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CLAVES
Columna
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Amados o apestados

En España los políticos que reconocen un error quedan estigmatizados para el resto de sus días

Víctor Lapuente
La senadora y exalcaldesa de Valencia, Rita Barberá, en una imagen de 2007.
La senadora y exalcaldesa de Valencia, Rita Barberá, en una imagen de 2007. Kai Försterling (EFE)

Tan malo es tolerar la corrupción como exagerarla. Porque ambas reacciones obedecen al mismo instinto: arropar a los nuestros y a envilecer a los otros. Consentimos la corrupción cuando trae dividendos a nuestro territorio, colectivo o partido. Pero, si no, somos extremadamente severos. Y tan peligrosa es la negación de una dolencia como la sobremedicación.

Nos cuesta separar el pecado del pecador. En otros países, un político acusado de una actuación deshonesta es forzado a dimitir y queda apartado de la vida pública. Pero no necesariamente para siempre. Si se arrepiente de forma sincera y convincente, puede intentar reincorporarse tras un periodo de penitencia. Hay una ley no escrita que otorga una segunda oportunidad si un político admite su error y hace propósito de enmienda.

La política española no da segundas oportunidades. Si reconoces un error, has firmado tu certificado de defunción política. Lo que ayuda a entender por qué las dimisiones de políticos son tan infrecuentes en España. Nuestro código penal ha sido laxo con la corrupción, pero nuestro código político solo tiene una pena: la cadena perpetua. No condenamos a un político por un acto corrupto. Lo estigmatizamos para el resto de sus días.

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No ponemos la diana en la acción reprobable, sino en el individuo y, a poder ser, en su partido. Un escándalo es una enmienda a la totalidad de una organización. Ello explica que, aun teniendo unos niveles de corrupción moderados, el 95% de los españoles creamos que la corrupción está muy extendida. Generalizamos sin decoro, transfiriendo la responsabilidad del imputado a su familia política. Ciertamente, ha habido en España maquinarias de extracción de rentas ligadas a partidos. Pero debemos distinguir ambos entes, desmantelando las redes corruptas y preservando los partidos.

El clan es implacable con los miembros de los grupos rivales. Y perdona a sus ovejas negras, siempre y cuando se mantengan dentro de una línea invisible que los jefes del clan mueven a su conveniencia. La línea que traspasó Rita Barberá. La que separa a los amados por los suyos de los apestados por todos. @VictorLapuente

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