Botsuana, la sorpresa de África
DEBEMOS HABLAR en este texto, inevitablemente, de reyes. De dos. Decir “Botsuana” y pensar en monarcas accidentados matando elefantes es todo uno. Le sucede a cualquier español, pero también a todo oriundo del país africano citado en cuanto se menciona el nombre de España. Lo juramos. Lo comprobamos. El incidente del rey Juan Carlos en 2012 en el exclusivo territorio del Okavango (al noroeste, frontera con Namibia) tuvo varios efectos colaterales más allá de los cotilleos sobre su vida amorosa, sus traspiés legendarios y su afición a la caza. Dos años después –“sin que esto tuviera relación directa, pero sí peso, dado el eco mediático”, en palabras de su ministro de Turismo–, el Gobierno de Botsuana decidió que era hora de prohibir la caza como negocio, diversión o incluso sustento en zonas protegidas, lo cual ha dejado a tribus cazadoras, como la de los bosquimanos que habitan el desértico Kalahari, en situación alimentaria complicada.
Pero si han sido los famosos cazadores y aventureros de lo salvaje los que han alzado a Botsuana al trending topic en periódicos y redes sociales, nada más poner el pie en este país se siente de inmediato que este lugar merece protagonismo por sí mismo. Por muchas razones.
8. 000 HOMBRES SE REUNIERON Y DEBATIERON DURANTE SEIS DÍAS SOBRE LO ADECUADO O NO DE LA BODA DE SU LÍDER CON UNA MUJER BLANCA.
–Por ser inmenso desierto y paraíso a un tiempo.
–Por poseer uno de los mayores santuarios de vida salvaje del planeta; un río de 1.000 kilómetros de largo que no muere en el mar y un delta que, de tan hermoso, no parece de este mundo.
–Por acoger a más animales que personas (una población de 2,3 millones en una superficie como España).
–Por dar ejemplo de transparencia (es líder en África y el número 28º, ocho puestos por delante de España, en el mundo en la Transparency International) y de “razonable” gestión socioeconómica de sus valiosos recursos (diamantes, turismo y carne, los más importantes).
–Por los 50 años de independencia que cumple (1966).
–Y por la historia de amor interracial que protagonizó su primer presidente, Seretse Khama, convertido a los cuatro años en monarca de la poderosa nación bangwato, la tribu dominante.
Seretse, de acuerdo a su cargo y función, fue enviado a estudiar a Londres y allí dio la campanada. Se atrevió a casarse en septiembre de 1948, entre oposiciones y presiones mil –desde las de su propia familia hasta las de la Iglesia anglicana–, con una mujer blanca hija de un capitán del Ejército británico llamada Ruth Williams. En plena marejada apartheid. Y creó tal desconcierto interno y generó tal conflicto diplomático con Sudáfrica, la entonces racista Rodesia del Sur (hoy Zimbabue), y el santo Imperio Británico que fue castigado con el exilio durante un lustro
–Como “nauseabunda”, definió el entonces Gobierno de Rodesia tal relación amorosa interracial.
–“El matrimonio que golpea África”, tituló esos días el Daily Mail.
Una historia con todos los tintes del romanticismo no tardó en ocupar las páginas de un libro (Colour Bar, de Susan Williams, publicado en 2007). Ahora acaba de ser llevada al cine. A United Kingdom, dirigida por Amma Asante e interpretada por David Oyelowo y Rosamund Pike (recién estrenada en el festival de Toronto). Imaginen al monarca recién casado regresando a su tierra, entonces el protectorado británico de Bechuanalandia, y sometiéndose al juicio del kgotla, las cortes populares, el centro de la vida política y moral de los bangwato. Por tres veces, entre 1948 y 1949, se celebraron sesiones. En la última, 8.000 hombres se reunieron y debatieron durante seis días sobre lo adecuado o no del casamiento de la pareja, mientras el tío regente de Seretse, de nombre Tshekedi, llevaba las riendas de la oposición y dejaba en evidencia algo por lo que pagaría alto precio: que lo que él en verdad quería para sí era el reino.
Seretse lo dejó claro: “Si mi esposa no es reconocida por mi pueblo, me marcharé y no volveré”. Y con la poderosa baza del amor en la mano lo consiguió: fue aceptado como líder con una esposa británica blanca. Pero los colonizadores no fueron tan comprensivos. Se negaron. Y se encargaron, raudos, de quitarle de en medio y enviarlo de vuelta a la metrópoli imperial.
Por eso decir hoy “Seretse Khama” y pensar en el amor accidentado de un rey es todo uno. Su retrato cuelga por doquier a pesar de que murió en su puesto, en 1980. Se le ve en escuelas, hospitales, edificios oficiales y hoteles de esa capital de apenas medio siglo de vida, Gaborone, trazada en estilo muy americano; en los museos y el aeropuerto de Maun, ciudad y puerta exclusiva al delta del Okavango repleta de extranjeros y agencias de safaris; en las tiendas de ultramarinos de Ghanzi, en la entrada a la reserva del Kalahari, adonde los bosquimanos bajan obligados, nos cuentan ellos mismos, a abastecerse, a reagrupar a sus familias, a llevar a sus hijos al médico o a beber alcohol desesperados. Lo vemos también colgado en el frontal de un camión, en uno de esos puestos policiales de las pistas y carreteras donde detienen uno a uno a cada vehículo para ser desinfectado e impedir así la expansión de enfermedades entre animales salvajes (especialmente los búfalos) y el ganado, dado que la exportación de carne es uno de los negocios más importantes.
Este año es momento de homenaje a su persona y una fecha grande en Botsuana. Los batswanas se sienten orgullosos de la belleza y el valor de su territorio (gran parte está considerado patrimonio de la humanidad), su fauna, su flora, sus paisajes… Numerosos eventos políticos y culturales, festivales, grandes discursos oficiales sobre lo mucho conseguido y lo que queda por hacer se han organizado por todo el país en los últimos meses para celebrar el medio siglo de su independencia el 30 de septiembre.
Botsuana se ha convertido en uno de los países de más rápido crecimiento socioeconómico del mundo en las últimas cinco décadas.
Y se hace balance. Cincuenta años que han sido una verdadera carrera de obstáculos en la construcción de un Estado con todas las letras. El protectorado fue abolido en 1966 tras dos siglos de dominación política y económica británica en el sur del continente africano, marcados por el interés comercial europeo y la acción y voluntad de muchos personajes tipo. Algunos puro símbolo. Como el mítico empresario y aventurero oportunista Cecil John Rhodes, que supo apropiarse de todo aquello que veía valioso, y a su debido tiempo. Bechuanalandia tenía (y tiene) oro y diamantes, territorio por explorar, grandes ríos, posibilidades… Detalles que también supieron apreciar los bóeres del Transvaal.
Tales tesoros acabaron desdibujados, gracias, entre otras muchas cosas, al fervor que el desterrado rey Khama despertó en la mayoría de su pueblo. Tras represiones y muertes en las constantes protestas de los bangwato, el rey retornó en 1956 después de que una delegación de su tribu le pidiera a la reina de Inglaterra que lo dejara regresar para construir su país y, con él, la república parlamentaria que hoy conocemos. Con su vuelta se cerraba una época.
Una década más tarde, y tras las primeras elecciones en 1965, Botsuana existía libre y constitucionalmente. Hoy Seretse se ha convertido en un mito. Miembro por derecho de ese club de grandes nombres de la lucha por la independencia africana, como Kwame Nkrumah en Ghana, Julius Nyerere en Tanzania, Samora Machel en Mozambique… Ruth Khama Williams, quien murió en 2002, tuvo cuatro hijos. Uno de ellos, Ian Khama, es el presidente del país desde 2008 y se enfrenta desde 2014 por primera vez a partidos de la oposición cada vez más armados, aunque aún muy desunidos, y a una realidad socioeconómica de desigualdad (un 20% de tasa de pobreza) y paro creciente, falta de formación técnica de los jóvenes y de iniciativa empresarial, necesidad de mejora de la atención educativa y sanitaria (es pública en todo el país, pero de difícil acceso por las enormes distancias, y el sida ha hecho estragos). Y una preocupante inseguridad alimentaria, cuenta David Tibe, representante de la FAO en el país. ¿Preocupante en un Estado que es el mayor productor de diamantes del mundo y que acaba de descubrir el segundo más grande de todos los tiempos, subastado en Londres por 64 millones de euros de salida? “Sí, el 67% de los productos que se consumen son importados de Sudáfrica, y hay grandes problemas de sequía y falta de acuíferos…”, continúa. Las dificultades de transporte y energéticas marcan la vida del país, alrededor de apenas tres o cuatro ciudades.
En junio, Ian Khama dirigió un mensaje de agradecimiento por su ayuda a los funcionarios (el grueso de los empleos de la nación se encuentra en la Administración), recordándoles cómo apenas medio siglo atrás ese servicio público tenía su sede en la ciudad de otra nación, Mafikeng, en Sudáfrica. Está colgado íntegro en la web del Gobierno y permite ver bien el avance entre el ayer y el hoy. Muchos han sido los retos. Botsuana se ha convertido en uno de los países de más rápido crecimiento del mundo durante estas décadas, un 9% algunos años. Si en los sesenta ocupaba puesto de honor entre los 25 más pobres, hoy el Banco Mundial mantiene, a pesar del estancamiento de la producción de diamantes, una previsión de un 4,4% para 2018.
Los únicos ajenos a los fastos parecen ser los animales salvajes. Los elefantes que se cruzan por los caminos con parsimonia paquidérmica; las jirafas que estiran el cuello y observan a lo lejos; los impalas que corren en manada como si fueran de fiesta; los leones y leopardos ocultos bajo los árboles… Son ellos los dueños de las sendas, caminos y (pocas) carreteras; de los parques nacionales, del delta del Okavango y de ese desierto, el Kalahari, que ocupa el 70% de su superficie. En Botsuana hay más vida salvaje que humana. Una densidad de población de cuatro por kilómetro cuadrado. Carreteras infinitas donde uno puede enloquecer abducido por la monotonía del horizonte, eterna sabana arbolada sin alma humana.
“Este medio siglo ha sido la prueba de nuestra gran determinación política por el uso social razonable de recursos naturales: los diamantes y minas, los santuarios de vida salvaje, el turismo de élite…”, cuenta otro de los hijos de Seretse, Tchekedi Khama, en su despacho del Ministerio de Medio Ambiente. Están decididos a proteger el turismo como motor de desarrollo. Pero son el delta del Okavango y el parque nacional del Chobe los que más atracción despiertan. Y para garantizar su protección, su acceso debe ser restringido. ¿Cómo crecer y avanzar? Tienen un plan, asegura. “Diversificación”. Esa es la clave para que la pequeña gran nación creada por Seretse Khama y su pueblo tengan buen futuro.
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