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Columna
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En el acantilado de cristal

Manuel Rivas

LA EXPRESIÓN “techo de cristal” ha traspasado en pocos años el ámbito de los estudios de género y ya no resulta extraña en el habla cotidiana. Refleja la barrera invisible, no estipulada, pero muy real, que limita a menudo el ascenso profesional de las mujeres y las mantiene apartadas de puestos que les corresponderían por sus cualidades y méritos. Pero los códigos de paso, incluso en los edificios inteligentes, suelen estar en manos de machos proclives a un favoritismo grupal masculino. La protección de lo que llaman old boys network, la red de los de siempre.

Habíamos hablado, sí, del techo de cristal, pero Ana Luisa, una compañera de aventura periodística, me pone al tanto de una metáfora femenina de riesgo. Está el techo de cristal (en su origen, glass ceilling barriers). Y está el acantilado de cristal (the glass cliff). Podría ser un buen título para una película del mejor Almodóvar, y parece de la estirpe poética abismada de Rosalía de Castro, Emily Dickinson, Virginia Woolf, Nelly Sachs, Sylvia Plath o Alejandra Pizarnik. Pero, en este caso, las mujeres situadas en el acantilado de cristal son gestoras o ejecutivas en tiempos de crisis. Como expresión reciente, surgió de un estudio sobre la deriva de cien compañías británicas en situación crítica. Esta investigación, realizada por Michelle K. Ryan y Alexander Haslam, de la Universidad de Exeter (Reino Unido), ponía de relieve que aumentaba la contratación de mujeres para liderar las empresas cuando las cosas se torcían. El techo de cristal se rompía, sí, excepcionalmente, pero no para llevarte al cómodo despacho que ocupaba el anterior jefe, sino para encaramarte al acantilado de cristal.

El recurso al liderazgo femenino cuando la situación se complica mucho viene a demostrar la escandalosa discriminación establecida en tiempos de normalidad.

La primera interpretación podría ser positiva, incluso triunfalista. En caso de naufragio, las mujeres, primero, sí, pero para tomar el mando y salvar el barco. El recurso al liderazgo femenino cuando la situación se complica mucho viene a demostrar la escandalosa discriminación establecida en tiempos de normalidad. La normalidad es muy anormal. Y hasta qué punto.

De todas las revoluciones mentales, aquellas que afectan al modo de concebir el mundo, la que representa el feminismo es la más honda y positiva. Pone en cuestión todas las otras injusticias y desigualdades. Y libera al hombre tanto como a la mujer. Dice Rebecca Solnit en Los hombres me explican cosas (Capitán Swing Libros, 2016): “Pensemos de cuánto tiempo y energía dispondríamos para dedicarnos a otras cosas que importan si no estuviésemos tan ocupadas sobreviviendo”. El que expone Solnit es un “nuevo feminismo”, radical y expresado con lexemas de simpatía, que no se desentiende de las luchas del siglo XX. Reivindica el valor de esas pioneras que consiguieron en pocos años sacudir todas las conciencias. En la sacudida, muchos solo se quedaron con el escándalo sin probar la manzana de las ideas.

Me interesa y me perturba lo que Solnit dice del tiempo. Lo que se podría estar haciendo con el tiempo. Lo que se hace. A lo largo de la historia, el tiempo femenino es en gran parte un tiempo de obliteración, de borrado, de ocultación y de miedo. Un miedo que tiene cifras. En el libro se habla de una media de 66.000 feminicidios por año en el mundo y se cita una información del Journal of the American Medical Association: “Estudios de la Dirección General de Sanidad revelan que la violencia doméstica es la principal causa de lesiones en las mujeres entre los 14 y los 44 años; esta causa es más común que todas las muertes derivadas de accidentes automovilísticos, atracos y cáncer juntas”.

Hay avances que parecían irreversibles, pero cada día vemos cómo esas conquistas de la humanidad pueden ser empujadas de nuevo hacia el borde de un acantilado de cristal. Aquellos que se jactaban de ser políticamente incorrectos, con la ignorancia de confundir lo incorrecto con la fantochada, pues ahí tienen el imperio de lo Incorrecto. Y en primera línea, cómo no, vuelven los activistas del machismo con los sacos llenos de tiempo perdido. “¿Preferirías que tu hija tuviese cáncer o feminismo?”. ¿Quién dice eso? Stephen Bannon, el nuevo estratega de la presidencia en EE UU.

Hay que proteger el tiempo, cada segundo, cada pizca de vida, de estos depredadores. Lo necesitamos para el “mantenimiento del mundo”. El del Arte de mantenimiento es el magnífico título de un manifiesto de la artista feminista Mierle Laderman Ukeles. Más que nunca, tenemos que fregar la suciedad del museo de la historia, tender la ropa de los mensajes, tejer como abuelas araña los hilos de las vidas y reparar las palabras para oír las voces rotas.

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