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Manuel Ruiz Luque, vida de un ‘bibliofílico’

bandiz studio

ADQUIRIR IMPRESOS de los siglos XVI y XVII era más sencillo por entonces o ahora en pleno siglo XXI? El extirpador de idolatrías cuzqueño Francisco de Ávila (1573-1647) poseyó la biblioteca privada más grande del Perú colonial, con tres mil y pico libros. La biblioteca privada más extensa de México y de toda la América virreinal perteneció al obispo Juan de Palafox (1600-1659), que alcanzó poco más de cinco mil volúmenes. En honor a la verdad no fueron colecciones de poca monta, pues cuando Archer Milton Huntington compró en 1904 la biblioteca privada del marqués de Jerez de los Caballeros para inaugurar los fondos de la Hispanic Society de Nueva York, se dijo que aquellos diez mil impresos españoles anteriores al siglo XVIII constituían la mejor colección en su género de todo el mundo. Por lo tanto, si Manuel Ruiz Luque (1935) –fotógrafo, editor y bibliófilo montillano– ha reunido él solito más de treinta mil volúmenes publicados en España y América durante los siglos XVI y XVII, quizá podríamos decir que se trata de la colección privada más importante de todos los tiempos en impresos del Barroco y el Siglo de Oro español.

Montilla (Córdo­­ba) es famosa por sus vinos generosos y por una galería de celebridades como el Gran Capitán, san Francisco Solano, el Inca Garcilaso de la Vega, el pintor José Santiago Garnelo o el escritor José María Carretero, mejor conocido como El Caballero Audaz. Manuel Ruiz Luque se ha ganado un lugar de privilegio en aquel retablo por haber donado a su ciudad esa fastuosa biblioteca que reunió tomo sobre tomo sin ser ni catedrático ni rico por su casa. En realidad, Rúquel –así se llama su estudio– era el fotógrafo de todas las bodas, bautizos, comuniones, puestas de largo y cuanta festichola se celebrara en la campiña cordobesa, pero su familia guardaba en hermético silencio su vicio, su adicción y su dependencia, porque Manuel Ruiz Luque es… bibliofílico.

Si hay algo todavía más peligroso que un poeta inédito es un bibliofílico compulsivo. Así, uno de los mayores placeres de Ruiz Luque es hacerle la puñeta al benemérito Manual del librero hispano-americano (1948-1977), de Antonio Palau y Dulcet, pues cuando Palau asegura que “sólo se conservan dos ejemplares, uno en la Universidad de Salamanca y otro en la Biblioteca Bobdeliana de Oxford”, Rúquel te saca tres copias más ­mientras le sobrevienen verdaderas convulsiones del gustirrinín. O cuando Palau deja caer que “tenemos noticia de la existencia de una edición anterior de Lisboa que no hemos podido confirmar”, Ruiz Luque ­desenfunda la de Lisboa, la de Coimbra y otra edición sobrera de Baeza, las tres sin confirmar por Palau.

La Biblioteca de la Fundación Manuel Ruiz Luque está a disposición de los investigadores en la antigua Casa de las Aguas –restaurada por el Ayuntamiento de Montilla para albergar la colección– y muy pronto su extraordinario catálogo podrá ser consultado online desde cualquier lugar del planeta. Mientras tanto, Rúquel sigue pujando en subastas y negociando con viudas de académicos y catedráticos porque los bibliofílicos se nutren de la bibliofobia de la parentesca de los finados.

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