Infertilidad o presión para ser madre: ¿eres un árbol sin frutos?
Son luchas, no a dos tiempos, sino a mil tiempos diferentes. Batallas de mujer. En algunos casos, son pasos que se dan lentamente, para no sacudir las costumbres de un plumazo, en los que las mujeres procuran no volverse sacrílegas e ingratas con las tradiciones familiares. Quizá sea este el camino de las chicas africanas que no son madres, pero que jamás se preguntaron si querían serlo, porque en el imaginario social no existe la opción de ser una verdadera mujer si no se pare.
Entre los grandes miedos de una mujer africana, hay dos que aparecen a menudo y en buena parte de las culturas de ese gran continente, de norte a sur. Entre las más pobres, está el pavor de las niñas a que las obliguen a dejar el colegio para ayudar en la casa, y entre las de cualquier condición y ya en edad fértil, el miedo a no quedar embarazadas: ser un “árbol sin frutos”.
No es algo difícil de comprender para una chica europea que también ha sufrido la presión amable de tener que ser madre, aunque ahora se una al WhatsApp del club de malas madres, que solo significa un grupo de mujeres que no están dispuestas a aceptar los mandatos de niños perfectamente planchados, sin piojos y aplicados en la escuela. Ellas, nosotras, puntuales. En este caso, quizá se trate apenas de hacerse perdonar por no llegar a todo (el trabajo profesional y las tareas domésticas) con tanta presteza.
En ciertas ocasiones, las chicas occidentales (y no sin razón) se abonan a performances provocativas que parecen a destiempo pero que están dirigidas a una sociedad que ya está acolchada para resistirlas y hacerlas rebotar. Provocaciones, en todo caso, que abren debates que sus comunidades ya pueden tolerar y asimilar, reciclar, digerir y abreviar, como el de las madres arrepentidas o la resistencia a las faldas en los uniformes escolares, o el de las bellas rusas que desnudan pechos a favor o en contra de ciertas leyes. Lo lícito cabe en una tertulia radial.
Interesante resultaría, sin embargo, el diálogo entre la corriente de madres arrepentidas de serlo, iniciado por una escritora israelí (y que ha tenido coletazos recientes), y este grupo de mujeres africanas no-madres repudiadas por sus familias políticas por no ser capaces de dar lo que mejor saben. Dicho sea esto con irónica duda.
¿Nacimos para ser madres?
¿Es lo mejor que podemos dar al mundo?
La realizadora Aicha Kidy Macky no se pregunta nada de esto en L’arbre sans fruit (El árbol sin frutos), porque lo que ella necesita es hacer una catarsis de su sufrimiento, en forma de película documental. Pero nos lleva a las espectadoras a preguntárnoslo. Es cine de autor de Níger, que narra la travesía de una chica joven, ella misma, en una ciudad en la que parece que siempre es de noche; a la sazón, Niamey, la capital de uno de los últimos países en la lista de bienestar (sin eufemismos, Níger figura entre los dos o tres primeros países más pobres del mundo).
Antes y después de la película, Aicha confiesa que hay muchas cosas que no se atrevió a contar en la película. Quizá entre ellas esté la pregunta sobre si lo único que ella cree poseer para reforzarse como mujer valiosa es ser madre. No lo sabemos. Ella misma es un mar de hesitaciones, entre querer pertenecer al club de las esposas de su edad y, al mismo tiempo, el querer contar lo que siente cuando lo que siente no se adapta a las reglas que rigen las buenas relaciones y las buenas costumbres. Y esto hace una valiosa película sobre la verdad de la vida de una mujer en Níger y sobre seguir adelante, aún sin tener demasiadas respuestas de casi nada, por más médicos, matronas y suegras que se consulten.
En L’arbre sans fruit, hay pocos hombres, como casi siempre que las mujeres africanas cuentan sus sensaciones. Hay pocos hombres compañeros, pareja, colegas. Apenas el médico, comprensivo, y dejando claro que los hombres también pueden ser estériles. Como si lo único que nos salvara del destino del repudio fuera el hecho de que los hombres también pueden ser estériles. Desearlo para él, y que la maldición no recaiga en nuestros hombros. Que la sociedad deje de señalar solo a las esposas, y que la familia deje de buscarle una segunda esposa a él, para que el árbol dé finalmente sus frutos.
¿Qué hay de la pregunta sobre si podemos oponernos a parir, incluso siendo fértiles?
La película de Aicha Kidy Macky ganó el Gran Premio de la categoría documental en la última edición del Festival Internacional de Cine de Mujeres de Salé, y entrará en la competición oficial de la próxima edición del Festival Internacional de Documentales de Khouribga, también en Marruecos, durante el mes de diciembre.
Tras el gran premio de Salé, Aicha fue recibida en su país con honores. Viendo estos fastos en los países más habituados a figurar en otras listas, nos preguntamos qué pasaría si Aicha fuera un ‘árbol sin frutos’ sin película con recorrido internacional ni estatuilla bajo el brazo. Si en lugar de ser recibida en el aeropuerto por las autoridades fuera ‘contenida’ por la matrona cuando la familia del marido se pone en pie de guerra.
Por supuesto que no hay respuestas y por eso hacemos películas. Por eso, las mujeres se vuelven arte, envueltas en preguntas y emociones que abultan, como sus vientres.
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