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Bioquímica del embarazo y la maternidd

Muchos comportamientos, del enamoramiento al instinto maternal, están orientados a preservar la procreación. ¿Se mantendrán si esta está asegurada?

Milagros Pérez Oliva
Mujer embarazada.
Mujer embarazada. EFE

Una investigación publicada en la revista Nature Neuroscienceha descubierto que el embarazo cambia el cerebro de la madre. Que provoca una disminución de la materia gris del área que regula la cognición social y la empatía, algo que no ocurre en el cerebro del padre, ni durante el embarazo ni tras el nacimiento del niño. El trabajo es una demostración empírica de algo que las madres —y su entorno— perciben en cuanto quedan embarazadas: que el mundo deja de importarles tanto como les importaba. Toda su atención, todo su afecto, se dirige al ser que crece en su interior y no es que todo lo demás les resulte indiferente, pero pasa a un segundo plano. Es una parte de lo que desde otras aproximaciones se ha denominado el instinto maternal. La comprobación de que esta alteración se mantiene tras al parto tampoco resulta sorprendente. Siendo la humana una de las especies cuyas crías más tiempo tardan en poder vivir de forma autónoma, lo normal es que se mantenga al menos durante unos años.

Desde que la resonancia magnética funcional permite penetrar en el cerebro y ver qué áreas se activan y qué tipo de neurotransmisores intervienen, proliferan los estudios que, como este, permiten describir los mecanismos que intervienen en el comportamiento. Resulta muy interesante, pero llegará un día que tendremos el mapa bioquímico completo de todo lo que nos ocurre y entonces se perderá mucho del misterio que nos hace atractivos y diferentes. Ya sabemos mucho de la bioquímica del amor. Sabemos que en el enamoramiento tiene un papel muy importante una hormona llamada oxitocina, que por cierto también interviene en el parto y en el orgasmo. Que la mayor secreción de oxitocina inunda el cerebro de neurotransmisores como la dopamina (excitación), la noradrenalina (euforia) o la serotonina (bienestar) y grandes cantidades de una anfetamina endógena, la feniletilamina, que es la que obnubila y hace perder la cabeza.

Todo esto tiene su parte positiva y su parte inquietante. La positiva es que cuanto más sabemos, mejor podemos explicar lo que nos ocurre y eso libera de culpa a quienes no responden a los patrones esperados. Si en tiempos de Enrique VIII de Inglaterra y de muchos otros monarcas se hubiera sabido que el tener un hijo varón no depende de la mujer, pues es el hombre el que transmite el cromosoma Y, no se hubiera vilipendiado a tantas esposas. De la misma manera que ahora sabemos que hay una depresión posparto provocada por mecanismos bioquímicos, saber que el cerebro se altera en el embarazo obliga a aceptar que no lo haga siempre igual y que eso no dependa de la voluntad de la mujer.

La parte inquietante es que en realidad todos estos mecanismos, desde el enamoramiento al apego maternal, están orientados a garantizar la procreación y asegurar la supervivencia de la especie. Pero ahora que la procreación está siendo algo cada vez más controlado, pautado y programado, ¿perderán su sentido? Si tenemos la procreación asegurada, ¿no dejarán de ser funcionales en algún momento? ¿Dejaremos de enamorarnos?

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