porque caminó a la par de la gente corriente, y seguido de un caballo cargado de libros. Pudo conocer un singular miedo español: el del campesino al que le castañeteaban los dientes cuando tuvo en las manos las Escrituras. Un miedo antiguo, metido hasta en la raíz. Leer e interpretar las “divinas palabras” uno mismo era pecado, una transgresión. Pero pudo conocer también esa gente que vencía el miedo y acudía en la noche con esa consigna que hoy suena cómica, “¡Sal del agua, inglés, y danos libros!”, como en un precedente hispano de La sociedad literaria y del pastel de piel de patata de Guernsey, la novela de Mary Ann Shaffer en la que se cuenta cómo los habitantes de la isla del Canal resistieron la pesadilla nazi organizados como club de lectura y un humor gastronómico.

La Biblia en España es un género en sí mismo, mucho más allá de un libro de viajes. Contiene la ironía dramática de un pueblo aherrojado que ama la libertad, y por tanto los libros, privado históricamente de ese placer. ¿Cómo nos vería hoy George Borrow, qué contaría de España? A pesar de las estadísticas negativas, del estigma de la alergia a la lectura, creo que Borrow podría anotar hoy algunas revoluciones positivas, protagonizadas por la gente corriente, y que a veces oculta la polución causada por la desidia oficial.

George Borrow no dejaría de registrar la extraordinaria eclosión, multiplicación, de los clubes de lectura. Uno de los acontecimientos editoriales de este año pasado, con repercusión merecida, ha sido La España vacía, de Sergio del Molino. El despoblamiento va precedido de un vaciamiento cultural. Un lugar empieza a descoserse de la vida cuando ya no se ejerce el derecho a soñar. Esa sensación extraña de que hay lámparas encendidas, pero se ha apagado la luz.

Cuando expreso mi entusiasmo con esta “modesta revolución” que significa la gran eclosión de clubes de lectura en España, hay alguna gente que frunce el ceño.

El vaciamiento también puede darse, se está dando, en lugares poblados. Es imprescindible la psicogeografía de los lugares de encuentro. Cuando expreso mi entusiasmo con esta “modesta revolución” que significa la gran eclosión de clubes de lectura en España, hay alguna gente que frunce el ceño. Eso de “club de lectura” les suena a algo anacrónico. En realidad, y por las experiencias que conozco, son espacios de vanguardia, allí donde gente diferente se reúne en condiciones de igualdad, donde la sociabilidad es presencial y no virtual, y donde no domina un interés comercial o doctrinario. La palabra revolución no está de más: hay casos en los que los padres se han sumado a los clubes, o a las lecturas, a partir de la experiencia de las hijas.

Algunas de las llamadas “redes sociales” son, en realidad, depósitos de ego o de vejámenes. Frente a esa deriva pueril, ¿no es revolucionario, vanguardista, el simple hecho de conseguir que se reúna un grupo de personas de diferentes gustos, géneros, edades y profesiones para debatir durante horas sobre La España vacía o el capítulo 22 de Don Quijote?

Digo el capítulo 22, parte I, porque es lo que me cuenta un amigo. Que en el club de lectura se han pasado el último mes discutiendo sobre el capítulo en el que el ingenioso hidalgo libera a los presos que son conducidos a galeras. Y ahí siguen. Y ahí quería ver yo al Tribunal Constitucional. Qué envidia.

En fin. Director de programas de TVE, ¿para cuándo una serie sobre La Biblia en España, el mejor libro de viajes a las entrañas de este país?

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