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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Kim Kardashian y la eterna minifalda

Hay que tener mucho cuidado y no considerar que la víctima de un delito se lo ha buscado

Carmen Morán Breña
Kim Kardashian West, durante los premios de la cadena MTV
Kim Kardashian West, durante los premios de la cadena MTVChris Pizzello (AP)

Quizá no sepa usted quién es Kim Kardashian ni a qué se dedica, pero estos días la prensa ha contado con profusión que la americana fue objeto del robo, en un hotel de París, de unas joyas valoradas en 16 millones de euros. El caso de esta estrella de ‘realities’ televisivos daba para detenerse un poco y observar algunos de los titulares que han ido saliendo estos días: traían recuerdos de otros tiempos. Si se husmea un poco en la trayectoria vital de esta ‘celebrity’ no extraña (ni importa un pimiento) que el robo del 2 de octubre se haya convertido a estas alturas en un disfraz en Estados Unidos, ni que algunos publicaran que lo había planeado ella misma, podría ser una hipótesis policial. Quizá estas suposiciones o las chazas carnavalescas son parte del precio que se paga por tanta y tan incomprensible fama y por los millones de seguidores a los que hay que alimentar con intimidades y poses. Pero ser víctima de un delito no parece que esté incluido en ese peaje.

Si su gusto es caminar por la calle como un árbol de Navidad, bien; la moda no siempre es elegante. Pero tampoco la excentricidad es culpable, por tanto, no debe ser castigada. Algunos titulares estos días eran alarmantes por cómo daban la vuelta a la tortilla: la mujer en cuestión ya no era la víctima, sino la responsable. Algo habrá hecho, venían a decir: el delito no era el robo, por lo visto, sino la ostentación desmedida de la señora. Hombre, por esa regla de tres se podría asaltar la propiedad privada de medio mundo y hasta Bill Gates se lo tendría merecido. ¿O alguien desconoce la gran fortuna de este señor?

Algo habrá hecho. Es que iba provocando. Ajá. A esto sonaban esos titulares. Y donde dice joyas se sustituye por minifalda y ya está la sentencia dictada: culpable. Llevar muchas joyas o una minifalda no debería exponer a ningún peligro porque no hacen daño a nadie. Otra cosa es que alguien conduzca a 180 kilómetros por la carretera: eso sí que es exponerse a un peligro cierto y cuando ocurra un accidente ni sorprenderá ni se podrá eximir de responsabilidad al dueño de semejante actitud al volante. Pero lo otro es ir muy lejos, demasiado, décadas atrás, siglos.

Sería, pues, conveniente, no confundir al delincuente con la víctima ni buscar moralinas religiosas: el que tiene dinero puede ser bien discreto o un chabacano de libro, como los nuevos ricos de las películas de Woody Allen, pero no hay falta de virtud en ello. Quizá la haya en la procedencia del dinero: cuando se cuenta por millones suele desprender un olor poco aromático, pero eso es otra cuestión. Puede ser también que esos tesoros se acumulen gracias a los muchos seguidores que hacen de alguien un mito, un triunfador, a esos que piden a gritos al famoso que siga siendo un personaje del que hablar, un factor de negocio o un hortera sin complejos. No vale quejarse después y decir que de aquellos polvos estos lodos; no cuando se trata de un delito. Robar es pecado, señores. Lo demás es moralina. Despreciar cualquier atisbo de elegancia para seguir entreteniendo al personal es solo un juego entre adultos en el que no se pone en riesgo más que la fama.

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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