Cemento
¿Qué el Congreso va a tumbar la LOMCE, a denegarle un nombramiento a Fernández Díaz, a hacer valer en cualquier otro asunto la mayoría absoluta de la oposición?
Cuando un estudiante afronta la Prueba de Acceso a la Universidad, más conocida como Selectividad, sus padres, sus hermanos y hasta sus abuelos, le acompañan en los nervios, en la angustia, en el éxito o el fracaso de la nota media. Quienes, como yo, hayan pasado en los últimos tiempos por esta experiencia, habrán detectado de inmediato el camelo implícito en la última oferta del ministro Méndez de Vigo. Para salvar la LOMCE, ha declarado, la reválida de la ESO será voluntaria, y la de Bachillerato se convertirá en un examen sobre las asignaturas troncales del segundo curso, idéntico por tanto a la PAU, que Wert suprimió alegando que era una prueba inútil y anacrónica, porque permitía acceder a la Universidad a cualquiera. En otras palabras, el Gobierno está dispuesto a cargarse su ley con tal de que no se derogue esa misma ley, que el propio Gobierno propone modificar para garantizar su nulidad. Más allá del sonrojo y de las carcajadas, esta propuesta fija el talante de la nueva era Rajoy, aclarando el sentido que el presidente atribuye al adverbio infinitamente, que con tanta frecuencia asocia desde hace tiempo con los verbos hablar, pactar y negociar. ¿Que el Congreso va a tumbar la LOMCE, a denegarle un nombramiento a Fernández Díaz, a hacer valer en cualquier otro asunto la mayoría absoluta de la oposición? Pues entonces todo, desde pegarse un tiro en el pie hasta hacer el ridículo, vale para camuflar como victoria pírrica —perdón por la insistencia— una derrota parlamentaria. Esto es lo que podemos esperar de un hombre al que Merkel ha alabado, proclamando que en Alemania dirían que tiene la piel de elefante. Yo, reivindicando la potencia de nuestra lengua, diría más bien que tiene la cara de cemento armado.
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