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Columna
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A quien corresponda

Enrique Vila-Matas

ES PARA MÍ un placer recomendarles a María Ogura para la plaza de lecturer de español en el Department of Spanish and Portuguese de la escuela de Artes y Ciencia de New York University.

Tras haber leído la hasta ahora única novela de Ogura, El inventor del individualismo, creo intuir que esa exquisita sujeción al canon realista español de la que hace gala en su primer libro tendrá continuidad en la segunda novela que se propone escribir y para la que necesita la estabilidad económica que podría proporcionarle la plaza de lecturer.

Para el puesto solicitado considero que es una candidata idónea, no sólo por la experiencia que tiene en la enseñanza del español, sino porque, como deja ver en El inventor del individualismo, su particular relación con el lenguaje revela una clase de conocimiento íntimo de la lengua y unas capacidades comunicativas fuera de lo común y que, a buen seguro, en caso de ser elegida, sabría también transmitir de una manera clara y desenfadada en las aulas.

He insinuado un notable genio comunicativo, y créanme que sin duda lo tiene. No hay día en que al hablar en público no mantenga con fuerza el interés de los oyentes. Y es curioso y debo exponerlo aquí: parte del interés que sabe crear surge en realidad de la íntima fascinación que siente por un tipo de inseguridad que tiene a bien delatar en público de pronto, cuando menos uno lo espera.

Es la misma fascinación por la fragilidad que se asoma de vez en cuando a las páginas de El inventor del individualismo, donde de repente todo cambia y, como si se hubiera hartado de ser tan adorablemente convencional y de estar sólo complaciendo a trasnochados “sociólogos de la literatura” de su fúnebre país, da giros de 180 grados y entonces personajes, sentimientos y hechos se ven sometidos a un vuelco radical que apenas dura nada, pero nos deja perplejos, pues sentimos que, sin haberlo solicitado, se nos quiere obligar por momentos a poner patas arriba todo, especialmente la buena conducta de la convencional narradora.

Ni que decir tiene que, dado que hay que saber mantener en todo momento la atención de los alumnos, considero que esa peculiar fascinación por la inseguridad que la lleva de pronto a buscar en la intemperie el frío de lo imprevisto, le habrá de ser a Ogura de una gran utilidad a la hora de mantener tanto la tensión como la atención en las aulas, siempre y cuando se dé el caso, claro, de que se decidan ustedes a elegir a mi recomendada y por tanto se atrevan a correr el bello riesgo de que hallándose ella, por ejemplo, dictando una lección sobre la prodigiosa incidencia de la crisis económica en la narrativa española actual, interrumpa en seco su discurso para tatarear Help y preguntarse poco después cómo puede ser que en su tierra muy pocos sean conscientes de que el lenguaje no es nunca algo que represente la realidad, sino algo que “hace y deshace” esa realidad, siempre desde la más irrevocable subjetividad.

Por esto y por lo otro, apoyo la candidatura de María Ogura, pues su insegura forma de trabajar sólo puede mejorar las clases de la New York University. Pero no duden en consultarme cualquier información adicional. Reciban un cordial saludo.

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