La carrera electoral de Estados Unidos en el ámbito local
Clinton necesita no solo ganar las presidenciales sino que el mayor número de demócratas venza en las elecciones estatales
La campaña presidencial de Hillary Clinton ha estado dividida entre el intento de lograr la mayor victoria posible para ella misma y la ayuda explícita a los candidatos demócratas para el puesto de gobernador en diferentes Estados y en el Congreso. Pero sigue sin estar claro si Clinton puede hacer más por ellos ganando de manera contundente (de modo que el entusiasmo se contagie al resto de las candidaturas) o dedicando tiempo y dinero a ayudarlos individualmente.
El equipo de Clinton ha decidido seguir ambas estrategias. A falta de días para las elecciones, los candidatos presidenciales recorren el país de un lado a otro. Mientras el republicano Donald Trump se esfuerza por conseguir los 270 votos del Colegio Electoral que necesita para ganar, Clinton intenta asegurar una victoria tan amplia como sea posible, tanto en votos populares como en representantes en el Colegio Electoral.
Hace tan solo una semana, parecía que Clinton se encaminaba hacia una victoria abrumadora. Pero el pasado 28 de octubre James Comey, Director del FBI, envió una carta al Congreso en la que anunciaba que reabriría una investigación sobre el uso del correo electrónico privado por parte de Clinton cuando esta era Secretaria de Estado. ¿La razón? En el portátil del exmarido de Huma Abedin, la colaboradora más cercana a Clinton, se encontraron miles de correos electrónicos durante una investigación sobre las actividades de él. (No, no es el guión de una película.)
El anuncio de Comey generó reacciones furibundas, pero hasta ahora no ha tenido un efecto notable en la carrera presidencial. La campaña de Clinton no ha renunciado a disputar ni siquiera Estados que desde hace mucho se consideran bastiones republicanos, como Arizona, Georgia y Utah. Y Trump, a pesar de sentirse revigorizado por las nuevas noticias, ha seguido haciendo campaña en estados como Nuevo Mexico, que poco pueden ayudarle en el recuento del Colegio Electoral. Aun siendo un novato en política se ve a sí mismo como un gran estratega político.
Trump tiene pocos aliados políticos que le puedan echar una mano, mientras que Clinton tiene un buen banquillo, entre ellos su marido, el expresidente Bill Clinton, el presidente Barack Obama y la primera dama Michelle Obama --la estrella emergente de estas elecciones--, el vicepresidente Joe Biden y el candidato vicepresidente de Clinton, Tim Kaine. Dos estrellas de la izquierda, Elizabeth Warren y Bernie Sanders, también han hecho campaña por ella; si gana, pedirán reciprocidad tanto en medidas políticas como en nombramientos.
Clinton ha aparecido junto a candidatos demócratas al Senado que compiten contra republicanos que buscan la reelección, como Katie McGinty, que intenta expulsar al senador Pat Toomey en Pensilvania; la gobernadora Maggie Hassan, que espera vencer a la senadora Kelly Ayotte en New Hampshire, y Deborah Ross, que representa un serio reto para el Senador Richard Burr en Carolina del Norte.
La campaña de Clinton ha destinado fondos a varias contiendas para el Senado, la Cámara de Representantes, gobernadurías e incluso parlamentos estatales, y se ha pedido a los voluntarios y empleados de Clinton que ayuden a los demás candidatos del partido en las contiendas electorales más disputadas. Por su parte, Obama grabó una serie de vídeos en apoyo de candidatos demócratas al Senado, la Cámara y los parlamentos estatales. Varios expertos señalan que el anuncio del FBI ayudará a los demás candidatos republicanos, pero esto es pura especulación.
Si Clinton llega a la Casa Blanca y muchos republicanos deben abandonar sus cargos al ser derrotados, habrá sucedido lo que se denomina una elección “por oleada”. Pero esto probablemente no lo sepamos hasta el último minuto. En la elección por oleada de 1980, cuando Ronald Reagan y el resto de los candidatos republicanos superaron abrumadoramente al presidente Jimmy Carter y ‘sacaron’ del Senado a numerosos demócratas, la carrera presidencial estaba casi empatada hasta el último fin de semana.
Pero incluso si los demócratas recuperan el Senado en una oleada, la luna de miel no durará mucho. En dos años otro tercio del Senado debe ser renovado en nuevas elecciones, y muchos más demócratas que republicanos tendrán que defender sus escaños. Una situación inversa a la de este año.
Desde luego que Clinton no está haciendo caridad al ayudar a los candidatos de su partido. A su gobierno le convendrá muchísimo tener más demócratas en el Congreso. Las previsiones de que recuperarán el Senado siguen siendo amplias, aunque no la Cámara, donde tendrían que ganar la improbable suma de 30 escaños en manos de los republicanos. Pero incluso si obtuvieran la mayoría de los 100 escaños del Senado, los republicanos seguirán pudiendo recurrir al discurso obstruccionista --“filibusterismo” para cuya ruptura se necesitan 60 votos---, respecto a las propuestas de ley de Clinton y sus nombramientos para el poder ejecutivo y la Corte Suprema.
Hay otra razón de peso para que la campaña de Clinton y sus aliados de perfil alto ayuden al resto de los candidatos demócratas. Ambos partidos quieren lograr tantos cargos estatales como sea posible, porque el partido que controla el Gobierno de un Estado y al menos una de sus cámaras legislativas puede supervisar el modo en que se redistribuyen los distritos electorales (lo que se hace cada diez años). Esto afecta la composición de los partidos en la Cámara y, por ende, el destino de las leyes federales. (El Senado solamente vota sobre los nombramientos presidenciales.)
Los Estados también son el lugar donde los partidos pueden desarrollar su reserva de potenciales cargos federales para el futuro. Los republicanos descubrieron la importancia de los cargos políticos estatales mucho antes que los demócratas, por lo que han desarrollado bases mucho más sólidas en los Estados. Por ejemplo, a pesar de que Obama ganó en Ohio en las últimas dos elecciones, su actual representación en el Congreso es republicana en un 75%.
Hoy las elecciones se encuentran en un punto de volatilidad. Nadie sabe lo que puede pasar en estos días que quedan pero es sensato suponer que algo surgirá. Como mínimo, seguirán revelándose filtraciones de WikiLeaks, aunque a pesar de ser un poco embarazosas para los Clinton, no han revelado corrupción en la Fundación Clinton ni irregularidades en el modo como Hillary Clinton se desempeñó en la Secretaría de Estado.
Para cuando Comey envió su carta, varios millones de estadounidenses ya habían emitido su voto adelantado. No podemos saber de qué manera las diferentes revelaciones afectarán a la participación entre hoy y el día de las elecciones. Lo que sí sabemos es que, a fin de cuentas, nada de lo que ha pasado --ni lo que pueda pasar-- hace que Trump esté mejor preparado para ser presidente que Clinton.
Elizabeth Drew escribe con regularidad en la New York Review of Books. Su último libro es Washington Journal: Reporting Watergate and Richard Nixon’s Downfall (El diario de Washington: el informe de Watergate y la caída de Nixon).
Copyright: Project Syndicate, 2016.
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