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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Fusión continental y jazz en el castillo de Chellah, en Rabat

Analía Iglesias

"En el jazz trabajamos el instante para conservar la memoria", lanza Jauk El Maleh, uno de los directores artísticos (el otro es Sébastien Vidal) de la última edición de Jazz au Chellah, el ciclo de músicas europeas y magrebíes que desde hace 20 años se celebra en el castillo de Chellah, en Rabat (Marruecos).

Farid Gannam.

A El Maleh, músico versátil y casablanqués mundano, le preguntamos por la manera en que se deciden los ‘matrimonios’ de instrumentistas "europeos y maalems (maestros) marroquíes que se prometerán fusiones sobre el escenario, cada tarde de otoño. "La primera selección es instintiva. Partimos del principio de que todos los colores pueden ser mezclados. No hay prohibiciones. Es más fácil aceptarlo para la música si pensamos en la pintura abstracta, por ejemplo. El jazz fue creado por una fusión afro-europea en el Nuevo Mundo, a partir del góspel y los cantos en los campos de algodón: nace por el efecto tectónico entre los europeos y los africanos, y entonces surge el ritmo, el groove".

Claro que la música no es material, como la pintura, aclara quien fuera reconocido entre los cien mejores percusionistas del mundo, en 1985, nada menos que por la casa Paiste: "A partir de la Segunda Guerra Mundial estamos viviendo esta mixtura de una manera diferente, hay un cruce del Atlántico a la inversa y un redescubrimiento de los ritmos africanos. El primer elemento del jazz es el ritmo africano con la escala pentatónica, que es universal. Desde aquí nos reencontramos con Europa y Asia y sumamos instrumentos que no habían sido utilizados en América (allí solo tocaban con instrumentos occidentales: el saxo, la trompeta, el piano, la batería)".

Así llegamos al parentesco instrumental: "En África, encontramos todos los ancestros de los instrumentos del jazz americano. En este continente se han conservado los ritmos gracias a la danza. Y ahora los jóvenes magrebíes están reinventando esos instrumentos ancestrales, electrificándolos, conservando el sonido original de cada región, lo étnico, y lo arcaico (dicho noblemente). Y van desde lo gnawi hacia lo bereber, más elaborado a nivel rítmico. Con estos músicos, en Marruecos, la fusión es posible. Los jazzmen europeos siempre han sido muy dúctiles".

Sobre el escenario del 'Jazz au Chellah', la 'locura' rumano-reggae-gnawa con Marian Badoi (acordeón) y los integrantes de 'Bob Maghrib'.

"Marruecos comparte con otros países la pertenencia a estos sonidos primitivos y a estos instrumentos. El guembri es la base, como un bajo primigenio, y no pertenece exclusivamente al gnawa: los hay en Etiopía y Senegal. Las qarqabas (castañuelas de hierro) también se oyen Cassamance (Senegal), en Etiopía y en toda el África subsahariana. Hay un violín arcaico y una guitarra hecha con el caparazón de la tortuga", expone El Maleh.

Escuchando a esos músicos que vienen de las academias europeas mezclarse fascinados con la rudeza de los cueros percutidos, le sugerimos que los sonidos arcaicos pueden dar sutilezas: "el hombre cromañón está todavía vivo en el guembrí –bromea el percusionista–. Los buenos músicos pueden llegar adonde sea, porque el jazzman tiene un alma troglodita".

Ahora bien, ¿cómo se fragua la mezcla que da lugar a estos cuatro días intensos de música de la buena que se han hecho costumbre en el otoño rabatí, gracias a años y años de impulso del gnawi Majid Bekkas? Se invita a una pequeña formación europea (un dúo o un trío), incluso un solista como Niño Josele (erizándonos la piel a dúo con la voz de Farid Gannam, en esta edición) y se les "encierra" en un estudio junto a una formación de músicos locales, durante tres o cuatro horas. Tras la jam, se citan al día siguiente, sobre el escenario del inspirador castillo de Chellah.

Soweto Kinch

"Me gustaría haber tenido más tiempo para ensayar", confiesa –sin embargo– uno de los protagonistas del experimento, el reputadísimo Soweto Kinch. El saxofonista y MC británico nos cuenta, en el backstage, que siempre está viniendo a Marruecos, colaborando con los músicos del Gnawa.

"¿Qué encuentro aquí? Una gran y profunda cultura, muy profunda. Sientes que hay algo muy hondo, enraizado con las tradiciones sufíes… como el blues. Una profundidad en historias humanas, como si estuviera indagando en la historia de mis ancestros", explica un músico que es hijo de padre de Barbados y madre jamaicana. Y agrega: "hay algo detrás de la práctica y de los instrumentos, hay algo muy antiguo en las músicas de aquí. Es algo humano a lo que tenemos que responder. Lo mismo sentí en la India: pasa en los lugares donde hay tradición sufí. Es diferente pero lo mismo”.

"En los próximos años va a venir mucho jazz nuevo con otras mezclas, con lo gitano, lo sudamericano, lo africano. El jazz no es solo el swing. El tiempo nunca se detiene en el jazz", zanja El Maleh, con la picardía de saber que está empujando a escena esta "maravillosa música aleatoria", como le llama.

Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.

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