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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El coraje de dinamitar las propias ideas

Mercedes Formica puso en cuestión sus convicciones para luchar por los derechos de la mujer

José Andrés Rojo
Mercedes Formica, fotografiada en Madrid por Inge Morath en 1955.
Mercedes Formica, fotografiada en Madrid por Inge Morath en 1955.

No es fácil tener la valentía de poner entre paréntesis las propias ideas y enfrentarse a las convicciones y valores de los que nos resultan más próximos. El otro día, Guillermo Busutil contaba en las páginas de Cultura de este diario la vida complicada de Mercedes Formica. Fue una señora que procedía de Falange y que admiraba a José Antonio Primo de Rivera y que, un día de verano de 1953, supo de una mujer que había sido asesinada por su marido. Algo debió de chirriarle de aquella sórdida y terrible historia —a aquella señora la atravesaron con 12 puñaladas tras un largo periodo de malos tratos— que, unos meses después, en noviembre, envió un artículo a Abcen el que sostenía que el Código Civil era injusto con las mujeres al no permitirles separarse de tipos que podían cometer salvajadas como aquella. “La muerte de la desgraciada mujer la provocó la convivencia”, escribió.

¿Qué podía tener en la cabeza Mercedes Formica cuando siendo joven decidió formar parte de aquel movimiento que tendría un papel decisivo en la victoria de Franco en la Guerra Civil? Pues las ideas de José Antonio, el fundador de Falange. En 1935, durante una de las giras propagandísticas del nuevo partido, tuvo un encuentro con un grupo de mujeres en Extremadura. “El verdadero feminismo no debiera consistir en querer para las mujeres las funciones que hoy se estiman superiores”, les dijo, “sino en rodear cada vez de mayor dignidad humana y social a las funciones femeninas”.

Un instante después, y seguramente con un toque de ridícula coquetería, añadió: “El hombre —siento, muchachas, contribuir con esta confesión a rebajar un poco el pedestal donde acaso lo teníais puesto— es torrencialmente egoísta; en cambio, la mujer casi siempre acepta una vida de sumisión, de servicio, de ofrenda abnegada a una tarea”.

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Por ahí tenían que ir las ideas que había bebido Mercedes Formica, seguro que creía profundamente en esa abnegación que su admirado líder había elogiado ante aquellas chicas extremeñas al tiempo que les revelaba, ¡pobres!, que el hombre era “torrencialmente egoísta”. Para recomendarles que fueran sumisas.

Pero solo hasta cierto punto, debió pensar Mercedes Formica, cuando, unos años después, leyó la noticia de la mujer apuñalada por su marido. Con el tiempo se transformó en una de las grandes defensoras de los derechos de la mujer. Al mismo tiempo que peleaba contra el sistema escribía novelas rosa: era su manera de explicarles a todos los que la habían crucificado por cuestionar los valores que sostenían al franquismo que también la mujer tenía sueños de libertad y que siempre había hombres empeñados en destruirlos.

Al historiador Tony Judt le gustaba repetir una cita que se atribuye a Keynes: “Cuando los hechos cambian, cambio de opinión. ¿Qué hace usted, señor?”. Mercedes Formica fue capaz de tirar abajo sus viejas convicciones. Hace falta coraje para romper el nicho de ideas que nos sostienen y mirar los hechos de frente.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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