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Los macacos de Yamaa El Fna ya tienen padrinos

Arranca en el marco de la Cumbre del Clima una campaña de sensibilización contra el tráfico ilegal de especies

Analía Iglesias
Un macaco encadenado en la plaza Yamaa El Fna de Marrakech
Un macaco encadenado en la plaza Yamaa El Fna de MarrakechBMAC
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En las vitrinas de la exposición que la Asociación marroquí AGIR y la Fundación Franz Weber han instalado en el aeropuerto de Marrakech para captar la atención de los acreditados para la reciente Cumbre de Cambio Climático, se ven expuestas botas de piel de boa y anaconda, una billetera de pitón, pieles de grandes felinos y camaleones disecados. La muestra, integrada por objetos decomisados en las aduanas, forma parte de la campaña de sensibilización que AGIR y FFW han iniciado justamente en esta ciudad, donde en la emblemática plaza de Yamaa El Fnaa es habitual ver a actuar a macacos encadenados y con pañales. El macaco es una especie gravemente amenazada en el Magreb, como ha documentado la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN.

Yamaa El Fna es la puerta giratoria del tráfico internacional de estos simios, porque todavía no están censados y los que han sido comprados legalmente pueden ser revendidos, para adquirir otros nuevos ilegalmente, cambiar los anteriores, y así continuar con la cadena del lucro”, advierte Houssine Nibani, experto marroquí y factótum de esta campaña. “Está previsto comenzar a ponerles chips identificatorios para, al menos, limitar el estrago en cuanto a la cantidad de individuos”, agrega.

Nuestra convivencia depredadora con la naturaleza, en este caso, especialmente con la fauna del planeta, adquiere formas múltiples. Desde nuestra alimentación a la desidia de la construcción y contaminación que dejamos a nuestro paso, pasando por nuestro afán de diversión o de decoración exótica, nos empeñamos en imponer nuestro poder caprichoso a las demás especies. Abonados a la noción de ecosistema, los científicos nos alertan de que la desaparición de una especie (o la drástica disminución de sus individuos) conlleva desequilibrios que afectan nuestra salud y nuestra calidad de vida.

Aún sin compasión alguna por los seres vivos de otra especie, el hombre debería considerar su posibilidad de supervivencia en medio de un paisaje de ciclos naturales totalmente alterados. Los cambios en los patrones de lluvia, la posibilidad de absorción del dióxido de carbono de la atmósfera por las masas forestales, la construcción de presas y desvío de cauces, la salinización de los suelos y la extensión de zonas de excesiva aridez son fenómenos asociados a la pérdida de especies de flora y fauna. Y en este escenario, el comercio ilegal de animales salvajes (o sus partes) afecta a más de 35.000 especies, entre ellas, cinco mil especies de los dos primeros anexos del convenio CITES (especies en peligro por excesiva explotación) que regula el comercio internacional de especímenes de animales y plantas silvestres. Se estima que el mercado ilegal de animales mueve más de 200.000 millones de dólares por año, y se considera (a pesar de la escasez de cálculos certeros), como el tercer comercio ilícito internacional después de la droga y las armas.

Esta es una actividad que se extiende hasta el último rincón de la Tierra, pero tanto Europa como Estados Unidos tienen ya amplia experiencia, legislación, dotación y conocimiento por parte de los agentes forestales y de aduanas. El problema es atajar el comercio ilícito en países menos expertos, de frontera o triangulación, como son Marruecos (con puertos tan a tiro de piedra de Europa) y Egipto (la ruta hacia el Sudeste asiático), en el norte de África.

El destino último de los animales es variado: hay demanda de peces exóticos para poblar los acuarios de Estados Unidos, simios para animación de ferias, grandes animales salvajes (o sus pieles) para ornamentación o artículos como zapatos y billeteras de piel de serpientes o reptiles, accesorios de marfil o de cuernos de rinoceronte, a lo que hay que agregar los animales que se matan para elaborar pociones mágicas o medicinas supuestamente afrodisíacas, o para aprovechar solo las aletas, como pasa con el tiburón. En el caso de los animales vivos, se transportan muchísimos más de los necesarios porque la mayor parte muere en el camino. Por ejemplo, entre los peces, llega vivo solamente alrededor del dos por ciento de lo que se embarca.

Se estima que el mercado ilegal de animales mueve más de 200.000 millones de dólares al año

Tras las grandes cumbres no solo quedan ampliaciones de aeropuertos y plazas con flores en las ciudades que las albergan. En Marrakech, tras la COP 22, el aeropuerto es otro —amplio y reluciente—, pero también su población, que ya puede explicar los procesos de degradación ambiental y, a partir de allí, exigir medidas a sus gobernantes. Los que trabajan cotidianamente en protección de la biodiversidad aprovechan el envión de grandes eventos como las COP para promover mejores prácticas entre los ciudadanos y para animar a los cargos políticos a tomar cartas en los asuntos. Así, a principios de noviembre, se firmó en Marruecos un acuerdo de colaboración entre el Alto Comisariado de Aguas y de Bosques y la Dirección General de Aduanas para luchar contra el tráfico ilegal de animales salvajes. En el marco de este acuerdo, se formará a los agentes aduaneros para que aprendan a reconocer los materiales provenientes de fauna amenazada o que conozcan las condiciones y los trucos del transporte de especies.

Quienes trabajan de cerca, y desde hace muchos años, en defensa de los animales (la Fundación Franz Weber, por caso, que se hizo conocida con aquella recordada campaña de Brigitte Bardot contra la matanza de focas) comentan que, en la actualidad, hay algunos emigrantes africanos que eligen cargar marfil en lugar de dinero en efectivo, para ir pasando de una frontera a otra de su ardua travesía. El marfil va valorizándose camino al Norte. Hay países como Sudáfrica (entre los productores), algunos miembros de la Unión Europea, China y Japón (entre los receptores), que no quieren prohibir totalmente el negocio del marfil. Los elefantes siguen, así, seriamente amenazados, y con ellos, nosotros, todos.

Mientras tomamos consciencia de nuestras propias compras, la campaña itinerante contra el tráfico ilegal va a continuar por todos los aeropuertos y puertos de Marruecos, y en los alrededores de la emblemática plaza marraquechí, para que los vecinos y visitantes de los simpáticos macacos estemos alertas.

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Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.

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