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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La Unesco premia la inmensa imaginación de los seres humanos

El Patrimonio Inmemorial refleja la creatividad en la búsqueda de soluciones a problemas compartidos

Guillermo Altares
Fiesta de las Fallas de Valencia.
Fiesta de las Fallas de Valencia.Jorge Guarro (Unesco)

Las Fallas de Valencia, la caza con halcones, el yoga, una danza kazaja, la cultura de la cerveza en Bélgica, un festival de viticultores en Suiza, el carnaval de El Callao en Venezuela, el teatro de marionetas de Chequia y Eslovaquia, el plato oshi palav de Tayikistán, el merengue o la rumba, la festividad de año nuevo (Nuruz), en una serie de países de Asia que van desde Irán hasta India, o las cooperativas en Alemania son algunos de los elementos que la pasada semana la Unesco ha declarado Patrimonio Inmemorial.

Resulta difícil encontrar un término más preciso para agrupar la inmensa variedad de manifestaciones del genio humano que reconoce la ONU cada año. De hecho, la Organización de Naciones Unidas para la Cultura y la Educación recomienda utilizar la palabra elementos porque, según explica una portavoz de la organización, "no se inscribe una cosa, sino el arte de hacerla (por ejemplo: no la cerveza, sino la cultura cervecera)". En total, la lista de Patrimonio Inmaterial alberga 336 elementos, que reflejan la inmensa imaginación de los seres humanos, su capacidad para convertir en arte su relación con el mundo, desde el silbo gomero hasta el flamenco o la dieta mediterránea.

El Patrimonio Inmaterial es una creación de este mismo siglo porque resultaba cada vez más evidente que una parte muy importante de lo que somos se quedaba fuera si la Unesco protegía solamente lugares físicos. Por otro lado, la revolución tecnológica podría arrinconar algunas formas no solo de expresión, sino también de relación social, y resulta necesario luchar para que sigan teniendo lugar en un mundo de pantallas omnipresentes e invasoras.

Algunas de las inscripciones pueden parecer un poco extrañas, pero si se juntan todas, como los puntos en un dibujo que nunca acabaremos de completar, nos damos cuenta de la inmensa diversidad de lo que somos, pero también de lo que nos une, de las extraordinarias soluciones que hemos ido encontrando a lo largo de nuestra historia para lidiar con los problemas que teje la vida.

Las Fallas, por ejemplo, es una fiesta que anuncia el principio de la primavera. El Nuruz, el año nuevo centroasiático, se celebra en fechas muy similares, a finales de marzo, y tiene también como objetivo la renovación, la voluntad de empezar de cero (uno de los posibles orígenes de las Fallas se encuentra en la quema de los restos de madera de los carpinteros para limpiar sus talleres). La música, las diferentes formas de teatro tradicional o las celebraciones populares, relacionadas con las estaciones y, por tanto, con las cosechas y el ciclo de la existencia, son manifestaciones de las mismas soluciones y de los mismos deseos.

El primer año en que se estableció el Patrimonio Inmaterial, 2008, entre los muchos elementos inscritos estuvieron el teatro Kabuki de Japón y el teatro de Marionetas de Sicilia, separados por miles de kilómetros y unidos por la misma historia fundamental de la humanidad.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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