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El nido del cuervo

LA HISTORIA de la cultura americana tiene en sus rascacielos la evidencia social de los châteaux franceses o las casas históricas inglesas. Construidos al estilo de los palazzi italianos primero, y después con alerones cromados o como hermosas cajas de vidrio, son los altares de un país floreciente que mira al cielo con la misma trascendencia que a sus desiertos.

Tras el desastre del World Trade Center, Nueva York vive sin miedo el folclore sentimental de sus arañadores de nubes. Unos renacen de las cenizas, como la Torre de la Libertad, de Libeskind y Childs, esa jeringuilla gigante de 1.776 pies (la cifra alude al año de la independencia norteamericana, unos 500 metros) en la Zona Cero; otros sirven para alimentar la locura exclusivista de millonarios y celebrities, como la espectacular Torre Trajana que firman Herzog & de Meuron en el barrio de Tribeca. El último landmark es el elegante hotel Five Beekman, que se acaba de inaugurar tras años de rehabilitación. Su historia sugiere el peculiar sueño americano con más mérito que sus hieráticos y sofisticados vecinos del Lower Manhattan.

El edificio original se levantó en 1881 al mismo tiempo que el puente de Brooklyn y fue el primer prototipo de rascacielos de la ciudad. Su promotor fue Eugene Kelly, un inmigrante irlandés que llegó a América contagiado por la fiebre del oro y amasó una fortuna como banquero y comerciante. Devoto católico, consiguió reunir el capital suficiente para ampliar la catedral de San Patricio y construir el pedestal de la Estatua de la Libertad.

Con solo 10 plantas, el Kelly Building había nacido para revolucionar el distrito donde se empezaba a estructurar la vida corporativa americana.

Con solo 10 plantas, el Kelly Building había nacido para revolucionar el distrito donde se empezaba a estructurar la vida corporativa americana. Situado entre las calles Beekmann y Nassau, fue diseñado por Benjamin Silliman y James Farnsworth con los materiales y técnicas más avanzados. Su fachada, de estilo greco-renacentista, está coronada por dos torres piramidales. Pero lo que lo distingue de otros rascacielos de su generación es su espectacular atrio, protegido por un lucernario que acumula efectos escénicos y encaja siluetas de animales fantásticos en sus balaustradas de hierro. El edificio se terminó en 1883 y se rebautizó como Temple Court, por estar cerca de los juzgados y por su parecido con el Palacio de Justicia londinense.

Abogados, publicistas, diseñadores y arquitectos se movían por sus oficinas como en una gran colmena sin pensar que bajo sus pies había enterrada una cápsula del tiempo. Porque en aquella misma ubicación se había representado por primera vez en la ciudad Hamlet, de Shakespeare (1761); allí tuvo su primera sede la New York University (1832), el Gabinete Frenológico (1845) –donde Walt Whitman sometió a inspección su cráneo privilegiado–, el Instituto Nacional de Diseño y la biblioteca Clinton Hall, lugar de lecturas de Edgar Allan Poe y sede del Broadway Journal (1845), un periódico intelectual del que el poeta era propietario y director. Ahora, reconvertido en hotel con encanto, exhibe algo más que su derecho a un renacimiento. Una colección de arte contemporáneo promete fidelidad al autor de El cuervo a través de pinturas y esculturas distribuidas por el vestíbulo y los salones.

Quince años después del derrumbe de las Torres Gemelas, el Five Beekman aparece como una bella metáfora, la del pájaro de ébano que para azuzar el sufrimiento humano debe renunciar a alzar el vuelo “… posado sobre el busto de Palas, canta sin descanso Nunca más”.

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