Los raros amigos del silencio
¿Quiénes son más ruidosos: los españoles sobrios o los británicos ebrios?
¿Es usted uno de ellos? ¿Forma parte de esa minoría que disfruta de un buen silencio y una buena lectura? Pues sepa usted que si lo que quiere reivindicar es su derecho a un entorno silencioso, se ha equivocado de país. Pruebe a tomar un tren y lo comprobará.
Hay una leyenda urbana que habla de un señor al que le sonó el móvil y se salió a la plataforma a recibir la llamada, pero nadie lo ha logrado identificar y, de hecho, se duda mucho de que alguien hubiera cometido tal insensatez. Otros dicen que la historia es al revés, que alguien vio a ese señor hablando por el móvil en la plataforma, entre dos vagones, de pie, sometido al incómodo traqueteo de las vías, y entre varios pasajeros, de pura pena que les dio su estado, le conminaron a entrar en el vagón a seguir cómodamente su conversación con el argumento de que a nadie podía molestar su proceder.
Pero hay muchas más leyendas: se cuenta que en un viaje hubo alguien que tras soportar una hora de conversación de su vecino de asiento sobre intimidades de pareja, le pidió educadamente que por favor pusiera fin a la conversación y que la otra persona le respondió con una sonrisa amable diciendo: “no faltaba más, haberlo dicho antes, no era mi intención molestar”. También se han oído historias de gente que reproducía en sus teléfonos móviles videos con esos chistes y bromas estridentes que llegan por whatsapp pero que se ponía auriculares para no molestar al vecino, pero tampoco se ha conseguido entender qué forzaba a esas personas a actuar tan extrañamente.
Imagínense. Se dice que España es tan ruidosa que la compañía ferroviaria del país ha tenido que habilitar vagones de silencio, solo uno por convoy, claro está, porque no hay tanta gente tan rara, y además debe manifestarlo explícitamente en la reserva de su billete para evitar malentendidos. Algunos incautos caen en esos vagones sin darse cuenta o porque no quedan plazas en los otros y, para su sorpresa, cuando hacen una llamada de teléfono o la reciben, aunque sea corta y no hablen muy alto, sus compañeros de asiento les miran severamente e incluso les increpan.
Tamaña intolerancia hacia el ruido no es de recibo en un país de gente conocida por su simpatía. De hecho cuando uno entra en el vagón de silencio es recibido por un hilo musical que no cesa hasta que el tren arranca, prueba de que la propia compañía también aborrece el silencio que provoca un tren detenido.
Un viajero que pasó por este país manifestó al final de su periplo grandes dudas acerca de quiénes eran más ruidosos: los españoles sobrios o los británicos ebrios. Una aguda observación que habla de la laxitud con la que se interpreta el concepto de silencio. En España, el silencio no es la ausencia de ruido, eso sería el vacío, es decir, el espacio exterior, donde el sonido no se transmite, sino simplemente un ruido bajito o atenuado que se distingue del ruido habitual. Huimos del silencio, no sabemos vivir en él ni con él. Nos genera incomodidad. Los silenciófobos tiene razón: ¿qué es la vida sino ruido?, ¿qué es la muerte sino silencio?
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