Camisas bonitas y nada de sexo... somos los Smiths
El grupo de Morrissey propulsó una cultura juvenil basada en lo que despreciaron las anteriores: provincianismo, austeridad y abstinencia

En The Queen is Dead, allá por 1986, Morrissey cantaba: “Carlos, ¿nunca has deseado ardientemente aparecer en la portada del Daily Mail con el velo del vestido de novia de tu madre?”. Seis años después la prensa publicaba que el príncipe Carlos quería ser el támpax de su amante. Disfrazarse de támpax. De hecho, la conversación filtrada tomaba unos derroteros líricos que casi podrían haber firmado The Smiths: “¡Ser arrojado a la taza de tu wáter y dar vueltas en el agua sin hundirme nunca!”.

Casi, porque las palabras de Carlos eran demasiado subidas de tono para la banda de Mánchester: su androginia era más recatada y encarnaba los valores puritanos con un estilo asexual, austero y autodidacta. Arrebato romántico poco carnal, nostalgia enfermiza y épica de las clases populares. Entre la primavera de 1983 y el verano de 1987, coincidiendo con el segundo mandato de Margaret Thatcher, The Smiths se convirtieron en un fenómeno, tanto en los tocadiscos como en los armarios de los pisos de estudiantes. Especialmente en los alejados de Londres. Como dijo Johnny Marr: “Sentíamos que cada ciudad de provincias era la nuestra”.

Un batallón de inadaptados que no querían ser como el resto, pero que preferían mantenerse un poco invisibles (por si les caían cuatro pescozones) adoptó esa imagen unisex. Era fácil. Y bonito y barato. Camisas estampadas de amebas con algunas tallas de más (dos y tres botones al aire), camisetas con la rosa Tudor, collares y brazaletes de mercadillo oriental, tejanos gastados, rebequitas de lana y gafas, o bien de carey o bien de alambre o bien de espía de los cincuenta. Y tupés. Tupés algo arruinados por la lluvia en honor de su gurú, Morrissey, “un James Dean anémico; un Oscar Wilde enfurruñado”, en palabras de la escritora Caitlin Moran.
El discurso de la austeridad casi atemporal coincidía con una música sin solos de guitarra ni vocación de llenar estadios. Y la parodia de la sexualidad sana de las letras de The Smiths se trasladaba a un look que se quería asceta, desde el pelo corto hasta la flor en la mano.
Media Reino Unido jugó durante cuatro años a ser un Smith (muchos ya se apellidaban así): mirada al suelo, zapatos remendados y esa camisa tan bonita porque es bonita, pero sobre todo porque fue barata y porque es única (no se vende en grandes superficies). Y algunos lo siguieron haciendo durante la posterior explosión del indie pop más aniñado. Como siempre, el look más aparentemente descuidado era el más estudiado. Como le dijo Morrissey en una famosa carta a una de sus fans (cuando su incipiente egomanía aún le permitía conversar con terrícolas): “Lo único importante es la camisa, ¿no?”.
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