Los cazadores de nubes en Perú
ABEL CRUZ Gutiérrez es un cazador de nubes. Y no se trata de una figura metafórica ni poética. Este peruano de 50 años, ojos chispeantes y bigote de mosquetero identificó hace 14 años, tras muchas investigaciones, un método para convertir la niebla en agua y aliviar la sed de los casi 10 millones de personas que en muchas regiones de su país aún no cuentan con acceso al agua potable. Hoy es el presidente de la asociación Peruanos sin Agua y el impulsor de los atrapanieblas.
“Me vine a Lima, desde Cuzco, para realizar mi sueño de ser ingeniero ambiental”, cuenta Abel, “llegué solo, sin mucho dinero y acabé en un barrio marginal en un desierto neblinoso 42 kilómetros al norte”. Su primera casa no era nada más que un cuarto rodeado de dunas, en una de los miles de colonias ilegales donde viven dos millones de personas de los nueve que forman la población de Lima. Conjuntos urbanos precarios, edificados en terrenos inestables que no permiten la instalación de redes de servicios ni la construcción de infraestructura pública. Les llaman asentamientos humanos, pero de humano tienen poco.
“Ahí carecíamos de todo: vías de acceso asfaltadas, corriente eléctrica, pero lo que sin duda más se sufría era la falta de agua potable”, recuerda Abel. “La teníamos que comprar a los camiones cisterna de empresas privadas que la venden a un precio mucho más caro de lo normal y que tampoco garantizan un servicio eficiente. Fue por ello que, junto con otras personas, empecé a pensar en cómo se podía resolver ese problema y, después de largos estudios, descubrí el sistema que podría dar mejores resultados: los atrapanieblas”.
Los atrapanieblas son grandes mallas de plástico, de al menos seis metros por cuatro, capaces de captar las nubes de niebla arrastradas por el viento. Ante el impacto con la malla, la humedad se convierte en gotas de agua que, por gravedad, caen en un tubo dispuesto en la base y de ahí a un tanque conectado a una red por el suministro doméstico o a un sistema de irrigación. Un mecanismo sencillo pero eficaz, empleado también en otras regiones del mundo con características parecidas a las de la capital peruana, como en el desierto chileno de Atacama o en algunos países africanos.
“Lima es una ciudad única geográfica y climáticamente”, explica Abel, “porque se yergue sobre un desierto a pesar de estar frente al océano, y para sobrevivir bebe el agua del deshielo de los glaciares. Sus temperaturas no son muy altas, pese a su cercanía con la línea ecuatorial, y una capa de nubes que no producen lluvia la cubre permanentemente, elevando la humedad hasta el 98%. Esto hace que la vida de muchos de nosotros sea muy dura, pero al mismo tiempo permite a los atrapanieblas funcionar perfectamente, sobre todo en algunas zonas”.
El hombre de las nubes ha conseguido mejorar la vida de 500 familias.
El distrito de Villa María del Triunfo, en el cono sur de la capital, es un lugar estéril e inhóspito. Un rompecabezas de chozas de madera coloridas, dispersas y polvorientas que salpican una loma árida y sedienta donde desde abril hasta diciembre más de 500.000 personas viven envueltas por la neblina y en la que las carreteras se transforman en barro. Justamente en esta tierra extrema Abel decidió empezar su revolución medioambiental y, gracias al soporte de empresas y fundaciones, “el hombre de las nubes” –como la gente le llama– ha conseguido en una década instalar 50 atrapanieblas y mejorar la vida de 500 familias. “Hace poco celebramos los 1.000 atrapanieblas del país y este año nos hemos propuesto instalar 3.000”, resume orgulloso.
“Fue algo novedoso para nosotros”, recuerda María Teresa Ávalos Cucho que con su familia vive en la zona más alta de Villa María, “en especial para mí, que poco a poco fui participando en la colocación de las primeras mallas y empecé a utilizar el agua que almacenamos en los tanques para asearnos, lavar la ropa y regar las plantas. Sembré trigo, maíz, calabaza, apio. Es todo orgánico, de la chacra a la barriga, como dice mi hijita”.
María Teresa tiene 42 años, el cuerpo redondo y compacto y el pelo ondulado gobernado por una diadema que enmarca su dulce cara. Es madre de dos hijos, Andrés y Arianna, y forma parte de Los sin agua desde abril de 2014, cuando Abel llegó hasta su casita de madera para explicar su proyecto: “Nuestra vida ha cambiado mucho desde entonces, ser cazadores de nubes es algo increíble que nos está permitiendo mejorar nuestra condición económica, sentirnos más activos y menos olvidados. Los que vienen de fuera”, cuenta con un poco de amargura, “siempre nos preguntan por qué nos quedamos aquí y no nos vamos a otro lugar, pero allá abajo”, añade apuntando a la ciudad que se extiende a los pies del cerro, “todo es muy caro, los alquileres, la comida, no podríamos sobrevivir”.
En todo Perú Los sin agua representan el 30% de la población. Un número impresionante de personas que, además de vivir en la pobreza extrema y estar constantemente expuestas al riesgo de enfermedades, la falta de suministro de agua potable obliga a comprarla a las empresas privadas que gestionan los camiones cisterna a un precio que oscila como el oro en el mercado de valores y puede llegar a alcanzar los 15 soles (4 euros) por metro cúbico. Lo cual para muchas familias supone un gasto mensual que supone casi el 10% de un sueldo mínimo (unos 80 soles o 19 euros), y cinco veces más de lo que pagarían en un barrio residencial servido por la red pública, donde el gasto mensual promedio es de 16 soles (4,50 euros).
“Ahorramos el agua gota a gota”, admite María Teresa mientras su hijo Andrés, con lo poco que queda en el depósito, se lava la cara. “En invierno la niebla nos permite hacer frente a la mayor parte de nuestras necesidades, pero en verano los atrapanieblas funcionan poco y tenemos que comprarla”. Andrés tiene 19 años y está matriculado en la Facultad de Ingeniería Civil. Como su madre, se siente un cazador de nubes y desea encontrar soluciones a los problemas de su comunidad: “Me gustaría formar parte de una nueva generación de ingenieros que luchan por una sociedad más justa y trabajan para el desarrollo de las comunidades donde el Estado no está presente”.
A pesar de las mejoras considerables que han llevado los atrapanieblas, falta encontrar la fórmula para que el agua de las nubes sea potable y las mallas puedan funcionar durante todo el año. Este es ahora el objetivo que persigue Abel, que en junio pasado cruzó por primera vez el océano para dar conferencias en las universidades de Málaga, Ámsterdam y Viena y atraer la atención de académicos e instituciones.
Mientras el nuevo presidente, Pedro Pablo Kuczynski, se comprometía a “garantizar la financiación de proyectos de agua y saneamiento por 35.000 millones de soles (9.200 millones de euros) durante los cinco años de su Gobierno, Abel consiguió del Ejecutivo holandés tres millones y medio de euros para Peruanos sin Agua. “Esto nos permitiría comprar 500 vetiver, unas plantas potabilizadoras capaces de purificar el agua, y también podríamos implantar un sistema de paneles solares para ser energéticamente autosuficientes”.
En la punta del cerro de Villa María, hay una instalación de la artista peruana Sandra Nakamura, inspirada en la colina de Hollywood, que busca reflexionar sobre el estado de una ciudad emergente como es Lima, con escasez de recursos y alto crecimiento demográfico. “Una promesa es una nube”, recita el letrero de atrapanieblas que hace referencia al proverbio árabe: “Toda promesa es una nube, pero los hechos son la lluvia”. Nubes en el cielo no faltan, y a pesar de la poca lluvia, las promesas se están cumpliendo.
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