Almudena Grandes, intérprete de la realidad cercana

ESE ES el sentimiento de la autora de Las edades de Lulú o Corazón helado en su papel de columnista. “No informamos, porque para eso están los periodistas; tampoco analizamos… Lo que hace un columnista es encontrar un punto de vista singular o echar una mirada oblicua que cambia la percepción de un tema concreto”.
Almudena Grandes expresa esta opinión en el despacho de su casa de Madrid, próxima al mercado de Barceló, en el barrio de Chueca en el que creció. La habitación en la que escribe es contigua al despacho de su marido, el también escritor Luis García Montero. Pero la puerta que les separa nunca se abre. “Me gusta escribir sin interrupciones, sin teléfono, pienso mucho lo que coloco en las paredes para no distraerme”. El lugar es una sucesión de altarcitos. Detrás de su mesa, el dedicado a las mujeres gordas que colecciona; en la pared de enfrente, un retrato en chapa de Benito Pérez Galdós, un facsímil de un menú escrito por Dickens y dibujos de sus amigos Ana Juan, Pepe Hierro o Sabina.
“Yo escribo en primera persona. Sé que, al tomar esta decisión, la implicación es mayor. No me importa, pero creo que ideológicamente se me detecta más en mis columnas que en las novelas”.
Se acuerda de muchos artículos desde que empezó a firmarlos en 1999, pero destaca el impacto que percibió con algunos dedicados a la memoria histórica o con uno titulado La princesa de Chueca. Trataba sobre una pareja gay que había adoptado a una niña e iban con ella de paseo por el mercado. “Fue pionero en este tema y recibí muchas cartas e incluso besos por la calle”, rememora. “Lo más difícil es dominar el corsé apretadísimo del espacio que impone el género. Exige tiempo y trabajo, porque eso de la inspiración es un camelo”.
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