Quemarse
Si uno analiza con cierto cuidado la oferta de la izquierda progresista en el mundo desarrollado encontrará signos de descrédito, desunión y desgaste
Si hoy es martes, toca resolver el enigma de las elecciones en Estados Unidos. Jugar con fuego es un deporte que practican los niños, cuando quieren comprobar hasta qué punto pueden llegar a soportar el daño, el dolor, el peligro, la transgresión. Basta que marques unos límites para que la atracción por el riesgo te haga preguntarte qué pasaría si los superas. El populismo no surge por accidente, sino por descarte. Y encuentra su eco en el infantilismo social. Cuando el resto de opciones se degradan o se consideran gastadas, se recurre a la siguiente. Es casi un proceso de selección natural. En la transgresión de los límites juega un papel el hartazgo, pero también la irresponsabilidad. Si uno analiza con cierto cuidado la oferta de la izquierda progresista en el mundo desarrollado encontrará signos de descrédito, desunión y desgaste. Da igual que lleve años en la oposición, como sucede en España, a que esté en el Gobierno, como en Francia. La conclusión es casi idéntica. Se ha procedido a la voladura del edificio con los inquilinos dentro.
La primera obligación para frenar el desastre, que es ya una realidad, no una amenaza, consiste en denunciar la incapacidad casi enfermiza para aceptar la frustración. La acción política no es tan sencilla como aparenta y la desunión para dar cabida a cada ególatra con siglas perpetúa una disgregación de voto muy dañina. Se ha impuesto, por ejemplo, un juicio contra la alcaldesa de Madrid que es de una superficialidad casi suicida. No estoy de acuerdo con muchas de sus acciones, ni me parece interesante reformar la plaza de España cuando hay problemas acuciantes de abandono y agravio a los más desfavorecidos. Tampoco me atraen los referendumitos por la Red, donde los párvulos en urbanismo cotizan al precio de licenciados.
Me abochorna el sectarismo pero aprecio las diferencias con sus predecesores. No hay robo, no hay escandalosas desviaciones de dinero, no hay corrupción a mansalva. Ni siquiera la ciudad está más sucia que en los mandatos anteriores porque lo más sucio es la contrata a la que nos encadenaron por años. Pero además es digno de elogio que sea la primera alcaldesa que ha emprendido acciones contra la contaminación. Si el protocolo es incómodo, conviene mejorarlo, pero antes se cambiaban de lugar los medidores para engañar a la gente y se gastaban miles de millones para perpetuar el reinado del coche. Desbaratar los atisbos de honradez, decencia y progreso también es irresponsable, nos condena a los milagreros y los fanáticos. A estos, descartarlos cuando llegue el momento es más complicado. Cuesta sangre.
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