Zúñiga, el misterio de un fotógrafo olvidado
LEICA EN RISTRE, a la caza del encuadre y el instante perfecto. Ella siempre está buscándolos. Solo la muerte con la que se dará de bruces tres semanas después impedirá que siga haciéndolo. Se acerca la cámara al ojo derecho mientras la luz a su espalda baña su rubio cabello corto. A pocos metros, con idéntico ademán y en total sincronía, otro fotógrafo dispara y toma uno de los retratos más emblemáticos de Gerda Taro, la joven que enamoró a Robert Capa y con quien formó la legendaria pareja de fotorreporteros que inmortalizaron la guerra civil española. La imagen, cuyo negativo original puede verse ahora reproducido a la derecha de estas líneas, es mundialmente conocida. Pero no quién la hizo.
Zúñiga se pasó la guerra civil con una cámara de fotos en la mano, como recuerda su hija. Sus imágenes encierran un pedazo de la historia de españa.
“No conocemos al autor y no hay ninguna información adjunta a la foto”. El correo electrónico enviado desde el International Center of Photography (ICP) ocupa apenas dos líneas. Esta institución guarda en su sede de Nueva York la única copia conocida de la imagen. “Era parte del Archivo Robert Capa que perteneció a su hermano, Cornell Capa”, señalan. La fechan en julio de 1937, “en el frente de Guadalajara”. La copia, recortada y reencuadrada, ha sido el origen de numerosas reproducciones. Resulta fácil encontrarla en Internet. Y, a pesar de que no se conocía al verdadero autor, llegó a ser publicada con el crédito atribuido a Robert Capa. El negativo ha estado perdido durante casi 80 años.
Rogelio Sánchez, de 57 años, forma parte de la Asociación Española de Cine Científico (Asecic) y recuerda que le resultó difícil abrir aquella lata oxidada de película fílmica de 70 milímetros, que había llegado a sus manos “por casualidad”, en 2010, donada por la familia del fundador de la asociación. Lo que Sánchez no imaginaba entonces es que, cuando lograse destaparla, encontraría cerca de 3.500 negativos con escenas de la Guerra Civil. Un documento histórico de gran magnitud, ordenado en pequeños sobres de papel. Sánchez enseñó el acervo a un compañero aficionado a la fotografía, Alfredo Moreno, quien detectó entre ellos una imagen que llamó su atención: Gerda Taro a punto de tomar una foto. Estaban ante el verdadero retrato de la reportera y un indicio de que el autor sin nombre era un desconocido español: Guillermo Fernández López Zúñiga.
Biólogo y cineasta nacido en Cuenca en 1909, Zúñiga se pasó la guerra con una cámara en la mano. “Siempre llevaba una encima”, recuerda su hija Teresa Fernández frente a una taza de café en su casa de Madrid. Mientras habla, Fernández despliega sobre la mesa media docena de vetustas máquinas compactas y réflex que pertenecieron a su padre, a quien le fascinaba retratar la naturaleza. Esta pasión arraigó en él desde niño y le acompañó toda su vida. Fue profesor de ciencias naturales y pionero en el rodaje de filmes de contenido científico, entre los que destaca su ópera prima: La vida de las abejas. Décadas más tarde, llegaría a ser considerado padre del cine científico español. Sus fotos, sin embargo, apenas se conocían.
Ahora, una exposición las rescata del olvido. La muestra se abrirá el próximo 14 de diciembre en el madrileño cine Doré; ha sido organizada por la Filmoteca Española y la ASECIC, que además celebra su 50º aniversario. Allí podrán contemplarse más de un centenar de imágenes que saldrán a la luz por primera vez, algunas de las cuales se reproducen en estas páginas. Cada una cuenta un relato. El de los soldados ateridos fumando en la nieve. Las trincheras de Madrid. Los adolescentes catalanes que sonríen tímidos antes de partir al frente. Los puentes de la batalla del Ebro. El cortejo fúnebre de Largo Caballero en París. Lugares, momentos y rostros que ya no existen. Pero sobreviven en estas fotos.
El impulsor principal de esta labor de recuperación ha sido Rogelio Sánchez, convertido en albacea del legado fotográfico de Zúñiga. Sánchez ha logrado trasladar todos los negativos a la Filmoteca Nacional para que sean debidamente conservados y difundidos. Tan solo esta colección serviría para ilustrar decenas de volúmenes sobre la Guerra Civil con imágenes inéditas. Trinidad del Río, trabajadora del archivo gráfico de la Filmoteca, se encarga de reproducir el último centenar de placas no clasificadas. Proceden de una pequeña caja de metal que se encontraba dentro de la misteriosa lata. No son pocos los negativos ajados y descompuestos. Algunos han empezado a convertirse en polvo. Su destino final es un búnker de hormigón subterráneo, junto a miles de películas que preserva esta institución. Al ser negativos de nitrato, un material delicado y altamente inflamable, precisan de condiciones especiales de conservación.
Soldados ateridos. Trincheras de madrid. Puentes de la batalla del ebro. Lugares y rostros que ya no existen. Pero sobreviven en estas fotos.
Pero este no es el único acervo atribuido a Zúñiga. El Centro Documental de la Memoria Histórica conserva en Salamanca unos 300 negativos que saltaron a los medios cuando su existencia se conoció en 2011. Este conjunto fue vendido al Ministerio de Cultura por Tino Calabuig, fundador de la madrileña galería Redor. Durante una conversación en su casa, Calabuig sostiene que Zúñiga se los regaló y desvela haber descubierto en su archivo 200 fotografías más. Asimismo, el Archivo Histórico del Partido Comunista de España (PCE) conserva varios cientos de negativos donados, al parecer, por Zúñiga.
Rogelio Sánchez guarda en su memoria el día en el que, hace muchos años, siendo empleado del Museo de Ciencias Naturales, perteneciente al CSIC, recibió la visita de un hombre que preguntaba por algunas viejas películas de cine científico. Aquel desconocido le explicó que las había rodado antes de la guerra, pero que deberían estar ahí. Le dijo su nombre y algunos títulos, entre ellos La vida de las abejas. Sánchez consultó el archivo, pero el nombre que le daba había sido borrado durante la dictadura y los filmes habían desaparecido. No recuerda con claridad la reacción de aquel señor del que acabaría siendo amigo, pero a su mente viene una sonrisa serena.
pulsa en la fotoVista de la Ribera del Manzanares desde las azoteas del Palacio Real.Guillermo Fernández Zúñiga
“Mi padre era serio, pero no triste, cariñoso sin ser besucón”, leyó Teresa Fernández en el acto con motivo del homenaje dado a su padre en la Filmoteca Española el 23 de septiembre de 2009, cuatro años después del fallecimiento de Zúñiga. “Hablaba muy poco, despacito, siempre con un punto de ironía; no era un gran conversador a no ser que se tratara de cine, y sobre todo de cine científico”. Apenas contaba nada sobre la guerra.
Cuando la contienda estalló en 1936, Zúñiga aprovechó sus conocimientos audiovisuales para rodar noticieros que emitía el servicio de propaganda del PCE. Una actividad que le permitió acompañar a periodistas que llegaban a cubrir la tragedia. “Esta participación en los trabajos cinematográficos determinó que frecuentemente fuese designado para acompañar, por ciudades y frentes de batalla, a reporteros y directores de películas que venían a la zona republicana”, explica el propio Zúñiga en una de sus cartas recogida en el libro Guillermo Zúñiga. La vocación por el cine y la ciencia, editado por la UNED. Entre los cineastas con los que coincidió están Roman Karmen, una de las figuras más influyentes en la historia del cine documental, o Joris Ivens, director del filme The Spanish Earth, cuyo guion escribieron Ernest Hemingway y John Dos Passos, y que fue narrado por Orson Welles.
Si en algún momento Zúñiga acompañó a Robert Capa o Gerda Taro, quienes viajaron a España siendo novios para cubrir la Guerra Civil, es un misterio. Pero las fotos que guardaba evidencian que coincidió con ellos en varios lugares y momentos. Algunas de las imágenes atribuidas a Zúñiga encajan en series de célebres fotógrafos extranjeros. Entre los negativos que el galerista Calabuig vendió al Ministerio, por ejemplo, hay uno de unos granaderos republicanos idéntico a una imagen de la agencia Magnum firmada por David Seymour, Chim.
Publio lópez mondéjar: “igual que en la maleta de centelles había fotos suyas y de otros, es posible que en la lata de zúñiga ocurra lo mismo”.
En el caso de la fotografía tomada a Gerda Taro, los negativos de Zúñiga revelan que la escena no tuvo lugar en Guadalajara, sino en Valencia, en julio de 1937. Por aquellos días, la ciudad levantina era un hervidero de intelectuales de todo el mundo comprometidos con la causa de la República: Antonio Machado, André Malraux, Miguel Hernández, Alexéi Tolstói, Pablo Neruda, Octavio Paz… Ellos y muchos más participaban en el Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura que se celebró en el consistorio valenciano y que la joven fotógrafa estaba cubriendo. De algún modo, la copia del retrato de Taro acabó en Nueva York, en manos del hermano de Capa, fundador del ICP, fallecido en 2008.
“La Guerra Civil era un contexto muy confuso en el que los fotógrafos colaboraban entre sí y en el que el concepto de autoría no era como el de ahora”, explica el fotohistoriador Publio López Mondéjar. “Era frecuente que se intercambiaran fotos puntualmente, cuando tenían que cubrir algo y no llegaban a tiempo. De hecho, en el grupo de Gerda Taro, David Seymour y Robert Capa hay muchos casos en los que las autorías no están claras y la opinión mayoritaria entre los expertos es que son dudosas”. Este respetado especialista recuerda que muchos fotógrafos extranjeros se movían en la órbita del PCE, con el que entablaban contacto para viajar a España y que les facilitase moverse por los frentes y conocer a los mandos militares. Enviaban las fotos ya reveladas a los medios y en muchos casos no llevaban encima su material. “Era peligroso ir con según qué negativos”, dice López Mondéjar. “Se los dejaban a algún camarada para que los guardase”.
López Mondéjar no descarta que en la lata de Zúñiga pueda haber imágenes de otros fotógrafos. Y recuerda que cuando estudió el archivo de Agustí Centelles concluyó que entre sus imágenes había algunas de otros autores, como Gonzanhi o Torrents. “Igual que en la maleta de Centelles había fotos de él y de otros, puede que en la lata de Zúñiga haya fotos suyas y de otros. Solo me atrevo a especular”.
Tras la guerra, Zúñiga tuvo que dejar atrás a su familia, su país y sus queridas películas de cine científico. Marchó al exilio y formó parte de los miles de refugiados españoles que acabaron varados en las playas de Argelès-sur-Mer, al sur de Francia. Allí se las ingenió para hacer fotos de la vida de los refugiados a la intemperie y para fabricar un pequeño laboratorio de revelado con latas y los materiales que pudo reunir, según relata su hija. “Era muy manitas”, recuerda. Lograba salir del cercado gracias a su buena relación con algunos gendarmes, a los que retrataba con su cámara. Escribía mucho a su mujer y a su hija, y junto a sus misivas enviaba cuentos y dibujos. Su paso por aquellos campos erosionó su salud y contrajo una bronquitis crónica. Cuando por fin pudo salir, se ganó la vida en Francia esculpiendo figuras en muebles de madera.
Pocos meses después estalló la II Guerra Mundial y la ocupación nazi. “Durante toda la segunda gran guerra europea, yo permanecí en Francia trabajando y luchando al lado de la Francia Libre. Por esta actividad fui encarcelado y encerrado en el campo de concentración de Gurs, de donde me evadí cuando me iban a trasladar a los campos de concentración y de exterminio de Alemania. Me vi obligado a vivir en la clandestinidad con el nombre de Guillermo Zúñiga López”, narra en primera persona en su correspondencia. De su vínculo con el Gobierno republicano en el exilio dan fe las instantáneas que conservaba del funeral de Francisco Largo Caballero en París en 1946 e imágenes de la cúpula del PCE tras la guerra.
“Yo conocí físicamente a mi padre en 1954”, relata Teresa Fernández. “Nos esperaba en el puerto de Buenos Aires”. La familia decidió trasladarse a Argentina, adonde Zúñiga viajó al salir de Europa. Era la primera vez que se veían. “Nuestra vida en Argentina transcurrió desde el principio como si siempre hubiésemos estado juntos”, rememora. Allí su padre pudo labrarse una carrera en la industria del cine, mantuvo contacto con españoles exiliados como el escritor Rafael Alberti o el cineasta Carlos Velo y volvió a rodar documentales de cine científico. Siempre quiso volver a su Cuenca natal.
En 1957 regresaron a España. La salud de Zúñiga mejoró y comenzó a trabajar en la UNINCI, productora conocida por películas como ¡Bienvenido, Míster Marshall! Ejerció como jefe de producción y conoció a Luis García-Berlanga, Juan Antonio Bardem y Francisco Rabal. Con el tiempo, creó su propia productora y se dedicó a su gran pasión, el cine científico. Rodó documentales y fundó la ASECIC. Nunca reivindicó sus miles de imágenes de la Guerra Civil. Sus allegados creen que no quiso comprometer a quienes aparecían en ellas. Y que toda su atención estaba centrada en la ciencia. En un rincón de aquella casa de Cuenca guardó la lata llena de imágenes, entre las que se encuentra el misterioso negativo del retrato de Taro.
Tres semanas después de que la fotógrafa fuera retratada en Valencia, el Ejército republicano embestía las líneas franquistas en Brunete. El ataque acabó en una desbandada en la que se vio inmersa Taro tras fotografiar la ofensiva. Un tanque republicano la arrolló y la hirió de muerte. No llegó a cumplir los 27. Pero sus fotos ya eran leyenda. El legado de Zúñiga ha esperado, en cambio, 80 años hasta arrojar nueva luz sobre el pasado reciente de España.
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